Capítulo 39.

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Me subí encima de su cuerpo, jugueteando con sus rulos rebeldes y despeinados; estela y prueba de que mis dedos alargados habían estado presentes. Qué lástima que estábamos en mi casa, y no en cualquier otro lugar donde pudiéramos tener privacidad, sin correr el riesgo de que me castigaran por toda mi vida al salir con un asesino en serie. Que Dios me guarde si algún día lograba escapar de mi sometimiento.


Observé y detallé con incredulidad una serie de cicatrices y marcas que envolvían casi la totalidad de los brazos musculosos de mi acompañante, cuyos espacios “sanos”, por así decirlo, estaban cubiertos con tatuajes que, por algún motivo, me parecía que tenían una historia infinita escondida; aunque pareciese todo lo contrario.

-¿Qué hay de esas marcas? –inquirí, casi con los labios apretados. Él las observó fingiendo que no sabía de qué estaba hablando. Rodó la mirada hacia mis manos, que descansaban en su pecho, y la subió hacia mi rostro, suspirando.
-¿A qué hora llegan tus padres? –quiso saber. 
-¡Agh! –rodé los ojos -. Siempre zanjándome los temas –me quejé, frunciendo el entrecejo con molestia.
-He preguntado algo –arqueó la ceja, gruñendo. Tragué saliva, y no intenté ocultar mi disconformidad, cruzándome los brazos sobre el pecho.
-A las doce –respondí áridamente, mirando hacia la luz cegadora de la lamparita de la mesa de noche. Entonces, en un segundo, me encontré pataleando en los brazos de Harry, sufriendo un vértigo terrible cuando bajamos por las escaleritas de emergencia que conducían hacia el patio. Yo misma las había puesto allí con papá, cuando cumplí los cinco años. Y luego, casi mágicamente, todo quedó a oscuras, y mis manos se encontraron intentando abrir la puerta de un auto negro en movimiento.

-¡¿Qué haces?! –grité. Él, que en otra situación hubiese estado maldiciendo, se echó a reír sonoramente, como un niño pequeño, y apretó su puño alrededor del volante, mientras aceleraba y me hacía sentir que nos perdíamos entre la negrura. La velocidad del auto me hacía querer vomitar, al tiempo que mis oídos me torturaban al escuchar el motor del auto retumbar en ellos.
-¡Harry! –apreté los párpados, y aparté las manos de los seguros cerrados, situándolas en mi estómago. Mierda, mierda, mierda, Skylar no vomites, mierda, mierda, Skylar, contente… 
-El miedo es para cobardes, ¿recuerdas? –sonrió. Le lancé una mirada furtiva, apretando los labios, y desvié la vista, situándola en mis piernas, conteniéndome el estofado en la garganta. 
-Claro –gruñí, haciéndolo soltar otra risita.

-o-

-Espero que tengas una buena explicación para todo esto –gruñí, caminando detrás de él sin siquiera saber a dónde nos dirigíamos, siendo arrastrada por la fuerza de su cuerpo puesta en su mano, que envolvía la mía con fuerza, y me jalaba hacia él. 
-Siempre la tengo –me contestó por encima de su hombro, sonriendo. Su rostro, apenas iluminado por la lúgubre luz de la luna escondida entre polvorientas nubes de tierra. Rodé los ojos, y continué intentando no pisar alguna piedra y morir haciendo el ridículo frente a él. Sí. Eso podría pasar. Porque, una vez, a los once, se me había ocurrido la idea de subir al tejado de la casa para buscar una pelota, y entonces pisé la cola del gato de la señora Hardwick y caí ridículamente en el patio, rompiéndome una pierna y el robusto pasto raspando los moretones de mi espalda. Tuve suerte de que al menos no me había roto la columna. Y así, hay muchísimas otras experiencias traumáticas de mi existencia, tomando en cuenta las ocurrentes ahora mismo.

No paré de quejarme y de gruñir a través de toda la caminata. Pero su paso, sin embargo, continuaba rápido y constante, a través de lo que parecía ser uno de los tantos terrenos baldíos en los que yo había estado últimamente. Pero éste era especial. Solía ser el parque donde mi padre y yo veníamos todos los fines de semana al finalizar el desayuno, y nos quedábamos aquí hasta tarde, hasta que yo dormía en sus brazos y me veía obligada a irme a casa; aunque muchas veces, si mal no recuerdo, había lloriqueado para que me dejara acampar ahí. Ahora sólo quedaban ruinas. No sólo de ese viejo trozo de tierra; sino también de mi vida.

-¿A dónde se supone que me llevas? –lo acusé, espetando, mientras bajábamos un declive de tierra bastante inclinado para mi gusto. Apreté su mano cuando salté un ramillete de maleza que podría enredarse con la tela de mi pantalón, o con las cuerdas de mis Converse, e intenté no resbalar en el último pedazo -. Si mis padres llegan a casa y encuentran que no estoy yo allí; oh, Harry, créeme, que si me pillan… Ten por seguro que tú <<no>> estarás invitado a mi funeral.
-Bien. Ahora cierra la boca y abre bien tus ojos –ordenó con ironía. Resoplé, apartándome un mechón castaño del rostro vanamente, y miré hacia debajo de la pendiente, donde sólo flotaba un aura negra horripilante, equivalente a, en términos normales, un hueco profundo de vacío, donde alguna vez existieron unos columpios. De repente no pude evitar pensar que allí abajo podría haber cientos de cadáveres, así que me aferré a Harry, apretando su mano. El cual utilizó dos dedos de su mano derecha para levantar mi barbilla muy alto, hacia el cielo.
-Te has equivocado de dirección –sonrió, apartando su mano de mi rostro, y subiendo su mirada con la mía. Vaya. Esto era realmente cursi.

Observé boquiabierta el magnífico cielo estrellado que antes no había podido apreciar. ¿En dónde diablos estábamos? Yo nunca vi las estrellas con mi papá. Bueno, con Cyrus.

-Hoy es una noche de sorpresas, ¿verdad? –musité, mirando hacia arriba con admiración. Lo miré de reojo, él no apartó su vista, sólo sonrió, igual de admirado que yo. Como un niño podría mirar un juguete en una vitrina. Entonces, de repente, en mi mente quedó flotando una pregunta: ¿de verdad era ése el muchacho bipolar con el que yo me había enfrentado en la fiesta de Jake? ¿El hombre que había matado a una persona frente a mí? ¿El que había permitido que yo viese sangre correr? Vaya ironía.
-Ya no tengo tanto tiempo como antes para venir –dijo -. Pero siempre que puedo, me olvido de toda la mierda que es mi vida pasando las noches aquí –me observó, y yo fijé mi mirada en él. Se humedeció los labios con la lengua -. Contigo resulta aún más fácil.

Apreté los labios.

-G-gracias por compartirlo conmigo –balbuceé, con un nudo en la garganta, y acaricié sus dedos, vacilante. Me detuve de inmediato.
-¿Por qué hiciste eso? –preguntó con brusquedad, con su mirada hacia el cielo.
-¿Hacer qué?
-Continúa, Skylar –me pidió -. Yo no quiero hacerte daño.

Suspiré, y retomé mi acción anterior, sintiendo la piel suave de sus manos correr por mis nervios táctiles, sintiéndolos alrededor de todo mi cuerpo. Oh, Dios… No dejé de acariciarlo, y perdí mi concentración en el cielo, que brillaba como si tuviese un millón de diamantes incrustados en su oscuridad prevaleciente y abrazadora.

-Harry –lo llamé, mirando al suelo.
-¿Mhm? 
-¿Cuántos son ustedes? –me atreví a preguntarle. Sentí su mano apretar la mía.
-¿Quieres hablar de esto ahora? –cerró los ojos, resignado.
-Sí.
-Puedo decirte que la mayoría del tiempo, H es independiente –respondió, y asumí que se había puesto un auto apodo -. Pero al mismo tiempo, nunca estamos solos. Somos una especie de red.
-¿H?
-No lo sé –se encogió de hombros -. John y Matt me pusieron ese apodo. A veces lo uso.
-¿Puedo llamarte así?
-No.
-¿Por qué? –protesté.
-No quiero que te inmiscuyas en el trabajo, pequeña. Tú me distraes mucho de todo por lo que atravieso en mi vida… Bueno, si es que puedo llamarle vida.
-Al menos tú tienes una –arqueé una ceja -. Yo no tengo nada.
-Ay, pequeña –sonrió -. Te va muy bien ese apodo. Necesitas crecer.
-No viene al tema –puse los ojos en blanco -. Creo que ninguno de los dos tenemos una vida completa.
-Creo que ahora la tengo –apretó los labios, mirándome. Tragué saliva, sonrojándome.
-S-sí… Bueno… -mascullé, vacilante -. Quizá si yo fuese como tú…
-He dicho que no –me cortó -. Mira, te diré algo. No soy la persona más perfecta del mundo, o la más valiente, como tú crees. Deberías comenzar a mirar más allá de esa nariz –me guiñó un ojo, risueño -. No soy un ángel, Sky. He hecho mucho daño. Y es algo que nunca voy a perdonarme.
-Harry, tú… eres increíble… 
-No. Soy lo más creíble del planeta. Créeme –su mirada se intensificó en mí -. Espera todo de mí, ¿me escuchas? Todo. No confíes en mí, te lo advierto –arqueó una ceja con seriedad -. Y te lo pido como un favor.
-Yo no cumplo favores –solté, aferrándome a él.
-No te acerques mucho, Sky –musitó, con una vocecita espectral -. Está oscuro aquí dentro… Es donde mis males se esconden.
-Ya me has advertido demasiado –desvié la mirada, hacia el abismo oscuro que residía a un metro de nuestros pies -. Yo quiero quedarme contigo –lo miré, y me apegué a su cuerpo, acariciando su espalda con la mano libre. Suspiré para respirar su aroma enloquecedor. El verde de sus ojos intensos se materializó, dando paso a dos esmeraldas fundidas en mi rostro.
-Una última advertencia –masculló, mordiendo su labio inferior -. Intenta alejarte de mí, porque soy todo lo que te puedas imaginar.

Stray - [h.s.]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora