Capítulo 38.

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Bajé las escaleras una vez me hube desatado las manos de la robusta silla metálica, que me había cortado la piel de los brazos y algunas partes de los dedos, debido a la fuerza que había utilizado en zafarme. Tenía los dedos agarrotados y sentía las gotas espesas de sudor frío caerme por el rostro y el pecho, mientras las piernas me flaqueaban.

La enorme sala empolvada tenía el suelo roto, de donde había brotado maleza decían, más rápido de lo que se había tardado construir la casa. Luego de ser abandonada por toda la civilización existente, probablemente en el Planeta entero, sólo quedábamos los valientes que nos atrevíamos a entrar, aún cuando yo no tenía idea de cómo había llegado a parar ahí. Tropecé en algunos huecos brotados de áspera maleza y flores silvestres marchitas, ensuciándome los pantalones de tierra, al igual que las heridas de las manos.

Escuché un grito desgarrador que me hizo salir corriendo de la casa, espantada, como un conejillo de indias, y me tumbé al suelo al haberme torcido el pie con alguna piedra filosa. Me apoyé sobre los codos para mirar a lo lejos donde, a algunos diez u once metros de distancia, se encontraba una figura familiar con las manos robustamente atadas a un poste de madera, que quizá hubiese sido añadido ahí hacía millones de años, pues estaba astillado y opaco, inclinándose a la derecha, donde descansaba una hilera de arbustos enredados entre sí.

Sentía el viento gélido típico del sereno de una noche joven entrar y salir de mis pulmones a través de mi boca árida y ardiente. Eso me daba una señal lánguida, pero presente aún: No estaba en Arizona.


-¿Harry? –susurré con un hilo de voz. Él, desde lo lejos, me miró de reojo, y volvió a perder su vista en algún lugar infinito y recóndito. Sólo él sabría dónde.
-¡Harry! –intenté gritarle, para atraer su atención, pero todo lo que conseguí fue nada. Me arrastré con los antebrazos hacia él, emitiendo muecas de dolor debido a la posible fractura en mi pierna. Y, aún así, no conseguí avanzar más de treinta centímetros. Observé al lado de él, donde una profunda nube negra se lo comía, envolviéndolo en su aire mortífero y abrazador.
-¡Harry! –grité, potencialmente más fuerte comparando a lo anterior -. ¡Harry! –continué, sollozando cada vez más fuerte.

Entonces lo entendí. Estaba sola.

-¡Harry, no! –apreté los párpados, removiéndome incómodamente en la cama hasta por fin despertarme, tras haber abierto los ojos como platos. Mi respiración no era normal, el corazón parecía querer salirse por mi boca. Diablos. Otra pesadilla. Me volví a acostar, mirando el reloj de la mesita de noche. 9:46pm.


Recosté la cabeza sobre la almohada para releer la nota por quinta vez en el día, mientras me imaginaba las peores cosas sobre la persona que se escondía detrás de una firma ridícula para ponerme los pelos de punta. Y no era eso lo que me molestaba del todo… Sencillamente, era el simple hecho de saber que todos mis movimientos estaban siendo observados desde algún lugar, para luego ser anotados con fría tinta negra sobre un papel, haciéndomelo llegar de alguna manera. Desesperada, lancé el papel a un lado, escuchándolo golpetear contra algún lugar, y abrí los brazos sobre la cama, mirando al techo. Mi vida era una mierda. Todo me salía mal. Nada funcionaba. Nada cambiaba. A la mierda todo.

Cerré los ojos, apretando los párpados en un intento desenfrenado por escapar de mi propia mente. Ahora sabía que tenía mis cinco sentidos bien puestos cuando le dije a Danny que había una guerra dentro de mi cabeza, y debí haber aceptado su ayuda, porque definitivamente yo no sabía librarla sola.

Recordaba haber visto una vez una película en el auditorio de la escuela, junto con el club de surfing que se reunía todos los viernes para practicar en las costas. Una película que hablaba sobre el miedo, y al mismo del tiempo, del pánico. El miedo es sano, el pánico es mortal. El miedo protege, el pánico paraliza.

Recordaba también, que el protagonista se había dignado a escribir sus miedos en una hoja de papel taquigrafiado, con la intención de ir más allá de colocar un puñado de palabras en un papel. Él, recuerdo que se hacía llamar Jay, había escrito ese ensayo para Frosty, quien lo había leído mientras lo observaba surfear las imponentes olas Mavericks, a quien todos creían un mito. No había tenido miedo de hacerlo. Y, si yo hubiese estado en el lugar de Jay, de seguro que me hubiese ahogado en la orilla en un turbulento ataque de pánico.

Yo era tan cobarde.


-¿Por qué dejas la ventana abierta por las noches? Alguien podría entrar.

Abrí los ojos como platos inmediatamente, y sacudí la cabeza apoyada en la almohada. Él caminó hacia mí, y se sentó en el borde de la cama, mientras me observaba con sus ojos brillantes y claros. Me encogí de hombros y desvié la vista al pequeño balcón situado al lado del escritorio, donde un puñado de hojas se balanceaba atrapado bajo un pisapapeles rosa.

-¿Mal día? –me acomodó un mechón de pelo tras la oreja. Resoplé y tragué saliva, sin responder con una sola palabra.
-Bueno, mi día fue una mierda –apretó los labios, y me acarició la mejilla izquierda, que no se encontraba apoyada sobre la almohada de plumas sintéticas que mi madre había añadido hacía un mes.
-Tuve otra pesadilla –admití, mirando el techo despintado de mi habitación.
-Yo te oí, nena. Lo sé –musitó con aire protector, cubriendo mi mano con la suya, apretándola con suavidad.
-Fue muy real –casi susurré, pudiendo sentir el mismo ardor en el pecho que me había invadido durante casi toda la noche transcurrida. Me estremecí al recordar con mis cinco sentidos todos los acontecimientos.
-Deberías temerle a la vida, no a los sueños –dijo, entrelazando sus dedos con los míos. Suspiró -. ¿Y tus padres?
-Salieron –respondí, con poco ánimo -. Amanda dijo que me degollaría en la ducha si yo llegase a escapar de nuevo.
-Vaya –enarcó las cejas -. Suena incluso más peligrosa que yo.
-Dímelo a mí –lo corté, removiéndome con incomodidad -. Es una psicópata en potencia –suspiré -. Ambos.
-Tú sabes que yo puedo protegerte, incluso de ellos –arqueó una ceja con seriedad. Mierda. Lo decía enserio -. Yo podría…
-¡Son mis padres! –protesté, sentándome en la cama. Diablos, la cabeza me daba vueltas.

Me detuve, y vacilé durante unos instantes, observando nuestras manos que cada vez se unían hasta casi parecer una sola. 

-Harry… -lo miré -. ¿D… Dónde están tus padres?

Tragó saliva, y su mandíbula se endureció. Rápidamente apartó su mirada de mí y, suspirando, metió dos dedos dentro de uno de los bolsillos de su pantalón negro ajustado, que tanto resaltaba sus piernas largas y contorneadas. Vaya. Para ser un chico, tenía buena pierna. 

Sacó con cuidado un objeto que se fundamentaba de un aro de color marrón, con una red floja en su interior, y diversas plumas de colores cayendo y colgando debajo de éste. Lo observé con admiración, y necesité unos segundos para comprender que me lo estaba entregando.

-Espero que esa cosa sirva –comentó -. No quiero que vuelvas a tener sueños así.
-Todos están relacionados contigo –musité, observando el adminículo fijamente, detallando cada una de las hebras de las plumas, observándolas caer y agitarse con el viento.
-Precisamente –frunció los labios -. Es dañino que sueñes conmigo. Muy, muy dañino.
-Es precioso –Subí la mirada, ignorando sus acotaciones que, para ese momento, no tenían ningún sentido para mí, y que a veces sólo me parecían signos de modestia.
-Era el más grande. Me han dicho que esa cosa podría tragarse un dragón –hizo una mueca -. Esperemos que sea cierto.

Rodé los ojos, sonriendo.

-No me vas a prohibir que deje de soñar contigo –mascullé -. Nunca, ¿me has oído?

Lo envolví en un abrazo, rodeando su cuello y besándolo, también, mientras acariciaba una de las plumas escurridizas del atrapasueños que guindaba de mi mano.

Stray - [h.s.]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora