23: Familia

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Si había algo que Erick amaba por sobre todas las cosas, era aquella historia que su madre solía contarle de pequeño. Para él significaba mucho, le parecía muy bonito que dos almas se junten mucho antes de haberse conocido.

Luna Azul.

Tal cual era el cuento, o más bien una leyenda oral traspasada de generación en generación, cada noche esperaba paciente en su habitación, jugando con sus pequeños deditos y sonriendo ampliamente de pura felicidad, soñando con su pareja destinada.

Claramente con el tiempo fue decayendo su ilusión, pensaba a cada instante si realmente era verdadero o no. Contaba los días, sabiendo que ese mágico suceso ocurría cada cien años. Es por ello, que las parejas destinadas son una en millón, casi nunca conocías la tuya, así que te conformabas con lo que la Madre Luna podía ofrecerte.

Y Erick estaba más que agradecido con aquella magistral luz de la noche, porque su Alfa era más de lo que pudo imaginar en sus sueños.

Faltan dos meses para finalizar el año, haciendo que cada vez la ansiedad lo consuma de a pocos porque eso significa alejarse de Joel. No el sentido de terminar con el cortejo, porque todavía no le pide para ser parejas, sino que el Alfa estará más pendiente con sus estudios y al Omega eso le genera tristeza.

—¿Todo bien, amor?

El rizado arruga un poco la nariz al olfatear su olor a preocupación, preguntando con la mirada qué aflige a su pequeño Omega.

Deja los vegetales sobre una fuente roja, caminando hasta Erick y sujetando su cintura con un poco de fuerza para elevarlo, termina sentándolo sobre la isla que hay en la cocina. Sus manos acarician delicadamente sus brazos, besando su frente con ternura mientras espera con paciencia a que hable el Omega.

A Joel no le gusta apurar las cosas, prefiere que Erick esté listo y se sienta seguro en todo momento.

Eso es lo que un Alfa debe hacer, respetar a su Omega por sobre todas las cosas. No imponer autoridad ante ellos, no hacerles sentir inseguros, no ocasionar dudas en sus pequeñas cabecitas.

Erick balancea sus piernas que se encuentran separadas a cada costado del cuerpo de Joel, apoyando su frente en su pecho y suspirando. ¿Cómo le explica que no quiere que lo deje solo? Sabe que su Alfa debe continuar con sus estudios para lograr cada cosita que se propone, y lo acepta. Pero su Omega, su lobito y él están tan acostumbrados a recibir sus muestras de afecto que simplemente le va a parecer extraño no tenerlo cerca a cada instante.

—No quiero quedarme solito —susurra muy bajito, alzando la cabeza y mirándolo directo a los ojos, quedando perdido en el color de ellos, en ese profundo café que le hace suspirar y enamorarse cada vez más.

La madre del ojiverde detiene sus pasos antes de ingresar a la cocina, sujetando por el brazo a su hijo mayor que estaba con los audífonos puestos. Su Alfa le indica que no debe preocuparse, que Erick está en buenas manos y que ese muchacho jamás lo va a lastimar, pero su instinto de madre le obliga a querer cuidar a su pequeño bebé.

—No iré a ningún lado, Omega —habla con calma, acariciando su mejilla y sonriendo cuando el chico se apoya en ella como un cachorrito en busca de afecto.

—Entrarás a la Universidad, ya no me verás seguido —forma un tierno puchero que el Alfa no demora en besar y ocasiona un fuerte sonrojo en su pareja.

—Claro que no, Omega. Siempre estaré contigo, tal vez no con la misma frecuencia de antes, pero buscaré la manera para que no sientas tristeza al tenerme lejos —asegura, rodeando su cintura y abrazándolo.

—¿Lo prometes?

La dulce vocecita de Erick lo transporta a otro universo donde solamente existen ellos dos, sin ninguna preocupación, no existe la tristeza ni la lejanía, solo ellos dos y sus cachorros.

Omega celoso || JoerickDonde viven las historias. Descúbrelo ahora