Capítulo 31.

170 4 0
                                    

-Harry-:


Esta chica iba a ser mi muerte.

Mujeres, ¿quién las entiende? Y Skylar, ella era la más bipolar y extraña de todas las mujeres existentes. Y aún así, tenía ese… “algo”, que yo no podía dejar de perseguir. Así como tampoco pude dejarla de perseguir por toda la casa mientras ella revoloteaba para allá y para acá mientras se vestía y se preparaba para irse. Yo no quería que ella se fuera.

Abrió la puerta de la entrada de un tirón y salió dando tumbos por la calle, tropezando a John que venía en camino, y haciéndolo a un lado de un codazo. Él me observó con los ojos bien abiertos. Lancé una maldición mientras rodaba los ojos y la perseguía.

-¡Espera! –suspiré. Ella volteó, agitando sus cabellos delante de ella.
-¿Qué? –gritó con toda la furia acumulada en su interior.
-No te vayas –murmuré.
-¿Qué? –arqueó las cejas, mirándome.
-Te dije que no te vayas –repetí.
-¿Por qué no? –espetó, apoyando sus puños en sus caderas. Desvié la vista, y me humedecí los labios, mordiendo el inferior.
-Yo… Realmente no sé.
-Ugh –murmuró.
-No tienes ni idea de adónde vas –gruñí -. Además, tú no puedes irte después de todo esto.
-Sí puedo –dijo en voz alta, como una niña -. Y mírame hacerlo.
-¡Es esto lo que me desespera de ti! –agité mis manos en el aire, mientras gritaba.
-¡Bien! ¡Tú no tienes por qué soportarme! –gritó abriendo los brazos a lo lejos. Yo simplemente no podía con ella. A continuación, ella se alejó dando zancadas hacia la izquierda, y con sólo verle el rostro se le veía que no tenía ni idea de adónde se estaba dirigiendo. 
-¡Pues bien! ¡Haz lo que se te dé la gana! –le grité, y ella siguió caminando apresuradamente, con las manos cruzadas en el pecho y las piernas temblorosas. No iba a devolverse, eso lo sabía; era tan terca que no podía dejar atrás su jodido orgullo y venir a mí por una vez en la vida. ¡Bien! Yo también jugaría como ella. 

Caminé a zancadas hacia la casa, hasta que me di cuenta de la presencia de John. Éste me miraba anonadado mientras sostenía dos bolsas con ambas manos.

-¿Quieres un sándwich? –levantó una de las bolsas. Rodé los ojos, gruñendo, y dejé la puerta abierta detrás de mí cuando entré destilando furia en la casa. John cerró la puerta con uno de sus dedos.

-Vale, ¿me puedes explicar qué está pasando? –arqueó las cejas, poniendo las bolsas en la mesa -. Quiero decir, acabo de presenciar una pelea marital entre el rehén y tú.

Yo me tiré en el sofá, frotándome las sienes con una sola mano.

-No sé qué diablos acaba de pasar –admití, con la voz seca. Diablos, necesitaba una cerveza.
-Tenemos algo de tiempo –dijo -. ¿Quieres una cerveza?
-Me adivinaste el pensamiento –mascullé, y atajé con ambas manos una botella azul. La destapé con el brazo y tomé un largo sorbo amargo. Ahora todo me sabía asqueroso. Sin embargo, la necesitaba. Tomé otro trago, y otro, y otro, hasta que se me aguaron los ojos. John me observó con ironía.
-Pareces uno de esos tipos despechados que aparecen en las novelas que ve mi mamá. Les pagan millones para hacer eso, o simplemente los golpean en sus partes para que lloren –comentó, sentándose en una de las sillas del comedor cercanas a mí.
-La diferencia es que a mí no me pagaron –musité, con voz pastosa. Me aclaré la garganta antes de seguir -. Pero lo segundo se siente igual.
-Ouch –hizo una mueca. Yo dejé la botella en la mesita del frente y me crucé de brazos encima de la cabeza, pensando. ¿Ahora adónde demonios iría ella?
-Ella sólo… -apreté los párpados -. Es tan jodidamente confusa, quiero decir…
-Es una niña –frunció el seño.
-Ya ni siquiera sé lo que es –sacudí la cabeza -. No comprendo por qué me siento así con ella.
-Es simple –se acomodó en la silla, y suspiró a continuación -. A ti te gusta Skylar.

Guardé silencio. Una vez más, el gilipollas tenía razón.

Tenía ganas de ir por ella y encerrarla en un lugar en donde no pudiese salir nunca, ni revelarse, ni nada. Agh, ¿por qué ella tenía que ser tan confusa? La única con serios problemas de bipolaridad, era ella.

-¿Me equivoco? –arqueó una ceja, sacándome de mi trance. Él de repente estaba frente a mí. Apreté la mandíbula, tragando con dificultad.
-No.

Resopló, agarrándose los cabellos y yendo de un lado a otro. Parecía como si de repente sus brazos fueran a romper sus muñequeras de cuero.

-Si esto sale a la luz, te juro que los mato a ambos –rodó los ojos, y suspiró -. Tú, idiota, ¿no piensas ir por ella?

Me mordí la mejilla interna, sintiendo la sangre desbordarse inmediatamente. La tragué con amargura y continué mordiendo.

-Ella va a patearme otra vez –respondí -. Ya sabe cómo hacer que yo vaya por ella.
-Harry –bufó -. Has cometido la estupidez más grande de tu existencia, man.
-¿A qué te refieres? –mascullé con resignación. Había cometido tantos errores estúpidos en mi vida, que ahora no tenía idea de a cuál se estaba refiriendo.
-Ahora mismo ella podría ir y perderse por ahí, y en unas horas estar muerta –espetó -. Luego lo estaremos nosotros, si eso llega a pasar.
-No me interesa lo que me vaya a hacer Cyrus –gruñí -. Escúchame, John, sé que… Joder, sé que estoy siendo el idiota más grande del planeta, man, pero, yo… Yo no estoy seguro de si ella sigue siendo un rehén –negué con la cabeza lentamente, mientras me jalaba los cabellos con desesperación.



-Skylar-:


“Bueno, si la calle Oxford está en el Este, relativamente tengo que estar cerca, lo que quiere decir que por allí está la vieja biblioteca y podría pedirle ayuda a… Joder, no sé ni dónde estoy”, pensaba, una y otra vez, dándome la vuelta y frotándome los brazos. El calor me estaba matando, y no había ni un alma por ahí, salvo algunos autos antiguos y varias casas completamente cubiertas de moho. Claro, justo cuando necesitas gente, de repente te encuentras aislada de toda la humanidad en conjunto. 

Y además de estar varada en una calle baldía, se me había ocurrido la maravillosa idea de dejar mi teléfono en casa antes de irme a Oasis. No había llamado a Amanda, la cual, de seguro ahora estaría planeando un discurso para hacerme sentir miserable y castigarme otra vez. 

“¡Huy! ¿Pero por qué? ¿Por qué me pasan todas estas cosas a mí?”, gimoteé de cara al cielo. Quizá Dios sí se hubiera olvidado de mí, o tal vez me estaba dando mi merecido… Pero, ¿por qué? ¿Por qué de ese modo?

Continué caminando aunque me dolían los pies, lanzando súplicas y gimoteando de verdad. Además de odiar haberme peleado con Harry, odiaba más el hecho de no haber hecho nada cuando tuve la oportunidad de regresar, y odiaba muchísimo más que el gilipollas no se hubiera dado la vuelta para buscarme. 

Por ahora, sólo quería hallar una manera de salir de aquí. Sí, eso es lo que haría, aunque me costara mi última gota de energía.

-¿Skylar? –dijo una voz suave y aguda. Me giré a la defensiva, preparada para meter mis dos dedos principales en los ojos de cualquiera que se atreviera a tocarme. Relajé los músculos al verla a ella.
-Sheena –dije con asombro.
-Vaya, ¿qué haces aquí? –sus delgadas cejas se arquearon. Sus ojos, ahora de color verde, parecían querer salirse de sus órbitas con ese maquillaje negro rodeándolos. Sus ropas eran tan extrañas y psicodélicas como las recordaba, con un montón de trapos negros y grises encima de sus hombros simulando un suéter recortado en muchas partes, y usaba medias pantis negras debajo de su falda larga hasta las rodillas, que se introducían dentro de unas robustas botas negras de plataforma, a pesar de que hacía calor. Parecía un pequeño espectro de bailarina.
-No lo sé –admití, ¿se notaba el temblor en mi voz? -. Erm, ¿dónde estamos?

Ella se echó a reír, tenía un cigarro atrapado en sus dedos con robustos anillos plateados y sus labios estaban pintados de rojo.

-Calle Old Sailor –respondió, sus ojos de repente se habían vuelto inmensos -. ¿Te acabaste de mudar a Phoenix?
-Um, no –mascullé -. Vivo aquí desde que nací, sólo… no conocía este lugar.
-Ah –asintió, y dio una calada a su cigarrillo. Las paletas de su nariz se ampliaron al inhalar y frunció el seño cuando exhaló el humo casi transparente, que flotó por encima de mi cabeza en un soplido espectral -. ¿No es hermoso? –inquirió, mirando a su alrededor con admiración.
-Eh, sí, seguro –dije rápidamente -. ¿Tú sabes cómo salir de aquí?
-¿Cómo te sientes después de lo de Oasis? –inquirió, ignorando mi pregunta. Tragué saliva. Ella me daba miedo.
-No lo sé, tampoco… Me preocupa que…
-Nadie descubrió a Harry –me interrumpió. ¿Cómo sabía ella que estaba a punto de decirle eso? ¿Cómo sabía ella de Harry? -. Ni tan siquiera a los otros.
-¿Quiénes “otros”? –tuve que preguntar.
-Smith –respondió como si nada, dando otra calada a su cigarrillo, y añadió mientras exhalaba el humo -: Siempre están jugando al gato y al ratón –rió -. Idiotas.

Tragué saliva.

-¿Él quién es? –inquirí.
-Hay personas que se ganan el odio con tan sólo estar respirando –masculló, mirando al vacío, y luego posó su mirada en mí, sonriente -. Tristemente, Harry tuvo esa suerte. Pobrecillo.
-¿Ellos quieren… matarlo?
-No quieren sentarse a tomar el té con él, ciertamente –frunció los labios -. Su objetivo es otro, y lo sabes.
-Sí –asentí -. Erm, Sheena…

Aguardó.

-¿Vamos a caminar? –sonrió -. Me gustaría hacer una nueva amiga –rió aniñadamente, y me tomó de la mano -. Ven conmigo –sonrió.


Las piedras debajo de nuestros pies sonaban conforme caminábamos, pero en ese momento yo me sentía como Gozilla, sus pies apenas producían un sonido y cada paso suyo era fríamente calculado, parecía una bailarina en plena presentación, mientras yo daba tumbos alrededor todo el tiempo. Sin embargo, me sentía bien con ella. No hablaba a menos que yo lo hiciera y guardaba silencio cuando era debido, a veces necesitaba a alguien así.

-Así que, erm –me devané los sesos pensando en algo que decirle mientras ella hacia equilibrio en una fina línea sobresaliente de cemento -. ¿De dónde conoces a Harry?
-Fue un diecisiete de octubre –sonrió hacia mí -, hace dos años –dijo, ella sonreía como si recordara algo genial -. Mis papás me llevaron a un internado en Luxward, a diecisiete kilómetros. Ya sabes, es difícil mantener a una hija con problemas mentales, y el suicidio no era muy de su agrado –hizo una mueca -, así que, bueno, pasé allí tres meses hasta que una ventana abierta cambió mi parecer, no me divertía mucho allí –rió. Bajé la mirada. Y yo que me quejaba de mi vida…
-Harry me quitó las sogas de encima cuando me até de manos en lo alto de la rama de un árbol a punto de caerse y me gritó que estaba loca –sonrió -. Él también se había escapado de su casa, así que… bueno, fuimos buenos amigos hasta que yo huí hacia el Sur, y no lo había vuelto a ver hasta ahora, supongo que ya no me recuerda –se encogió de hombros, y desvió la vista hacia sus pies, continuando con su equilibrio. Los brazos nunca se le cansaban.
-Oh –musité -. Lo siento, no debí preguntar.
-Oh, no –se rió, que al parecer era su fiel costumbre -. La vida es dura, Skylar.

Tragué saliva, mordiéndome el labio inferior, y bajé la mirada.

-Sí…

Stray - [h.s.]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora