13. Nube gris.

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El amanecer llegó demasiado lento, hace un par de horas que me había despertado, las náuseas se habían hecho presentes y había tenido que salir corriendo lo más rápido posible al baño.

Ahora me encontraba sobre mi estómago para que este se calmara, era una táctica ya probada por mí mismo como efectiva para aliviar el malestar. Este debió de ser el síntoma más obvio para hacerme dar cuenta de mi estado, pero al parecer yo no me prestaba la suficiente atención. Era horrible que todas las mañanas quisiera vomitar hasta lo que no había comido.

Luego, estaba el hecho de que dormía 23 horas al día más o menos; era un alivio que ahora pudiera hacerlo lo suficiente puesto que antes me era completamente imposible, no podía botarme a medio ensayo a dormirme como un oso, aunque eso no impedía que todos los días pensara que el piso era el lugar más cómodo que había para acabar con mi sueño.

Y para rematar, la constante sed y necesidad por ingerir cosas raras; como, por ejemplo: chocolate con yogurt o galletas con salsa picante.

Pensar en cómo había pasado de ser el dueño de toda la atención a esconderme en una casa vacía como si fuese un delincuente era algo que no podía alejar de mi mente. La habitación se sentía solitaria, acentuaba mi añoranza, mi tristeza, y yo les permitía el paso, tal y como la ventana filtraba la luz del amanecer.

Tampoco podía dejar de lado el hecho de que no conocía en nada a aquel hombre por el que me encontraba perdido. Es que el conocer más detalles de él acrecentaba mi curiosidad, pero también aumentaba mi miedo, sabía que debía mantenerlo alejado de mí, pero tenía la certeza que eso sería imposible y más estando en esa pequeña casa.

Me moví un poco, sintiendo mi estómago suavemente, preguntándole al bebé si ya se habían acabado las náuseas como si fuera él quien las mandara.

Busqué mi ropa y me dirigí al baño.

Este era más pequeño que el de la otra habitación, no había tina; pero si estaban los artículos de aseo, en ese momento recordé que él me había dado una hoja para hacer una lista. Odiaba la sensación cálida que se avivaba dentro de mi pecho. Al ver mi rostro en el espejo quedé sorprendido por la cara de trastornado que tenía, mi pelo rubio era un desastre y el color aún no regresaba a mis mejillas. Me desvestí y con cuidado me metí debajo del agua fresca de la regadera, dejando de lado la tristeza que había experimentado antes.

Cuando estuve listo salí de la habitación temeroso de encontrarme con él tan pronto, pero la casa estaba sumida en un silencio y a oscuras, caminé lentamente dirigiéndome hacia la sala, me asomé y logré ver una mano en el suelo.

¿El CEO había dormido en el piso?

Seguramente debió de haberse caído del pequeño sillón.

Me recargué en el filo de la entrada de la cocina y miré de nuevo su cuerpo relajado.

Era verdad que nosotros habíamos compartido una noche, pero debido a mi alteración no recordaba con claridad ciertos detalles. El ver su mano estirada en el suelo me hizo querer acercarme para tocarla, para no perderme ningún detalle de esta. Quizás también poder ver su rostro, curiosear en sus pestañas o en la forma de su nariz. Poder apreciar sus labios y comprobar si estos eran suaves como en esa noche cuando con ellos besó cada parte de mi cuerpo.

Yo lo quería besar de nuevo, mis impulsos estaban muy firmes con tan solo su recuerdo, pero yo jamás me dejaba llevar por ellos.

Siempre mantenía el control.

Di la vuelta y entré a la cocina viendo si había algo de comer, un par de bolsas estaban en la mesa del centro, buscando entre ellas encontré unas manzanas, sonreí victorioso dirigiéndome con ellas al lavabo para enjuagarlas. Al bebé no le gustaban muchas de las cosas que por lo regular comía, así que con cuidado mordí la manzana disfrutando de su dulzura, tragué despacio y me quedé esperando alguna arcada.

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