Las chicas Parkinson

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—No.

—Solo por hoy.

—No.

—Por favor, Sirah. Haremos lo que quieras.

—Actualmente no quiero nada, gracias. Así que no.

—¡Bien! basta de eso. ¿Cuanto quieres que te de?

—¿Disculpa?

—¿Cuantos galeones quieres?

—No me gusta tener que recordarte quién es mi padre. Pero su apellido comienza con M y termina con millones de galeones en el banco.

—Bien, me rindo. Eres imposible Sirah.

—Soy prefecta, lo cual es diferente, Blaine. No puedo darte permiso para ingresar licor a la sala común y armar una fiesta improvisada, un viernes por la noche.

—Lo cierto es —acotó Regulus, que se encontraba sentado junto a Sirah en el gran comedor, tomando el desayuno—, que no te está pidiendo permiso. Solo intenta avisarte.

—¿De que lado estás tú, Reg? ¿Debo recordarte por qué llevas esa placa con la letra P en tu túnica? —preguntó pacientemente, bebiendo de su tasa de té.

—Oye, no te enojes conmigo. Simplemente creo que sería bueno para todos —agregó el pelinegro, poniendo en el plató de su mejor amiga una de las galletas de avena que tanto le gustaban como ofrenda de paz—, si, incluyéndote a ti, que nos relajáramos un poco.

Sirah arqueó una fina ceja y miró a todos sus amigos que le devolvían la mirada expectantes. Una parte de ella quería negarles el permiso por haberse burlado de la broma que le gastó Orión la tarde anterior. Pensar en eso solo puso sus nervios de punta al recordar que esa tarde tendría que ir a la biblioteca para reunirse con él.

De pronto se sintió terriblemente cansada y derrotada. Tal vez ella también necesitaba una noche diferente para relajarse, y Merlín sabe que Orión Balck haría que deseara una cerveza de mantequilla al final del día.

Rodó los ojos

—Bien, pero solo hasta las 12. Y...

—¡SI! Mi mejor amiga es la mejor mejor mejor prefecta de todas —vociferó Dominique, llamando la atención de todo el gran comedor.

Sirah ocultó su sonrojo entre los gruesos rizos y pisoteó con fuerza el primer pie que encontró bajo la mesa, rezando que fuera el de Dominique.

—¡Auch! ¿Y eso por qué fue? —se quejó Scorpius a su lado, con los ojos entrecerrados hacia su hermana.

—Disculpa, creo que fue un calambre. ¿Por qué no mejor te terminas esa tostada? —preguntó en un susurro, fijando la vista en su plato.

Escucho la risa mal disimulada de Regulus y Thomas, que estaban cerca de ella, y comenzó a sentir su propia risa luchando por salir de sus labios. Toda la situación era ridicula.

—Claro, calambres. Papá siempre dice que nadie puede entender a las mujeres. Creo que tiene razón. —se quejó Scorpius haciendo reír a su hermana.

—Ya mejor vamos a transformaciones, el profesor Jones se ha puesto esta túnica azul que me encanta y no quiero perder ningún detalle —dijo Issa parándose de la mesa y esperando a que todos la siguieran para poder comenzar con la primera hora de tortura.

A Sirah no le podía importar menos el color de la túnica del profesor Jones, pero de igual forma siguió a sus amigos hacia el salón de clases, donde lo que menos hizo fue prestar atención. Todo lo que podía hacer era pensar en que haría Orión en la biblioteca, ¿debería ir?

No

¿Quería ir?

No estaba segura

Suspiró frustrada, decidiendo que era mejor invertir su tiempo en preparar la clase de transformaciones que impartiría el lunes. Tantos acontecimientos la habían distraído, se encontraba nerviosa y deseaba que sus padres se comunicaran con ella, aunque sabía que estaban realmente ocupados con los problemas en el ministerio.

Comenzó a golpear el escritorio con su pluma, algo que hacía cuando estaba nerviosa. Issa, que raramente se sentaba a su lado, le sostuvo la mano con un grácil  gesto y volteó para guiñarle un ojo.

Que tonta soy

A veces, olvidaba que no era la única que había pasado por cosas horribles de pequeña. Siempre que quería recobrar un poco se su valor, observaba a Clarissa.

Pansy Párkinson demostró su valor y su inteligencia cuando se unió a ellos en la tercera guerra mágica. Pero sin duda, el mundo no la merecía. No era una persona mala, al contrario: es increíblemente chistosa y sorprendentemente cordial cuando se lo propone. Pero no todos sobreviven a un corazón roto, Pansy tuvo que soportar 3 veces ese dolor. La última, dio fruto. Clarissa nació y desde entonces fue lo único que ha evitado que Pansy se fuera. No es la madre modelo, pero criar a una hija sola no es fácil y menos cuando su padre nunca apareció.

Sirah cree que la verdad es que el padre de Issa está más cerca que nunca y es por eso que Pansy se mantiene apartada de su hija. Nunca está en casa y se ha consumido por el licor. Draco, Theo y Blaise han tratado de ayudarla pero su principal preocupación siempre será Clarissa. Creció sola, sin el cariño que todos los niños deberían recibir y sin conocer a su verdadero padre, teniendo la certeza de que está vivo y a su alrededor.

Observó la mano de Issa rodeando la suya en un cariñoso gesto, y decidió que el mundo ha sido demasiado cruel con las chicas Párkinson, que no las merece y que haría lo que fuera con tal de ayudar a esas mujeres.

Al final, el día no resultó tan pesado como había creído, su mente pudo mantenerla apartada de Orión al menos por unos minutos y eso le sirvió para mentalizarse antes de entrar a la biblioteca.

Respiro hondo para llenarse de valor y paso a través de las grandes puertas, se mordió el labio y caminó decidida, tratando de mantener el corazón en su pecho, y los latidos desbocados al margen. Le sudaban las manos y le cosquilleaba la piel. Un solo recorrido le bastó para relajarse al darse cuenta de que Orión no había llegado, se sentó en su mesa favorita, que estaba junto al ventanal que daba hacía el campo de quidditch y esperó.

Nunca había imaginado que podría desear tanto la presencia de Orión Black. Y sin embargo, ahí estaba, esperando a la única persona que hubiera deseado apartar de su camino, pero que su corazón se empeñaba en elegir.

Sirah Malfoy ||  Tercera Generación || Donde viven las historias. Descúbrelo ahora