Capítulo72.

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Harry comenzó a acariciarme de nuevo, moviendo sus dedos lentamente por mi piel y empujando su respiración tibia directo hacia mi cuello. 


-¿Qué te envió a ti?
-Dijo que podría arruinarme. Que sabe algo de mí que podría destruir mi vida –respondí con frustración. –Bueno, más de lo que está.

Hizo una pausa, quizá pensativo.

-¿Cómo alguien puede saber todo de nosotros? ¿Y de la gente que conocemos? –musitó.
-Ustedes tienen equipos para eso, ¿no? Les permite rastrear personas y eso…
-Exacto. Rastrear personas. Pero no saber lo que piensan. O lo que sienten. El anónimo juega con nosotros como si fuésemos las fichas de un tablero de ajedrez.
-Y lo somos –le interrumpí. –Y ahora tu hermana también.
Harry suspiró, y luego chasqueó su lengua.
-Es como si la hubiese desaparecido del planeta. 
-¿Lo sabe tu madre? –le pregunté, y él detuvo su mano en mi cuello, vacilante. 
-No lo sé. Supongo –respondió con voz neutra, volviendo a acariciar mi cuello. Junté las cejas.
-¿Pero cómo? ¿No has hablado con ella?
-No. Y ella tampoco ha hecho el mínimo esfuerzo por comunicarse conmigo –de repente, su voz se había vuelto más grave y había tomado un semblante tembloroso. –No puedo culparla.
-Quizá no sabe dónde estás –le interrumpí. Mi voz estaba sobre la suya, y entonces me di cuenta de lo que él soltaba eran murmullos. –Es difícil encontrarte por… bueno, por lo… por lo que eres.
-Yo no la buscaría –masculló.
-¿Por qué no? Es tu madre.
-Nena, tú no lo entiendes… ¿Crees que puedo ir allí y dar la cara tras haber hecho todo lo que hice? –su voz temblaba. Quizá de rabia, impotencia… o de lo mismo que yo sentí cuando Amanda me rechazó. Un nudo en mi garganta algodonosa se formó antes de que yo pudiera contestar. 
Pero era cierto. Era exactamente lo que pasaba conmigo. ¿Qué tal si la madre de Harry lo rechazaba, tal como lo había hecho Amanda? Claro, mirándolo así, ya no era tan fácil decirlo.
-No –concluí al fin, con voz resignada.

-o-


Me conduje hacia una hilera de bonitas casas unas cuadras después del gimnasio. Ahora mismo podía sentirme como una acosadora, pero a la vez podría estar ayudando. O al menos mi intención era esa. Y eso debería contar algo, ¿no?
Miré a ambos lados mientras agarraba mi mochila fuertemente entre mis dedos, apretándola en mi hombro hasta que sentí mi muñeca arder. Mi labio inferior temblaba. Diablos, tenía miedo de hacer esto. Tragué saliva, y empujé mis pasos hacia delante, pensando que, si algo salía mal, yo podría correr a casa y fingir que esto nunca sucedió. Patearles el trasero a los policías y decirle a Harry que me habían obligado a hacerlo. Pero ¿a quién demonios engañaba? 
Levanté mi mano y miré el papel de cuaderno arrugado entre mis dedos temblorosos, y levanté la vista hacia una casa pequeña con incrustaciones de piedras fuera, y un auto sencillo aparcado a un lado. Arrastré mis pasos hacia la puerta de madera con el número de “62” escrito en una placa metálica, y toqué el botón blanco que profirió un timbre que me estremeció. Tragué saliva y volví a tocar. Ya tenía un plan; si nadie contestaba, yo simplemente me iría corriendo. E incluso, en mis adentros, yo deseaba que nadie abriera.
Pero la puerta fue abierta frente a mis ojos, y una mujer cuya tez pálida brillaba bajo el sol mientras sus ojos verdes se disparaban como dos esmeraldas radioactivas me miró, esbozando una leve sonrisita.
-Hola, ¿en qué te puedo ayudar? –ella dijo, apoyándose del marco de la puerta con una mano. Abrí mi boca para decir algo, yo no estaba muy segura de lo que debía decir exactamente.
-¿Es usted… um…? –me corté y volví a levantar el papel en mi mano. No recordaba su nombre. Leí hasta abajo, y tuve que juntar las cejas para entender mi propia letra garabateada. Segundos después, tragué saliva y subí la vista. –Um, ¿Anne Cox?
-Sí –pareció una pregunta. Quizá sí lucía como una chica loca ese día. -¿Qué necesitas, cariño?
-Uh… Soy Skylar Dayne –musité, arrugando el papel de nuevo en mi mano. El cabello negro lacio le caía sobre los hombros con despreocupación. –Yo… Sólo la buscaba para… Bueno, verá… Um… -alcé la vista hacia el cielo, suspiré, y continué. –Yo conozco a su hijo, um, ¿Harry? Bueno, él es… Larga historia. En fin, quiero decirle que él está bien, y está aquí.

Sus ojos se ampliaron al tiempo que las esmeraldas parecían ahogarse en lágrimas acumuladas en sus ojos. Suspiró, y tragó saliva.

-¿Quieres pasar? –masculló, apartándose de la puerta.
-Uhuh…

Stray - [h.s.]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora