CAPÍTULO 4

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Estoy terminando de hacer los deberes en mi habitación, mi madre tiene día libre en el trabajo y le apetecía preparar una cena especial para las dos, hasta que el sonido de la puerta principal al cerrarse roba mi atención

—¿Mamá? —Grito, asomando la cabeza.

Cuando no recibo respuesta bajo rápidamente las escaleras.

—¿Mamá qué... —Alguien me agarra por detrás. Por un segundo siento pánico pero enseguida percibo un perfume a lavanda y agua fresca que sé perfectamente a quien pertenece.

Mi madre sale de su escondite en la cocina sonriendo y mi tía Lila me estrecha entre sus brazos.

—Mamá, no me puedo creer que te hayas convertido en su cómplice.

—Ya sabes que puede ser muy persuasiva cuando se lo propone.

Escucho su suave risa y me giro.

No importa cuántas veces la vea, siempre me deja igual de asombrada.

Su larga y brillante melena color ébano, sus labios llenos, su piel perfecta. Sus ojos son hipnóticos enormes y deslumbrantes, ojos de color violeta.

Mete un mechón de pelo detrás de mi oreja y en su mano aparece una pequeña orquídea de un tono amarillo pálido.

—Estás preciosa, a este ritmo me robarás el puesto de la más guapa de la familia.

—Como si eso fuese posible. —Respondo con un bufido.

Me mira y se burla sacando la lengua.

Me río mientras niego con la cabeza.

Caminamos hacía la cocina donde mi madre observa nuestro intercambio con expresión divertida.

Después de cenar me tumbo sobre una manta y cojines esparcidos en el suelo de mi habitación junto a Lila, observamos el cielo nocturno sobre nuestras cabezas a través de la ventana, la luna brilla derramando de su luz pálida sobre nosotras.

—Echo de menos a la abuela.

—Yo también. —Lila alcanza mi mano y dibuja círculos suaves sobre mi piel.

—Tu madre me ha contado lo que pasó. —Gira su cabeza hacía la mía y yo la imitó.

—No tengo miedo Lila. —Le aseguro. Aunque una parte de mi no está tan segura de ello.

—Lo sé, pero si en algún momento llega no te avergüences, no es malo sentir miedo a veces, sería una respuesta lógica todas lo hemos sentido al estar en el mismo lugar en el que tú te encuentras ahora. Lo superarás estoy segura.

En algún momento de la noche entre risas y confidencias decidimos que dormir sería una buena idea.

***

Camino por un bosque que no conozco, la niebla es espesa y las ramas crujen bajo mis pies.

El frío es inhumano siento que se me congelan los pulmones cada vez que inhalo.

El viento se agita despacio, moviendo las ramas finas de los árboles semejantes a las manos de un esqueleto, aullando en mis oídos y adentrándose cautelosamente en mi cabeza.

Mi abuela aparece de repente como si hubiese salido de la tierra.

Lleva una falda que le ondea a la altura de los tobillos y una blusa blanca abotonada, sus pies descalzos. Etérea.

—¿Abuela? —Corro hacía a ella y me lanzo a sus brazos.

Su olor inunda mis fosas nasales y me siento en casa.

—Tengo que contarte algo Adanae. —Noto algo extraño en su tono de voz.

—Dime abuela, ¿Qué pasa?

Agarra mis manos de la misma forma que lo hace mi madre y me mira directamente a los ojos.

—Tu despertar esta muy cerca, ten mucho cuidado. Presta atención a lo que te dice el viento no luches contra ello.

—Pero nunca logro entender los susurros.

—Confía en mí.

Y desaparece de la misma forma que apareció.

El agua caliente de la ducha ayuda a mitigar el dolor de cabeza. Al salir observo mi reflejo en el espejo, mis ojos de un verde oscuro me devuelven la mirada algo cansados y apagados.

He perdido peso los huesos de mi clavícula, costillas y caderas sobresalen de una forma más notable.

Al final me alejo del espejo no quiero encontrar más evidencias, no dejaré que el miedo tome el control.

Mientras elijo mi ropa algo impacta contra la ventana de mi habitación y el ruido me produce un pequeño sobresalto.

Cuando me acerco, Aylan está debajo apunto de volver a lanzar lo que supongo será otra piedra.

Me ve y baja el brazo.

—¿Qué ocurre? —Pregunto en voz baja.

Si Lila llega a verlo no me dejará en paz.

—Nada, solo quería llamar tu atención.

—Pocas cosas llaman mi atención.

Él ya la tiene pero no se lo hago saber.

El viento le mueve el pelo negro, tiene la nariz roja a causa del frío y sus ojos de cuervo me observan divertidos.

—Me lo figuraba... Aunque por lo que yo veo, en este preciso instante en todo lo que estás atenta es a mi.

—Se llama educación.

—Puede, pero si no te interesara en absoluto ya estarías de vuelta en tu habitación.

Levanta una ceja oscura y retadora ante mi silencio y una sonrisa lobuna se alza desde un lado de su boca.

El Despertar Del Poder Donde viven las historias. Descúbrelo ahora