Capítulo 49.

105 2 0
                                    


-Tú… Suéltame –balbuceé, forcejeando débilmente debajo de sus manos que seguían sosteniendo mi brazo.
-Lo siento, oye –llevó una mano a mi rostro, el cual volteó suavemente con sus dedos para obligarme a mirarlo. Era guapo. Su rostro estaba impregnado de jovialidad y el sol calentaba sus mejillas, ruborizándolas -. Oye, lo siento, debes creerme un patán.
-Sí, de hecho –me defendí.
-Hey, calma –sonrió con ternura -. Ese día estaba totalmente borracho; no tenía idea de lo que hacía… y yo sencillamente lo hice. Lo lamento mucho.
-Te pateé la entrepierna. Puedo volver a hacerlo si no me dejas tranquila –lo amenacé escuetamente, con voz temblorosa.
-No. Por favor no hagas eso –rió -. Me dolió bastante. Creo que es una de las pocas cosas que puedo recordar bien.

Observé sus ojos azules brillar bajo el sol, que me miraban por debajo de sus gruesas cejas marrones, y su cabello rubio alborotado en picos brillantes. Retiré fuerza de mi cuerpo, y él entrelazó sus dedos con los míos, estremeciéndome.

-Mira, yo… -se frotó la nunca, sin dejar de mirarme -. Bueno, acabo de ver cómo te marchabas de ahí… En ropa interior –soltó una risita, y yo me ruboricé.
-¿Quiere decir que quieres intentar violarme de nuevo?
-De ninguna manera –sonrió con honestidad -. Sólo… Bueno, no me ha parecido bien el que estés así por las calles. Alguien podría intentar hacerte daño. 

Tragué saliva.

-¿Puedes sacarme de aquí? –inquirí, casi en un susurro débil que se esfumó de mis labios como el humo de un cigarrillo.
-Para eso vine –sonrió -. Tu novio viene detrás ahora mismo. Creo que ustedes dos se han peleado…
-Con más razón, quiero que me saques de aquí –musité, mordiéndome el labio inferior.
-Bueno, mi auto está justo ahí –dijo, señalando un pequeño Volvo rojo aparcado a un lado de la calle esparcida de la luz dorada del Sol intenso, y agitó sus llaves graciosamente con la mano que no estaba sosteniendo la mía -. ¿Damos un paseo? –arqueó una ceja, fingiendo actitud seductora mientras arqueaba una ceja con gracia. Se me escapó una sonrisa.


-Harry-:


Salí disparado por la puerta mientras maldecía todo a mi alrededor. Yo nunca dejaba de ser un estúpido, y ella nunca dejaría de ser tan terca. ¡Salir en ropa interior! ¿A quién se le ocurría esa mierda además de a Skylar Dayne? 

La sangre me hervía en la cabeza mientras la veía entrelazando manos con Smith, el maldito que me había desgraciado la vida por primera vez, y el mismo maldito que había manoseado a mi chica; el que se había aprovechado de ella y de su estado de ebriedad. Iba a matarlo ahí mismo, aunque sabía que ahí no era conveniente hacerlo.

-¡Skylar Dayne! –bramé con toda la fuerza que me permitió mi cuerpo, atrayendo unas pocas miradas provenientes de las casas de alrededor. Ella volteó respirando por su boca, nerviosa, y la mirada de su acompañante se fundió en mí, arqueando una ceja mientras sonreía con cinismo.
-No te atrevas a irte con él –la amenacé con el corazón en la garganta, sintiendo la sangre en mi rostro y fluyendo en mis puños apretados.
-Sácame de aquí –le susurró ella. Lo vi apretar su mano, y ambos corrieron hacia el Volvo, justo conmigo detrás intentando igualar su paso para llevarme a Skylar de ahí. 
-¡Skylar, él va a matarte! –gritó sonoramente una fina voz aguda. Entonces, el auto arrancó con fuerza, dejando a su paso nada más que aire. Volteé con los puños apretados hacia la figura de algunos metros de distancia, quien se sostenía el abdomen con los dos brazos, mientras temblaba como gelatina. Desvié la vista, y corrí hacia mi auto, que ahora me parecía que estaba jodidamente lejos, mientras escuchaba unos pequeños pasos detrás.

Toqué nerviosamente todos los botones del control hasta que logré encender la camioneta, y me introduje en ella cerrando la puerta con furia. Miré con incredulidad la ventana en la que unas manos realmente delgadas y pequeñas se asomaron. Bajé los vidrios con rudeza.

-¿Quién eres y qué quieres? –la interrogué.
-Déjame ir contigo –dijo con voz mesurada -. Soy Sheena.

Me detuve, y detallé su rostro con minuciosidad, observando en especial su cuello, en donde aún estaba esa molesta cicatriz. Medité rápidamente, y abrí los seguros del auto.

-Entra. 


Conduje por las calles en donde se suponía que Smith pasaba sus ratos, pero no era tan idiota como yo pensaba, y se la había llevado a otra parte. A matarla, a violarla, a lastimarla; algo iba a hacerle. Maldiciendo, miré de reojo a Sheena, quien miraba por la ventana con los brazos cruzados sobre su regazo, mientras palidecía conforme no encontrábamos nada. 

-¿Cómo conociste a Skylar? –inquirí a la defensiva. Ella volteó a mirarme con ojos tristes y bajó la mirada.
-En Oasis –musitó -. Quise alejarla de Smith.
-No te funcionó –la acusé, arqueando una ceja.
-Tú tampoco has logrado salvarla de ésta –se encogió de hombros. Mi rostro palideció, y me mordí la lengua.
-Mira, ¿vas a ayudarme o no? Están a punto de matarla y tú sólo parloteas.
-Yo sé a dónde la lleva –dijo, mirando al frente -. Pero no estoy segura.

Tomé mi teléfono sin dejar de mirarla, y marqué el número memorizado. No lo dejé hablar cuando contestó de golpe, con voz somnolienta.

-John –casi grité -. Llama refuerzos.
-Man, ¿qué te sucede? –tuvo que preguntar.
-No hay tiempo –respiré agitadamente mientras arrancaba el auto con furia, escuchando los neumáticos rechinar sobre el suelo de cemento -. Te digo que lo hagas. Skylar está en problemas.
-¡No me digas que la tiene el cabrón de Smith!
-¡Maldita sea, John! ¡Llama a los chicos ya, mierda!

Tiré el teléfono detrás con violencia, y Sheena me observó con ojos aterrorizados. Humedecí mis labios cuando giré el auto de golpe, dándome cuenta de que íbamos a estamparnos contra un árbol y a convertirnos en una galleta de Pickup. Respiré con nerviosismo sintiendo que no podía salir de mi propia mente oscura en ese momento. Me sentí inútil. Me sentí como un gilipollas. No había manera en el infierno de que yo pudiera entender por qué me sentía tan nervioso en este momento.

-¿Me vas a decir en dónde está o no?

Ella volteó, arqueando una ceja, retadora.


-Skylar-:


-Así que, ¿eres nadador? –musité, inclinándome sobre mis brazos, que rodeaban mi cintura. Él sonrió mientras conducía.
-Sí –respondió afablemente -. Desde hace algunos años. 
-Ah –sonreí con incomodidad, y miré al frente. No tenía vergüenza conmigo misma; mi madre me mataría si se llegara a enterar de esto. Dios sabía lo que podría tenerse entre manos este chico, pero sin embargo no me importaba. Yo podría morir e incluso seguir manteniendo el orgullo dentro de mí. Supuse que tan sólo quería asustar un poquito a Harry, y hacerlo sentir mal por haberme escondido algo tan importante. ¿Qué podría pasarme a mí? Yo no era tan gilipollas.
Pasaron segundos cuando me di cuenta de que en mi mente yo estaba tratando de tranquilizarme a mí misma, dándome constantes y repetitivas palabras de apoyo que no disminuían mi miedo. Se supone que eso es lo que pasa cuando tu subconsciente te grita que has hecho algo totalmente temerario y estúpido, pero tú misma te gritas que a nadie le importa si tú eres temerario y estúpido, porque de todas formas tu vida está jodida en este momento, y tratas de encontrar un escudo en el hecho. Tragué saliva, recobrando el miedo.
-He visto cómo te peleabas con tu novio –comentó, girando hacia una calle desconocida. Me humedecí los labios con la lengua.
-Él no es mi novio –musité. Se suponía que alguien ajeno a mí podría conocer a Harry, y meternos a la cárcel a ambos.
-¿Ah, no? –arqueó una ceja -. ¿Entonces por qué has salido con su camiseta y en ropa interior?
-Ocúpate de tus asuntos –resoplé, frustrada. De reojo, noté que apretaba sus manos contra el volante, y que fingía una sonrisa.
-Bien, vale –rió secamente -. Calma.
-¿Adónde me llevas? –pregunté con cautela -. Parece que hemos estado en el auto un montón de tiempo.
-Sólo estás cansada –se encogió de hombros -. En realidad llevamos muy poco tiempo aquí. Quiero que conozcas un sitio al que voy siempre.
-¿Qué sitio?
-Ahora lo verás –sonrió hacia mí. Tragué saliva y lo miré con incredulidad. 

Luego de lo que me parecieron unos minutos, una casita en ruinas con un magnífico alambrado hecho trizas a su alrededor se asomó por la ventana del auto. El Sol brillaba sobre nosotros, abrazándome la piel. Me dio pánico caminar sobre un montón de tierra y piedras que conducían a la puerta desbaratada. ¿Era éste un lugar idílico para él, entonces? Vaya.

-No puedo bajar –dije, mirando sus manos -. Ni he traído mis zapatos.
-Oh, no vas a tener que hacerlo –sonrió juguetonamente. Fruncí el seño. 
-¿Por qué no? –pregunté, con voz neutra.
-¿No sabes eso que dicen, de que no se habla con extraños?
-Qué demoni…

-Hola, linda.

Dándome la vuelta, observé la puerta de mi lado abierta y un grandulón asomarse, enseñándome sus repugnantes dientes amarillentos y su aliento impregnado en alcohol y cigarrillos de marihuana. Mis ojos se abrieron como platos, y un par de brazos fuertes se envolvieron a mi alrededor, mientras pateaba y gritaba al aire, sin conseguir buenos resultados. Las lágrimas cubrieron mis ojos mientras luchaba con los brazos que me sostenían, y un pañuelo blanco que había sido puesto en mi nariz.
Entonces, no hubo nada más que yo pudiera hacer, cuando sentí que la somnolencia se llevaba su parte de mí y en cuestión de segundos, mi cuerpo cayó lánguido sobre los brazos del tipo, y todo a mi alrededor se volvió negro.

Stray - [h.s.]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora