Visitando a un viejo amigo

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Lograr salir del gran comedor después de la llegada de la directora fue como un triste sálvese quien pueda. Sirah, por suerte, estuvo demasiado cerca de la entrada y logró salir antes de que todos comenzaran a descender de las escobas como si el techo del comedor fuera el infierno.

Se sentía culpable, lastimosamente lo hacia, era su culpa que Orión los hiciera ayudarlos con las velas y correr el riesgo de enfrentarse a la ira de la directora. Pero su mente estaba aún procesando las emociones nuevas que tenía después de haber visto a esa chica en la escoba con Orión, riéndose, con Orión, agarrando la túnica de Orión, viéndose tan tontamente satisfecha de si misma porque estaba con Orión.

Tuvo que irse, porque si no lo hacía estaba segura de que cumpliría con la amenazara y arrastraría a la tonta Tania hacia el bosque prohibido, y Dominique seguramente querría con ansias ayudarla con la amiga tonta de Tania... Talía... como se llame.

Los celos eran algo raro para ella, definitivamente no una emoción que sintiera a menudo. Y ni si quiera podía explicar la razón de sus celos, sabía que Orión no le haría daño a propósito, sabía que ella era la única chica de la cual estaba interesado, pero odió verlo con alguien más, incluso le afectó más que el beso robado de Victoire y eso no tenía sentido.

¿O si?

Sacudió la cabeza frustrada y aceleró hasta que sus zancadas se convirtieron en un trote ligero. Tenía que huir y no dejar que sus hermanos, sus amigos u Orión la consiguiera en ese estado lamentable.

Escuchó la voz del profesor Lupin al cruzar la siguiente esquina del pasillo y se detuvo en seco, con la clara intención de girarse y retirarse, porque espiar no era una de sus cosas favoritas. Pero la otra voz, destrozada y profunda fue lo que canceló su retirada.

—Te advertí sobre esto, hijo, te dije que salir con ese tipo de chicas podría tener consecuencias.

—No fue ella, no lo fue, papá. Conozco a Victoire, ella no haría algo así —Teddy dudó antes de seguir–. Ella me ama.

El profesor Lupin respondió con un tono tan bajo que Sirah no logró escuchar.

—¡Pero te he dicho que no fue ella quien lo hizo!

—No levantes la voz, Edward, tus amigos y tú ya han causado muchos inconvenientes por el momento —aunque el tono de voz del profesor era duro, aun se podía distinguir la preocupación—. No quiero verte sufrir más, hijo.

—Pero no me crees.

—¿Me culpas? Lo que dices no tiene sentido, porque a menos que alguien le lanzara una maldición imperio a Victoire, entonces ella fue completamente dueña de sus actos cuando te traicionó.

Teddy soltó un quejido por lo bajo que rompió el corazón de Sirah. Pero una duda aún más grande se plantó en su mente.

Dueña de sus propios actos.

Nadie podía asegurar que Victoire fuera dueña de sus actos. En realidad, justo en ese momento el mago podría estar controlando marionetas por todo el castillo, esperando el momento para atacar. Para destruir.

No podía quedarse más tiempo, tenía que descubrir quien era el mago, como usaba el espejo y cuando atacaría de nuevo. Estaban todos expuestos al peligro y todo era por ella.

Se giró con la intención de alejarse y tomar otro atajo, cuando se dio de frente con la figura alta y esbelta de Victoire.

Intentó que la sorpresa no se reflejara en su rostro. No la había visto desde el incidente del beso y definitivamente no recordaba esas ojeras que adornaban sus ojos.

Sirah Malfoy ||  Tercera Generación || Donde viven las historias. Descúbrelo ahora