32. Luna Roja

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No podía detener el flujo de mis lágrimas, estas caían sin cesar por mis mejillas sin que yo pudiera detenerlas.

Como la cuerda rota de un violín al tocar una hermosa melodía o el traspié de un bailarín al ejecutar una perfecta coreografía, así me sentía.

El escalofrió que recorrió mi cuerpo me obligó a volver a la realidad.

Es que parecía como si el telón hubiera sido bajado antes de tiempo. Como si mi reloj se detuviera poniendo en pausa mi vida.

No, él no era, ese pensamiento era lo único rondando en mi mente.

Él no.

No cuando yo aún no le decía cuánto lo amaba.

De repente vi como nuestro tiempo juntos se redujo a nada, temía perderlo.

Un accidente en su auto, un camión lo había arrollado. Esa fue la pobre explicación que recibimos para luego dirigirnos al hospital. En mis brazos se encontraba su madre, estando igual de destrozada que yo por todo lo que estaba pasando.

Quería despertar, despertar de aquella pesadilla. Nunca jamás en mi vida había sentido tanto miedo, ni siquiera cuando me paré en medio del escenario por primera vez con todas las miradas sobre mí, ni cuando pensé que mi carrera se había arruinado. No, nada de lo vivido se comparaba con esta agonía.

Yo no lo podía perder.

Un nudo instalado en mi garganta y miles de pensamientos confusos carcomían mi mente y como una brisa de aire frio dejé que estos me dominaran. Me negaba a aceptar la realidad, no quería creer que era él. A lo mejor alguien lo había confundido, sí, quizás eso era.

Tomé la mano temblorosa de la sra. Hye en cuanto llegamos al hospital y juntos entramos. Quería ser fuerte, pero temía que esto me sobrepasara.

Jin, Yoongi, Tae, todos estaban allí. Todos estaban llorando cuando llegamos junto a ellos.

Respiré profundo guardando mis ganas de gritar del dolor e ir a su encuentro para comprobar con mis propios ojos que no era él, mi mente seguía negada a aceptarlo. Me vi siendo llevado hacia los asientos para esperar junto a todos, siendo envuelto en un tortuoso silencio en donde cada segundo dolía, nos dolía. Levantando un poco mi mirada, divisé a Tae en el otro extremo de la sala, con su mirada perdida.

Cualquier frase de consuelo no servía, estaba apagado a ellas. Nada me traería a la vida sino eran buenas noticias.

Temía preguntar qué tan grave había sido el choque porque eso solo me daría una idea de la condición en la que se encontraba. Acariciando mi vientre rogaba porque esto solo fuese un mal sueño.

Un par de horas después, alguien tomó mi mano. Saliendo de la bruma del dolor vi el rostro de mi padre, mas no dijo nada, solo acomodó mi cabello y yo me recargué en su hombro, dejando que un par de lágrimas se derramasen al fin.

- El accidente fue horrible. - le dije con la voz quebrada.

- Lo sé - su mano sujetó la mía aún más fuerte - pero Dios no está ciego, siempre mira las buenas acciones y escucha oraciones, pidamos que él vea su noble corazón y lo proteja... Me gustaría mi pequeño poder borrar esta angustia que estás sintiendo y llenarte de tranquilidad.

El tiempo en esa sala pasaba demasiado lento, caminé entre los pasillos para poder distraer mi agonía. Él no podía dejarme solo, no podía, era lo que me repetía una y otra vez.

 Él no podía dejarme solo, no podía, era lo que me repetía una y otra vez

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