Capítulo 74.

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Desperté apartando suavemente la mano de Harry en mi cintura, y él gruñó tras el leve contacto de mi mano temblorosa por el nerviosismo de haberme despertado de sopetón. Le eché una vista rápida. Todavía lucía como un ángel. Retrocedí lentamente hacia atrás, cuidando de no tropezar con nada, y corrí al baño, donde lavé mi rostro ignorando las grandes bolsas debajo de mis ojos, y desenterré de mi bolso ya preparado una blusa rosa pálido, un pantalón gris de pana y mis Converse negros. Sacudí mi cabello hasta atarlo en una coleta y bajé las escaleras tan rápido como pude, respirando agitadamente, y agarré las llaves del mostrador. 

Mi corazón latía con fuerza conforme Anne se acercaba hacia la dirección de Harry, y estaba segura de que él ya estaba despierto y en movimiento. Ya eran las once y media. Habíamos esperado tres horas en suspenso hasta que ella pudo arrancar el coche tras haber sostenido la palanca de retroceso con los ojos cerrados durante lo que parecieron horas. Y bueno, era lógico. Estaba a punto de ver a su hijo tras años de distanciamientos y especulaciones. Hasta yo podía sentir la sangre palpitar debajo de mi piel como si tuviera cientos de moratones regados por el cuerpo.

-No puedo creer que estemos haciendo esto –murmuró con su voz de soprano temblando. Sus manos estaban temblorosas apretadas en el volante, también. Lo apretaba tan fuerte que sus nudillos se habían vuelto blancos. Sentí mi corazón bombear contra mi pecho. Guardé silencio, mirando al frente. Pasaron unos instantes cuando ella soltó aire como un soplido por su boca.
-Y no sé cómo vaya a tomarlo –musitó, tragando saliva sonoramente. –He estado recibiendo estas notas, y…
-¿Qué? –le interrumpí, abriendo mis ojos como platos. -¿Notas?
-Sí –ella respondió como si fuera obvio. –Me confunden mucho. La que recibí ayer decía que Harry no quería verme.

Tragué saliva, sintiendo que mi estómago lentamente se encogía.

-Harry-:

Aparté los diferentes anuncios de “se busca” con la foto de Gemma, y diversas fotos de sus tantos peinados y colores de cabello. Los tiré todos a un lado, frotándome las sienes, y tomé otro sorbo de la cerveza entera. Mi estómago parecía querer explotar, también. De nuevo había recibido una nota esta mañana, atascada en un avión de papel con una piedra sosteniéndolo. Tenía tanto sentido como que mi cadena tenía un avión de papel, también, y había sido un regalo de Gemma. ¿Cómo el anónimo –Smith- sabía todo eso?
Si era cierto, el gilipollas ya estaba muerto. Haría que se fumara sus propias notas. 
Con amargura, releí por quinta vez la nota desdoblada una y otra vez.

“Me hiciste daño, así que yo también te haré daño. Destruiré tu vida, y la de tu hermana; la de tu linda novia, y la de tus perros amaestrados.
Esto no acabará hasta que yo lo decida.
-Un amigo”.

Apreté mi mandíbula. ¿Por qué Smith hacía esto? Yo no le debía nada. ¡Él me las debía! Intentar matar a Skylar, y ahora a Gemma. Enviaba notas, amenazaba a todos. ¿Por qué? Sólo, ¿por qué? Cuando estuve a punto de tomar un largo trago de la cerveza, escuché la puerta cerrarse lentamente y mis oídos aguzarse. Skylar se asomó tras el muro de la entrada, poniendo sus manos sobre él y sonriendo con picardía. Sus mejillas palpitando en rojo y haciéndose más grandes.

-Nena –alcé la voz.
-Hola –sonrió enormemente, balanceando sus caderas de un lado a otro. Ella insinuaba algo, y yo arrugué mi entrecejo.
-¿Qué pasa?
-Adivina quién vino a verte –ella dijo, apartándose. No pude comprender lo que ella decía hasta que vislumbré ese cabello negro caer sobre esos hombros delgados y pequeños, rodeados de una diminuta cadena brillante. Unos ojos verdes oliva se volvieron hacia mí achinados por una gran sonrisa, y lágrimas se asomaron en ellos. “¿Mamá?”.

Me levanté bruscamente de la silla, empujándola, y me quedé petrificado, mirando de Skylar a Anne, y luego a la mesa, a las fotografías de Gemma, la nota. Luego de vuelta a Skylar, a mi madre. Mis ojos se tornaban en un remolino al igual que mi cabeza y mi estómago. No podía creerlo. Ella no podía estar parada ahí ahora. Y, de todos modos, ¿por qué ella llevaba esa sonrisa en su rostro, cuando se supone que ella debería odiarme?

