Capítulo 51.

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-Skylar-:

Desperté tras el chipi-chipi de una gotera que caía sobre mi cabeza. Miré a mi alrededor, y me di cuenta de que no estaba en algún lugar que yo conociera, y no tenía pinta de ser una casa de familia creyente con exactitud. Estornudé sonoramente, tambaleándome, y pestañeé muchas veces hasta acostumbrarme a la falta de luz. Entonces comprendí los maravillosos efectos del cloroformo. 
Apenas pude inhalar cuando intenté recuperar mis latidos, y forcejeé contra la soga que me ataba a la silla, dando como resultado el desgarre de mi piel pálida contra las cuerdas áridas y calientes. Tosí, observando una gran cantidad de polvo agitarse frente a mí, y pataleé cuando me encontré tan cerca de una araña gigante que venía directo a mí. Intenté alejarme, pero la silla era demasiado pesada. Ella estaba cada vez más cerca. Emití un chillido y me di cuenta de mi estupidez. Pataleé para soltarme de las cuerdas, y ella seguía caminando hacia mí. Demonios, era gigante.
El chirrido de la puerta de madera resonó en toda la habitación, y mi atención fue retirada de la araña por completo. Un rostro amable y burlón se asomó a la puerta, y caminó hacia mí riendo en voz baja. Claro. El hijo de puta de Smith estaba detrás de todo esto.

-Vaya, vaya, vaya –rió a gruñidos -. ¿A quién tenemos aquí? –sonrió, caminando alrededor de mí con lentitud. Tragué saliva, intentando no mostrar signos de miedo. Porque, sencillamente, si tienes miedo, ellos van por ti. Supongo que las telenovelas me han servido de algo.
-Con que tú eres la chica de Harry –se frotó la barbilla con dos dedos, pensativo.
-No soy la chica de nadie. Muchas gracias –escupí. Bien, me estaba muriendo del miedo. Dios sabía quiénes eran esas personas y qué estaban dispuestos a hacerme. Pero, sencillamente, yo era conocida por nunca callarme y a mantener mi fama de respondona.
-¿A quién tratas de engañar, niña? –se inclinó hacia mí, levantando mi mentón para que lo mirara -. Todo el mundo sabe que estás hasta el cuello con Harry.
-Ah, gracias por informarme. Lo tendré en cuenta.
-Bien –sonrió -. Entonces supongo que ya sabes por qué estás aquí, atada a una silla.
-Asco. No hay manera en el infierno de que yo quiera verte desnudo. Ahórratelo.

Bajé la mirada, y sentí un fuerte golpe en mi mejilla, que hizo que yo girara mi cabeza bruscamente hacia la izquierda. Volví mi rostro hacia él con los ojos abiertos como platos.

-Si hay algo que me molesta, son las chiquillas respondonas –sonrió, mientras sus dos acompañantes se reían desde el fondo de la habitación.
-¿Cómo puedes pegarle a una chica? –hablé con altanería.
-Muy fácil. Sólo alzas tu mano, y la chocas contra tu mejilla. Así –volvió a golpearme la cara, y emití un lloriqueo de dolor agudo y breve, que resonó en el almacén ecoico. Solté el aire de mis pulmones, e inhalé débilmente. Mi rostro ardía.
-¿Qué es lo que quieres? –lo reté, respirando agitadamente. No me importaba estar muriéndome, yo no iba a demostrarle miedo.
-Que tu noviecito se entregue a la policía –respondió con acidez -. Ya estoy harto de que me persigan los gilipollas con uniformes.
-Ése no es mi problema, ni tampoco tengo que ver en nada con esto.
-Estás hasta el fondo, maldita zorra –apretó mi rostro entre sus manos, lastimándome -. Tú me has causado más problemas que tu propio novio. 
-Vale, ¿y qué se supone que vas a hacerme, eh? –arqueé una ceja, sonriendo con cinismo -. ¿Cachetearme hasta que muera?

Rió maliciosamente, y miró hacia abajo, mordiéndose el labio inferior.

-Cómo se nota que ese hijo de puta no ha sabido disfrutar de ese cuerpo –susurró. Lo observé con asco.
-Tú no sabes eso –arqueé una ceja.
-Yo podría hacerlo mejor –se mordió el labio, realmente cerca de mí. Arqueé una ceja, y le escupí en el rostro, haciendo que retrocediera con una mano en la cara.
-Me das asco –le recriminé. Con furia, me apuntó con el dedo tembloroso.
-Hoy te mueres, maldita puta –cerró el puño con fuerza -. ¡Te lo juro!


