Capítulo 37.

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Me devané los sesos en busca de la manera correcta de articular con seguridad fingida, la misma escusa gastada que le ponía a todas mis recientes escapadas de casa, de la escuela, y de cualquier lugar en donde yo me encontrara. El problema era, que no recordaba cómo hacer que sonase convincente.


Cyrus arqueó una ceja, y se cruzó los brazos sobre el pecho. Jake me observaba con ojos bien abiertos y un rostro neutro que de repente me daba miedo. Tragué saliva.

-En casa de Alison, por supuesto –contesté rápidamente, sintiendo que mis pupilas se dilataban, y que mis ojos se volvían cada vez más enormes, haciéndome parecer alguna extraña marioneta humana.
-Si es así, entonces, ¿por qué estás tan mojada? –mi madre se levantó de la mesa, apoyándose en ésta con la palma rígida de su mano izquierda, cubierta de anillos de brillantes y un brazalete de oro que papá y yo le habíamos obsequiado en su cumpleaños número treinta y dos, cuando yo sólo tenía 4 años. Recuerdo que solíamos ser una familia homogénea y feliz, ungida en los valores cristianos, para entonces. Pero cuando eres pequeño, difícilmente logras reconocer los valores auténticos de una familia perfecta cuando los tienes bajo tus propias narices, hasta que entonces creces, y tus padres cambian, cambiando tú también. Ellos, distanciándose cada vez más mutuamente y tú, bueno, alejándote del mundo perfecto donde solías pasar todos tus días, y yendo a la Iglesia todos los domingos, soportando los sermones de mamá durante el camino, mientras mi padre se la pasaba casi las semanas enteras de trabajo. 

Porque a veces, la gente no se da cuenta de lo que haces por ellos, hasta que simplemente dejas de hacerlo.

Desperté de mi propio shock cuando mi padre se levantó de la silla también, observándome por encima de sus lentes de lectura redondos. Lo observé con los ojos brillosos y desesperados, buscando apoyo de algún tipo.

-Regresé a pie –mentí patéticamente, con voz temblorosa y la cara hirviendo. Observé aterrada los rostros de mis tres inoportunos acompañantes, cuyas expresiones no me presagiaban nada bueno. Jake bajó la mirada hacia sus manos.
-Jake… -intenté decir.
-Sube a tu cuarto –ordenó mi madre, golpeteando uno de sus tacones grises favoritos contra el suelo pulido. Le dirigí otra mirada a Cyrus, quien caminó hacia Jake, y le dio unas palmaditas amistosas en el hombro derecho.
-Ya escuchaste a tu madre, Skylar. Sube a tu cuarto –ordenó, sin dejar de mirar al cabizbajo Jake Montgomery, y luego le murmuró -: Creo que lo mejor es que te vayas a casa, muchacho.

Él obedeció, asintiendo levemente con la cabeza. A continuación, se levantó apesadumbrado de su silla, y se dirigió hacia la puerta acompañado de mis dos padres, quienes abrieron la puerta lentamente mientras yo daba pasos pequeños hacia las escaleras. 
Observé entonces, desde el tercer escalón, que Jake me dedicaba una mirada adolorida y decepcionada, que me hizo sentir una mierda. Rápidamente, corrí escaleras arriba y abrí la puerta de mi cuarto, sintiendo los pasos de mis dos padres venir hacia arriba.
Me tiré en la cama boca abajo, con los brazos cruzados sobre la cabeza, preparándome para el mismo discurso de siempre sobre que a mí realmente no me importa.


-¡Castigada un mes! –fue lo primero que dijo, o, mejor dicho, lo primero que gritó mi madre cuando se encontró arriba, de pie frente a la puerta abierta de mi habitación.
-¿Un mes? ¡Eres demasiado comprensiva, Amanda! ¡Dale dos meses, por lo mínimo! –espetó Cyrus. Hundí mi cara en el colchón, queriendo morir.
-¿Quién te ha mandado a llegar tan tarde, y encima mojada? ¡Oh, por Dios! ¡Teniendo aquí al mismísimo hijo de los Montgomery! –gritó mi madre, esta vez más cerca. Pude intuir que estaba parada a mis pies agitando su palma abierta, con un puño apoyado en su cadera revestida en un fino pantalón holgado de seda azul. Apreté los párpados. Como si con eso pudiese apretar también mis oídos.
-¿No crees que deberías haber sido más comprensiva? ¡Tan sólo de pararte ahí a dar excusas es una verdadera razón para reventarte a cachetones! ¡Qué vergüenza nos has hecho pasar! –gritó, histérica. Me removí, incómoda.
-¡Qué dirá de nosotros su familia! ¡Su padre, oh, por Dios! ¡Jake se lo contará todo, de seguro! Sabrá Dios qué reputación tendrá la familia Dayne de ahora en adelante –se lamentó. Podía sentirla darse palmaditas en la frente y frotarse las sienes -. ¡Y todo por tu culpa! ¡Tú nos has inmiscuido en un problema! ¡El chico te había traído flores, quería darte una sorpresa, hija mía! ¡Qué imprudente eres! ¡Su familia podría hacernos mala fama en toda Arizona si quisieran! ¡Y ni hablar de los contra…!
-¡Oye, basta! –me levanté rápidamente, tambaleándome un poco. Ella abrió sus ojos azules como platos, observándome con una ceja descaradamente enarcada, mientras se apoyaba el otro puño en la cadera libre -. ¿Por qué solo tiene que interesarte su familia? ¿Qué han hecho los Montgomery por nosotros? ¡Jake sólo era mi novio! 
-¡Era! –casi lo deletreó -. Tú muy bien lo has dicho, señorita. ¡Que por qué me preocupo! ¡Sus padres están inmiscuidos en algunos de nuestros negocios en el hospital! –espetó -. ¡Y con tu padre! ¡Oh, pero qué desconsiderada eres!
-Ya, vale, arreglaré las cosas con Jake mañana y aclararé que todo esto ha sido un malentendido, ¿listo? Adiós –espeté, tumbándome de nuevo en la cama.

Stray - [h.s.]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora