XIX.

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『 La evocación de un destructivo soñador 』

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La evocación de un destructivo soñador


«Estoy lejos de ti,

pero puedo soñarte»


...



— Qué... ¿Qué es esto? 

¿Por qué estaba sintiendo a Echo gritar su nombre con tanta desesperación? ¿Por qué podía notar su cercanía con tanta intimidad? ¿Por qué estaba ahora en este lugar, cuando lo último que estaba haciendo era romper el cristal que los separaba? 

¿Qué estaba ocurriendo? 

Lo último que recordaba de la vida real era su delicado rostro tras el tubo. Pero si hacía buena memoria, lo último que realmente recordaba sería su angustiosa mirada después de que él le dijera que se iba durante cuatro meses. Un tiempo en el cual lograría el poder de All for One. 

Todavía sentía el poder de su mirada. Esa, la que pedía con sus ojos grises, tan claros y cristalinos, en los que se podía reflejar cada emoción— incluida, y sobre todo en ese momento, la tristeza—, que no se marchase. 

Que se quedase con ella.

Esa fue la última vez que pudo verla sin algo bloqueándole el camino para tocarla ligeramente. Donde la despedida, fue con un tibio y casto beso presionado en el espacio entre su cuello y hombro.

Sin embargo, en los diminutos minutos de consciencia que de vez en cuando tomaban control sobre él, lograba escucharla.

Por todas partes. 

Hasta pensaba que hacía tan sólo unos segundos estaba a punto de quebrar el cristal, porque algo en su interior le decía inconscientemente que estaba en peligro. 

Era algo sumamente extraño, porque a veces, como en ese momento, podía sentirla. Pero aquella sensación abrumadora iba y venía como una ráfaga de viento frío en un invierno confuso. Y se había esfumado tan rápido, que no estaba seguro de si únicamente se trataba de su mera imaginación, tratando de mantener su recuerdo vivo a pesar de la tortura.

Porque ahora, sin una mera pizca de ella alrededor, sólo podía notar una cosa.

Un profundo vacío.

— ¿Dónde estoy?—  aturdido y desorientado, Shigaraki observó su alrededor. Era un lugar... Caótico. Apocaliptico, incluso.

Todo su entorno era una mezcla de destrucción y piezas volando sin parar por cada costado en el que elegía girarse. Era, como su interior, un vacío excéntrico y melancólico, donde parecía sólo quedar él y cenizas que iba reconociendo. Rompecabezas que, tras recuperar las memorias de su infancia, se conectaban a la perfección.

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