-Mírate –ella sonrió, dejando escapar un sollozo. –Eres altísimo.
-Apenas he crecido unos centímetros –desvié la mirada. -¿Qué haces aquí?
-Pues, um… Ella me trajo hasta aquí –señaló a Skylar con la mirada, y yo clavé mi mirada en ella. Una mirada de “¿qué-diablos-has-hecho?”. Ella, apoyada sobre la columna de cemento blanca, me miró como diciendo “te-dije-que-lo-haría”. Y sí. Yo debí haber sabido que ella haría esto. 
-Te ves… diferente –musité, evaluándola. 
-Ah, sí. Corté mi cabello –ella articuló haciéndome reír. Oculté mi rostro al bajar la mirada, mientras mis mejillas pugnaban por expandirse. Asentí con la cabeza y sonreí. Ella caminó lentamente hacia mí, sosteniendo su antebrazo con sus dedos pálidos, mientras sus lágrimas rodaban por sus mejillas sonrojadas. 
Sin decir otra cosa, la abracé tan fuerte que pude sentir los latidos de mi corazón bombeando contra mi pecho. Ella era más pequeña que yo, por lo que coloqué mi barbilla sobre sus hombros sintiendo sus sollozos en mi oído. Su voz seguía siendo tan dulce como siempre, y entonces recordé cuando ella cantaba. Siempre. Cada noche. La extrañaba demasiado, cada día de mi vida, sin apenas darme cuenta. Pero yo pensaba en ella.
Y ahora ella estaba aquí. Con el cabello corto y algo mayor que como la recordaba. Su sonrisa contagiosa en su cara. Abrazándome.

-No puedo creer que estás bien –ella acarició mi espalda. –Estás aquí.

Di pequeños círculos en su espalda cerrando fuertemente mis ojos. Ella olía curiosamente a yerbabuena, y todavía conservaba esa molesta costumbre de sobar mi espalda de arriba abajo. Pero supongo que ahora estaba bien.

-Skylar-:

Observé la escena sintiendo oleadas pequeñas de emoción, y algunas de tristeza. 

Anne tenía grandes ojos verdes y curiosos, sonrisa extremadamente bonita y contagiosa, y sus labios formaban siempre una sonrisa en su cara, aunque ella no estuviera sonriendo realmente. Cuando yo cerraba los ojos e imaginaba una mamá, perfectamente podría imaginarla a ella, como una madre. Pero con Amanda… bueno, ella era una estricta mujer católica sin tiempo que dar a su hija. Se burlaba de las modelos pasadas de peso de la revista Vogue, aún cuando éstas eran más que raquíticas, y nunca en su vida me había abrazado de esa manera. Sin embargo, la extrañaba. Tanto, que a veces simplemente ya no podía continuar sin ella.

Tragué saliva, y necesité de un momento para desviar mi mirada hacia las sillas del comedor, donde Harry me invitaba con la mirada. Me acerqué a pasos lentos, y me senté a un lado de Harry, mirando con lágrimas contenidas la mano fuerte de Harry entrelazar la de su madre, que era fina y blanca como la cal. 

-¿Cómo está Gemma? –Anne dijo, colocando su mano sobre su antebrazo extendido. Harry vaciló.
-No lo sé… Estamos buscándola.
-¿Estamos? –ella preguntó.
-Bueno, no estoy solo –él se encogió de hombros, y ella asintió con comprensión, y un toque de vergüenza. Bueno, no estaba sintiéndolo ahora, pero debía ser realmente difícil ser madre y desconocer que tu hijo hace arreglos de asesinatos. ¿O quizá de cómo los hacía? Debía ser muy duro. Pero ella lo apoyaba; aún cuando no era su mejor decisión, lo hacía.
Pero Amanda, que no tenía ni puta idea de lo que yo estaba haciendo ahora, ni de dónde venía Harry, ella simplemente se había limitado a echarme de casa cuando necesité de su ayuda. Ahora no estaba segura de si debía seguir queriéndola. Pero, diablos, ella era mi madre, de todos modos. Mi cabeza daba vueltas sobre su propio eje, y desvié la mirada hacia la mesa, mientras mis ojos punteaban de lágrimas.
-Cariño, ¿estás bien? –inquirió Anne, abriendo sus ojos grandes e ingenuos. Sorbí las lágrimas y limpié una con la mano, y empujé la silla hacia atrás.
-Sí –dije con voz temblorosa. Y antes de que pudieran detenerme, yo ya estaba de pie frente al espejo en el cuarto de baño.

Stray - [h.s.]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora