Capítulo 5.

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Observé aterrada cómo mi nuevo acompañante se levantaba del suelo delante de mí, atajando a un flacucho que no había visto antes en la casa y propinándole un golpe en el ojo izquierdo. En momentos como esos, es cuando te preguntas a ti mismo “¿cómo coño llegué aquí?”


No lograba verle el rostro al muchacho, lo único que noté fue que tenía el cabello rizado y que era muy alto, nada más. Ah, bueno, y que era extremadamente agresivo. 

No habían pasado diez segundos cuando el rizado sacó una pistola y le propinó tres disparos al flacucho, quien se desplomó de inmediato, cayendo de rodillas con los ojos abiertos, con sangre espesa y oscura brotando a borbotones de su abdomen y pecho. Lo había matado. Lo había matado frente a mí. 
No pude reprimir soltar un grito ahogado que se filtró a través de la cinta que me cubría la boca, mientras las lágrimas de miedo e impresión me brotaban de los ojos. 

El rizado guardó la pistola en su pantalón y rápidamente me cargó de las piernas como hacía unas horas, cuando me habían secuestrado de la nada, y me llevó corriendo hacia afuera, donde se encontraba un auto negro aparcado con las luces delanteras encendidas y las puertas abiertas. De nuevo no podía gritar, estaba atrapada en el propio frenesí de mis emociones y la cinta adhesiva me mantenía la boca cerrada.
Escuchaba que seguían matándose dentro de la vieja casa abandonada de donde me habían sacado; se escuchaban disparos y vidrios que se rompían. Las lágrimas seguían saliendo de mis ojos conforme nos alejábamos, porque estaba segura de que, quien fuera quien me había sacado de ahí, no tenía ni la más intención de salvarme.
Fui arrojada dentro del auto en el asiento del copiloto con un poco más de delicadeza que la última vez, considerando que yo era una mujer, y la puerta fue cerrada a mi derecha. Seguidamente, se escuchó otro portazo y el auto arrancó, haciendo chirriar los neumáticos y derrapando un poco. Me golpeé la cabeza contra el vidrio debido al brusco movimiento, y luego todo quedó a oscuras de nuevo. ¿Y ahora a dónde me dirigía?

Aproveché los minutos en shock que me quedaron para acompasar mi respiración, regresándola a su estado de normalidad. Inhala, exhala, inhala, exhala. Mantén la calma, Skylar. Los segundos pasaban y no me ubicaba de una vez.

La cinta adhesiva que cubría mi boca fue bruscamente retirada, causándome un ardor agudo en los labios. 

Mi acompañante arrugó la cinta y la arrojó por la ventana, subiendo el vidrio inmediatamente. Lo miré aterrada. Le hubiese pegado una bofetada si no pudiera matarme después de eso.

-¿A dónde me llevas? –me atreví a preguntar, aterrada. Nadie contestó, sino que el auto siguió moviéndose normalmente. Tragué saliva para bajar el gran nudo que se esparcía por mi garganta, iba a llorar. Suspiré, sin lograr relajar mis cejas inclinadas.
-O-oye… No sé quién seas… Ni qué quieras, pero… -tragué saliva y tomé aire -, necesito volver a casa… 
Gemí, y me impuse a mí misma el autocontrol fantasma para volver a hablar sin lloriquear.
-No sé qué hayas hecho, pero… e-estoy segura de que fue por una buena razón, lo apuesto... Sólo… n-no me hagas daño, p-por favor… -murmuré, mientras se me quebraba la voz.
-No te voy a matar –dijo una voz grave y rasposa. Eso me proporcionó un poco de alivio, pero no respondía mi pregunta en concreto. De nuevo me llegó la incertidumbre, y no pude evitar sentirme más inquieta. Dos secuestros en una sola noche. Wow.
El silencio reinó en el auto, donde el frío del aire acondicionado se esparcía por todas partes. Olisqueé el ambiente, y era un poco más decente que el anterior. Los asientos de cuero estaban impregnados de un perfume masculino dulce y ácido a la vez, era delicioso. Pero todavía me quedaban restos de droga en los pulmones, tosí de nuevo.


Recosté la cabeza en el espaldar del asiento oscuro, mientras respiraba profundamente por la boca intentando sentir los latidos de mi corazón para comprobar que seguían su ritmo normal. Mentiría si dijera que no estaba un poco más relajada ahora, pero igualmente mentiría si dijera que estaba tranquila. 


Quería ver el rostro de mi secuestrador, aunque fuera por unos instantes. Si había algo que me desesperaba, era no poder ver, y mucho más cuando alguien estaba conmigo, por más asesino que fuese. 


Entramos a un túnel oscuro, levemente iluminado con faroles que emanaban una luz de color naranja desvencijado, lo que esparció luz también dentro del auto, y por más pobre que fuera ésta, me permitió ver el rostro del secuestrador casi en su totalidad. Mentiría también si dijera que no me impresionó. Ya que, después de mi horrible experiencia con ambos hombres regordetes y hediondos, de pronto me encontraba con un perfil hermoso y un rostro de ángel.
Sus ojos eran de un color verde esmeralda brilloso, tenía un porte sombrío y músculos prominentes de una manera moderada. Su tez era blanca como la cal, casi traslúcida, y sus labios eran carnosos y rosados. Wow.
-¿Qué? ¿Tengo algo en la cara? –me atajó, al pillarme mirándolo fijamente. Desvié la vista hacia el camino.
-No.
-¿Por qué me miras tanto, entonces? –preguntó, con voz carrasposa y ruda.
-Oh, lo siento. Intentaré no mirar el rostro del que me está secuestrando –respondí sarcástica. Mi acompañante rió en voz baja.
-Tienes sentido del humor, me gusta –sonrió malévolamente, enseñando su hilera de dientes relucientes.
-Bueno, estoy atada con esposas mientras me dirijo a la casa de un secuestrador. ¿Cómo pretendes que actúe? –continué siendo irónica.
-¡Deja de echármelo en cara! –gritó, estremeciéndome hasta el fondo de mis huesos. Bueno, estaba tratando con un chico realmente bipolar. Suspiré, y me limité a mirar por la ventana. Apenas estábamos saliendo del túnel oscuro, el cual conducía hacia una carretera que no conocía. ¿A dónde me llevaba? ¿A otro terreno baldío para ser encerrada en un sótano? El miedo y la frustración me invadieron otra vez. Demonios.

Me sostuve las piernas con fuerza, tenía unas jodidas ganas de ir al baño desde hacía casi ocho horas, y no iba a estar en casa durante mucho tiempo para solucionarlo. Mi vejiga iba a explotar de un momento a otro, lo presentía.

-¿Por qué me tomaron a mí, secuestrador? –pregunté sin pensar, volviendo mi vista hacia él.
-Empecemos bien, nena. Me llamo Harry, no “secuestrador” –dijo con voz firme.
-Bueno… Harry –mascullé con dificultad -. ¿Y bien?
-Hay cierto tipo de cosas que no puedes saber, nena –respondió, sin despegar la vista de la carretera, dando un trago a una botella de color azul que tenía a su lado.
-¿Por qué no? –inquirí con aspereza.
-Porque no te importan.
-¿Y qué tal si me importan? Soy la afectada, ¿no?
-Oye, cállate, ¿quieres? Estoy empezando a arrepentirme de haberte quitado la cinta adhesiva de tu imprudente boquita –casi gritó. Fruncí las cejas, ese chico tenía problemas.
-Y no frunzas el seño –exigió, tragando amargamente el trago de cerveza. Resoplé. ¿Pero qué mierda le pasaba conmigo? 
-Sólo quiero regresar a casa –hundí mi cabeza en el asiento, rindiéndome -. No entiendo nada de esto.
-No necesitas entenderlo. Porque, de todos modos, no podrías.
-Vaya, gracias –arqueé las cejas.
-Todo lo que necesitas saber es que volverás a casa tan pronto como te lo imagines –me ignoró, y su respuesta me aliviaba un poco.
-Entonces ¿para qué me secuestraste?
-Deja de hacer tantas preguntas. Me hartas. Eres molesta.
-Tú tampoco eres muy agradable –rodé los ojos, irónica.
-Me importa muy poco lo que pienses sobre mí, nena –masculló, tomando otro largo sorbo de su botella.
-Soy Skylar, no “nena” –le reclamé.
-Como sea, nena –tragó el licor -. Y te recomiendo que seas cuidadosa con lo que dices. Puedo cambiar de opinión acerca de no matarte.


Stray - [h.s.]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora