Le había dado solamente dos semanas a Danny Edge para dignarse a pararse frente a mí y exponer su despectivo punto de vista acerca de mí y de mi relación con Jake Montgomery. Pero su discurso había constado de un cortante y oscuro silencio, y ni siquiera se me había aparecido por delante. Ya era suficiente.
-¡Danny! –grité detrás de él, mientras luchaba por abrirme paso entre la multitud. Fingió que me ignoraba, pero no pudo evitar mirar de reojo, para luego seguir caminando. Suspiré, impaciente, y continué, acelerando un poco más el paso, convirtiendo mi lenta carrera en una caminata veloz y desesperada. Danny lo valía.
-¡Oye! –lo tomé de la mano, dándole la vuelta para poder mirarlo a los ojos. Su rostro enfebrecido sólo demostraba que la última persona con la que podría querer hablar en lo más remoto de los confines del Universo era conmigo -. Oye, escúchame –supliqué, agitada.
-Tengo clases –sacudió la cabeza, mirando hacia otro lado -. ¿Qué quieres? –volvió a posar su mirada en mí. Tragué saliva. “Mierda, ¿por dónde empiezo?”. Me lamí los labios para humedecerlos, sentía cómo las cejas se me inclinaban, cosa que sólo sucedía cuando el nerviosismo se apoderaba de mí. Era una especie de tic nervioso. Además, yo no esperaba que él… ya saben, se hubiese volteado para escucharme. Mucho menos ahí, mucho menos luego de todo lo ocurrido.
-Lo siento –escupí. No fue lo más inteligente de mi parte, pero era básicamente el resumen de todo lo que necesitaba decirle.
-Te mira como si quisiera hacerte daño –musitó, escupiendo las palabras al igual que yo -. Como si fueses una lujuria. Es ése mi problema. No quiero que te haga daño y luego verte por ahí lamentándote o lastimada, sintiendo el dolor en alguna de sus mil maneras, o por lo menos en la mitad de ellas –resopló. Podía palpar la furia en su voz.
-Escucha… -continuó -. No me importa haber recibido esos veintiún golpes. Sí, soy el único idiota que cuenta los golpes que le dan durante una pelea –rodó los ojos -. No me importa tener que ponerme hielo y carne en el ojo todas las noches para bajar la hinchazón, no me importa haber arruinado la poca reputación que me quedaba al agarrarme con Jake Montgomery. ¿Sabes por qué? Porque podría hacer cualquier cosa para no verte herida, Skylar Dayne. Porque sé que lo único que hará ese tipo es lastimarte, herirte, dañarte –gruñó, señalándome con furia mientras escupía cada palabra, llenas de despecho y resentimiento. Era inevitable que me recordara a Harry, aún cuando a éste nunca se le cristalizaran los ojos de lágrimas de furia -. Y no quiero. Así como tampoco quiero sentirme como el pobre idiota que siempre está esperándote aquí mientras tú te diviertes escondiéndome cosas. Porque es obvio que me ocultas demasiadas cosas, porque lo sé.
Suspiré.
-Yo… -arqueé las cejas, buscando alguna respuesta, mientras hablaba conmigo misma. “¿Es enserio, Skylar? ¿Vas a pelear por un tipo del que ni siquiera estás segura de si quieres o no?”. Mi obsesión seguía latente, no podía echar todo por la borda. No ahora. “Eres una gilipollas. Tú no sientes nada por Jake, es sólo un jugador de fútbol americano que no tiene nada de especial”, mascullaba el lado idiota de mi subconsciente, ése que manejaba Harry desde algún lugar de los confines del Universo.
Y luego estaba mi lado cuerdo; el que manejaba sólo yo y mi gastado sentido común. “No seas idiota. Lucha por lo que quieres”. ¡Joder! ¡Déjenme en paz!
-Yo no miento… No escondo nada –titubeé, aterrada. Me era prácticamente imposible tocar el tema, porque podía sentir un cuchillo deslizándose por mi estómago, de las manos perfectas de Harry. Me estremecí.
-Hace tiempo que no hablamos –recalcó -. Y quisiera hacerlo, Sky. Quisiera… saber lo que ocurre dentro de tu cabeza. Necesito saber qué piensas.
-No es nada importante –mascullé -. No me está ocurriendo nada. Sabes que si así fuera te lo diría.
-Mira, sé lo cerrada que estás y que tal vez esto no te ayude en nada, pero quiero que sepas que siempre estaré aquí. No voy a dejarte caer; te prometo que siempre podrás contar conmigo. Guau, sí que suena cursi. Pero eso lo sabes, ¿no? ¿Sabes que nunca jamás te voy a hacer daño?
-Sí, Danny. Lo sé, y ya cuento contigo, probablemente más de lo que piensas.
La sonrisa rota se extendió por su rostro iluminando toda su cara, dándome la oportunidad de volver a ver al viejo Danny.
-Entonces, todo está bien –sonrió. “No, no lo está. Te necesito, Danny. Sácame de ésta”, sollocé en mi mente, con ansiedad. Lo necesitaba. Necesitaba a Alison, lo necesitaba a él, a Jake, a toda la gente que me inspiraba confianza. No estaba acostumbrada a nada de esto, joder, estoy tratando con una banda de asesinos y me he liado con uno, no sé qué quieren conmigo y estoy segura de que no me dejarán en paz. Ayúdenme, alguien… por favor.
-Claro –sonreí, mordiéndome la lengua. Entonces, me envolvió en un inesperado y cálido abrazo, apretándome entre sus brazos como cuando éramos niños. Siempre ha sido más alto y fornido que yo, y pareciera que me lleva largos años cuando ambos tenemos diecisiete. Y justo ahora me sentía como esa niña de ocho años que depende de todos. Quería gritarle lo que sentía sin que mi vida corriera peligro. Pero no podía.
-Creo que será mejor que me vaya a clases –frunció los labios. Y entonces comprendí, el pasillo se había quedado vacío.
-¡Llámame! –grité con ansiedad mientras se alejaba. ¡Cuánto me hubiera gustado que Danny Edge hubiera sido mi hermano! Un hermano de carne y hueso, de modo que pudiera tener cierto derecho sobre mí y entonces protegerme de todo lo que viniese. Me imaginé una vida perfecta en la cual yo le contaba todo lo sucedido en el último mes, y él me protegería; y sólo entonces me sentiría segura. Pero mientras viviera la vida que vivía, tendría que sobrellevar esto sola. Era mi mejor amigo. Siempre lo querría, pero eso nunca jamás sería suficiente.
Entré en mi casa de golpe para sentarme junto al teléfono y morderme las uñas.
-¿Cómo te ha ido en la escuela? –preguntó Amanda, mi madre.
-Sí –contesté, y luego de unos segundos sacudí la cabeza -. Quiero decir, bien.
Me estaba volviendo loca.
-¿Cómo estás?
-Bastante bien. Salí del consultorio muy temprano –sonrió.
-Genial.
-¿Y cómo estás tú?
-De maravilla –mentí. Mentí desde lo más profundo de mi sangre y mis huesos. Mentí deseando gritar la verdad.
-Oh, bien. Acércate para comer –masculló, y entonces comprendí que desde hace rato estaba sentada en la mesa con su plato por la mitad. Me levanté de la silla sin dejar de mirar el teléfono y me acomodé en la mesa, esbozando una sonrisa incómoda.
-¿Papá sigue en el trabajo? –inquirí, mientras tomaba con dificultad un sorbo de agua.
-Sí. Tiene muchas cosas que hacer –respondió, con tono neutro.
-Ah.
El almuerzo consistió en silencio absoluto, de parte de ambas. Sólo hubo unos comentarios sobre el clima y mi real necesidad –según los criterios de mi madre – de comprarme ropa, porque últimamente me estaba vistiendo como chico. Tragué con dificultad al recordar el olor de la camisa de Harry, y todavía lo sentía. Era tan… Harry. Hacía que me picara la nariz.
Fregué los trastes en cuanto terminamos de almorzar y salí disparada hacia mi habitación, mientras esperaba con ansiedad la llamada de Danny, no muy segura de por qué quería recibirla, ni de qué le diría exactamente. Sólo sabía que la necesitaba. Ahora.
Pero así transcurrieron las horas. Lentas y agonizantes. En un segundo me encontré tirada encima de mi cama con los brazos abiertos y extendidos, con mi cabello tendido en abanico en la colcha y una respiración acompasada, dando vuelcos inesperados a veces. Él no me había llamado. Nadie lo había hecho. Miré mi celular, desesperada. Ni siquiera Alison. ¿Qué acaso ya no le importaba a nadie en esta puta vida? Tiré el teléfono a un lado. “Skylar… Acaso estás ¿dolida? ¿Deshecha, tal vez?”, sí, deshecha, definitivamente estaba deshecha. Más que eso. Destrozada. Adolorida. Confundida. Asustada. No sabía a qué dirección mirar, ni a dónde acudir. Tenía una especie de telaraña dentro de mi cabeza.
Me había preocupado en primer lugar, porque Harry había vuelto a buscarme, y yo había accedido. Fue una simple salida. Pero luego volvió a buscarme, esta vez había sido un encuentro físico, que había sabido detener a tiempo. Me había buscado más veces de las que debería, ¿por qué no me dejaba en paz? Y lo peor, sin duda alguna era que, yo acudía a él todas esas veces, porque sentía esa estúpida protección que solamente él me daba. ¡Qué irónica es la vida! Me amenaza de muerte si abro la boca, pero me siento segura estando con él. Tres veces. Tres putas veces. Demasiadas, demasiadas…
¡Cuánta suerte tenía de estar sola! Nadie comprendería. Ni siquiera yo misma lo hacía, en todo caso.
El sueño me invadió, dejándome tumbada en mi cama sin dejarme hacer un movimiento más antes de eso. Me había parecido una siesta corta, pero al mirar el reloj digital de mi mesa de noche, me di cuenta de que habían pasado tres horas y media desde que cerré los ojos.
Levanté el tronco con mis propios codos, y me quedé observando un lugar fijo por mucho tiempo, hasta que desvié la vista de golpe. Me froté los ojos y encendí la luz de la lámpara. Eran las siete y dos minutos de la noche, y sentía que no había dormido absolutamente nada.
Miré la luz lúgubre y nocturna que se proyectaba por mis viejas cortinas a través del balcón y las ventanas. Un descomunal despliegue de emociones me traspasó en un segundo. La primera fue la sorpresa; estaba alejada de todo rastro de sociedad y no esperaba compañía. Además, me sacudió una ráfaga de desgarradora esperanza cuando fijé la vista en la silueta y vi la absoluta inmovilidad y la piel pálida. La suprimí con ferocidad mientras luchaba contra el igualmente despiadado azote de la agonía cuando mi vista siguió bajando: debajo del pelo castaño estaba el único rostro que yo quería ver. Después vino el miedo. Luego la confusión, y el miedo de nuevo, ambos a la vez. ¿Era esto un sueño? Me froté los ojos de nuevo. Allí estaba. Me los volví a frotar, ahora más rápido. Otra vez. Allí seguía.
-Harry –sonreí lánguidamente, con cierta alegría. Era una reacción irracional. Probablemente debería haberme quedado con el miedo.
-¿Skylar? –preguntó; y a pesar de que estábamos en mi habitación, parecía sorprendido.
-Me recuerdas.
Le sonreí. Era ridículo que estuviera tan feliz porque un asesino cruzara mi habitación.
Esbozó una gran sonrisa.
-Esperé verte aquí.
Se acercó a mí dando un paseo, pero con expresión seria y cautelosa. Casi olvidaba lo de la última vez. Qué incómodo.
-Yo no –admití. Asintió con la cabeza mientras evaluaba la habitación, como si estuviese pensando algo.
-Perdona que no te haya avisado –masculló. Bueno, es un asesino con clase -. No calculo bien el tiempo a veces.
-Sólo vienes por las noches; justo en el único momento en el cual mi padre está trabajando y mi madre está ocupada –arqueé una ceja. Frunció los labios.
-Pero a veces sí lo hago –me guiñó un ojo. Asentí, tragando saliva, luchando para que bajara.
-¿Qué haces aquí? –inquirí, con una pizca de sumisión en mi voz. Se dio la vuelta hacia mí, acercándose un poco, cortándome la respiración. Dejó al descubierto su brazo sangrante con una cortada desgarradora en él que me revolvió las tripas.
-¿Quién te ha hecho eso? –susurré.
-¿De verdad importa? –sonrió, esbozando una mueca de dolor después -. Sólo espero que tengas alcohol o algo y estaré bien.
Asentí, nerviosa, y me levanté de la cama de sopetón, mareándome un poco. Odiaba recibir estrés justo después de despertarme, me ponía los nervios de punta.
-Quédate aquí –me giré hacia él, quien asintió aniñadamente mientras se sostenía la herida con la otra mano. Suspiré, me volvería loca.
ESTÁS LEYENDO
Stray - [h.s.]
FanfictionEn aquella fiesta del chico popular, no recuerdo por que motivo fui exactamente... Pero fue el peor error que eh cometido, Y en un segundo, mi vida no volvió a ser la misma. Dicen que es Oscuro, Misterioso y Agresivo, Pero él solo quería una cosa...