FINAL

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Erick y Joel jamás creyeron que sus corazones pudieran latir con una violencia indescriptible. No supusieron que podrían enamorarse profundamente de dos seres tan inocentes que los miraban con curiosidad. Todavía les cuesta asimilar que esos dos angelitos sean creación suya. Si en un inicio todo era tan diferente. Tan lejano a ese bello presente.

Las noches en vela no demoraron en llegar. Así como los malestares a Erick y el miedo. Miedo a ser un mal padre para sus cachorros. Miedo a hacer algún movimiento erróneo y lastimar a sus cachorros. Miedo a que Joel renuncie a su amor por lo feo que estaba. Sentía que su autoestima había decaído de un momento a otro.

—D-Duele —gimotea escondiendo el rostro en el regazo de su madre. Encoge sus piernas y se cubre con la mantita amarilla—. No quiero quedarme solito, con dos bebés. Y-Yo... Tengo miedo.

—Tu Alfa podrá ser tan estúpido...

—¡Mamá!

—De acuerdo. No dije nada.

—Tú...

—Confío en él y también en ti, mi pequeño. Todo este tiempo demostró ser un Alfa de admirar a pesar de su corta edad —habla mientras acaricia los cabellos sedosos de su hijo—. Sé que a veces soy muy entrometida y asfixiante, pero no es para sentirme superior a nadie. Quiero estar segura de que dejo a mi mayor tesoro en buenas manos, te entrego a un buen hombre. Y Joel realmente lo es.

Los ojitos de Erick se vuelven a humedecer, ocasionado que su corazoncito crezca y su lobito junto a su Omega sientan esa calidez que solo mamá puede transmitir en los peores momentos.

—Solo quiero verme bonito para él.

—Te veías hermoso incluso cuando el planeta Júpiter se metió en tu panza.

—¡Mamá! —vuelve a chillar, aunque está vez ocasiona que los pequeños rompan en llanto.

Y Erick también hace lo mismo.

Cuando Joel ingresa al hogar de la familia Colón, encuentra a su Omega con los ojitos rojos e hinchados, su nariz continúa moqueando y mantiene la vista fija en un punto inexistente. Los cachorros están profundamente dormidos, emitiendo bajos ruidos que un simple humano no podría escuchar en una primera estancia. Pero ellos, al tener los sentidos más desarrollados, sí lo hacían.

De forma lenta cierra la puerta y deja su mochila en el suelo. Es viernes. Los fines de semana son para su pequeña familia. Pronto comenzará a buscar trabajo, hacer lo posible para comprar su propia casa.

Camina hacia la cuna grande, acariciando sutilmente el rostro de sus cachorritos.

Son tan bonitos como su Omega.

El olor a tristeza de Erick hace que aparte la mirada. Frunce el ceño, se acerca cauteloso. Erick continúa viendo el suelo, perdido en sus pensamientos.

—Amor —saluda como cada noche, tomando asiento a su costado—. Mi precioso Omega, ¿qué sucede?

Le duele ver a su pareja en aquel estado, tan ido y distante. Consideró muchas veces abandonar la universidad justo como Erick hizo con su trabajo, y estar más con él. Pero sus padres no estuvieron de acuerdo, incluso Erick le había dicho que sería una idea muy estúpida sabiendo la oportunidad que estaría dejando.

Con ternura limpia las lágrimas derramadas, sonriendo a pesar de estar agotado.

—¿Todavía soy bonito para ti?

Joel queda anonadado con la pregunta.

Erick interpreta ese silencio como una mala señal. Rechaza el tacto de su Alfa, sus movimientos apenas son coordinados y ya quiere irse a encerrarse al baño, pero Joel no lo permite. Delicadamente sujeta la manito de Erick y hace que caiga sobre su regazo.

Omega celoso || JoerickDonde viven las historias. Descúbrelo ahora