-Harry-:


-¡¿Me está jodiendo, no?! –grité. Tiré el papel al suelo, y Sheena lo miró con desdén, arqueando una ceja.
-Man, no enfurezcas de nuevo –John habló tras un suspiro -. s minutos. Suspiró.
-Eso vamos a encontrar –dijo -. Sólo cálmate, viejo. Ella debe estar por aquí.

Giré la mirada con soberbia, aguantando las lágrimas de rabia que se aglomeraban en mis ojos mientras apretaba los labios con enojo. “¿Mi vida, dónde estás?”

-¿Dónde hay sauces llorones en Arizona? –Sheena irrumpió en el silencio con su voz chillona. No levanté la vista de mis manos.
-En West Park –respondió John neutramente -. Pero es inútil, ya nadie va allí. Lo abandonaron hace años.

Subí la mirada de sopetón hacia ella.

-¿Sauces llorones, dijiste?

Ella sonrió hacia mí.

-Son árboles que lloran, ¿no?
Con temblor en las manos, tomé el volante, y giré el auto de golpe, dirigiéndome hacia el Oeste de donde estábamos. Ese cabrón no iba a quitarme a mi chica.


-Skylar-:


Sentí las manos de Smith correr de mis pechos a mi estómago, con su mirada bajando hasta mis bragas. Observé con lágrimas en los ojos mi pila de ropa en una silla oxidada de la esquina, y la desplacé hacia los dos grandulones que observaban todo con ojos lujuriosos. 

-Eres un asqueroso –escupí, y él subió la mirada.
-Un asqueroso que irremediablemente te va a hacer suya –sonrió -. Luego me dirás si tu noviecito es tan bueno en la cama.

Apreté los párpados, sintiendo las lágrimas hacerme cosquillas en las mejillas.

-No hagas esto –desvié la vista, recostando mi cabeza sobre la pared. ¿Qué más podía hacer? Estaba atada de manos sobre una pared donde nadie podría escucharme, con tres hombres mirándome semi-desnuda. Observé mi abdomen, donde las cicatrices larguiruchas todavía abiertas se desangraban; se suponía que ése era mi castigo cada vez que rechistaba o escupía, lo cual no me cansaba de hacer. 
Mordió una de ellas, produciendo en mí un grito chirriante, y él sonrió con insoportable cinismo.

-Harry va a venir –mascullé sin aire. Pero en realidad, lo único que intentaba era repetírmelo a mí misma.
-Sí, debe estar cerca –sonrió con ironía. Cuando sus manos se engancharon en mis bragas, escupí en su rostro y levanté una pierna, golpeándole directo en sus miembros. Ese gilipollas no iba a violarme. Yo era solamente de un hombre.
-¡Hija de puta! –bramó, estremeciéndome. Me jaló del hombro, y me llevó a rastras a través de un pasillo lúgubre y de poca luz, que daba hacia una imponente piscina, cubierta de hojas. Los gordinflones lo siguieron detrás; “justo como dos perros asquerosos”, pensé.
Me resistí imponiendo mi peso sobre mis pies; a continuación, jaló de mis cabellos alborotados y me tiró al suelo, el cual noté con mis codos. Solté un quejido agudo y me quedé sin aire, al tiempo que sentía un hormigueo en la totalidad de mis brazos heridos a golpes y cortaduras. Me puso bocarriba con uno de sus pies, y jaló una cuerda frente a mis ojos, los cuales iban en descenso.
-Te vas a pudrir en esa piscina, zorra –sonrió, y luchó contra mis pies deliberados que daban patadas al aire, mientras me retorcía al intentar salir de ahí. 

Mis pies atados dolían conforme las sogas me raspaban la piel, y un plástico transparente en mi boca impidió que yo pudiera hacer algún sonido audible. En pocos minutos me encontré de rodillas frente a una piscina de aguas ennegrecidas, con cientos de hojas secas flotando sobre ella, y difícilmente miré mi pálido reflejo sobre el agua, donde caían lentamente mis lágrimas. Me retorcí debajo de su agarre que jalaba desgarradoramente mis cabellos, pero lo único que lograba, era que mi cuero cabelludo se quemara tras imponer más presión sobre él. Lloriqueé debajo del plástico, gritando vanamente.

-¡SUÉLTALA! –bramó una voz ronca que estremeció cada uno de mis nervios. Mis ojos se abrieron como platos, y sentí un brusco empujón en mi espalda, que conllevó mi cuerpo hacia un puñado de aguas negras que golpetearon contra mis cortadas. Y, al subir la vista, me encontré con mi oxígeno esfumarse en un montón de burbujas plateadas que subieron hacia la superficie.

Stray - [h.s.]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora