Un muro duro

368 17 0
                                    


Pembroke, Gales. Reino Unido.
23 de diciembre 2010.

Los primeros momentos de tu vida que recuerdas.

Una mañana de navidad, sentado junto al árbol abriendo los regalos que te han dado tus padres.

Un viaje al lago, preparar la caña de pescar con tu padre mientras tú madre cocina en una hoguera improvisada.

Jugar a las cartas con tu hermano, recuerdas cómo aprendiste a hacer trampa gracias a él.

Las reuniones familiares, sentarte en las piernas de tu padre mientras lo ves hablar con tus tíos y abuelos.

El primer consejo de papá, el primer regaño de mamá o la primera pelea con tu hermana.

La primera vez que te caíste, raspaste tu rodilla y tú madre te cura mientras tú estás sentado en la tapa del retrete.

Viajes en carro con tu padre, mientras suena una canción tan vieja que ya no la pasan en ninguna emisora de radio, pero tu padre deja de ver la carretera para voltear y obsequiarte una sonrisa cargada de añoranza mientras dice <esta canción la cantaba tu abuelo cuando yo tenía tu edad>.

Ella no recuerda nada.

Sólo el miedo.

De lo primero que se percató al abrir los ojos, era del dolor. Por todo su cuerpo, brazos, muñecas, estómago, piernas, cabeza. Todo.

Desorientada, la pequeña niña de 9 años trata de sentarse, sus manos se apoyan en algo duro y frío y es ahí cuando se da cuenta de que está en el suelo, teniendo la certeza de que debería estar en un lugar más cómodo, pero ¿Por qué? ¿Qué estoy haciendo? ¿Qué debería hacer ahora? ¿Por qué no sé dónde estoy?

Se incorpora a medias, recostando su espalda contra la pared mientras parpadea una, dos y hasta tres veces tratando de apartar la niebla que no le permite ver su entorno. Y es ahí, cuando se da cuenta de que hay humo, y donde hay humo también hay fuego, eso explica la dificultad para respirar y el dolor en el pecho.

Quiere pararse, quiere correr y alejarse de ese lugar ¿Dónde estoy? Sus ojos se cierran contra su voluntad, ni si quiera el dolor la ayuda a mantenerse despierta. Una tos llama su atención, más que una tos es una risa ronca que le pone los pelos de punta y la hace parpadear en vano tratando de ordenarle a su cerebro que enfoque la vista y le explique si lo que está frente a ella es un muro o es la figura de una persona, tal vez se imaginó la risa, tal vez es el sonido del crepitar de las llamas.

El muro vuelve a reír y ahora también está hablando.

Qué tontería, los muros no hablan.

— ...morir — La voz del muro era ronca, resultaba desagradable, aunque puede ser por todo el humo del lugar, de pronto la niña se sintió curiosa de cómo sonaría su propia voz gracias al humo, sinceramente no recordaba el sonido que tenía su voz. No recordaba haber oído a alguien hablar antes que, a ese muro, que poco a poco cobrara una curiosa forma de cuerpo humano.

Trató de concentrarse para comprender lo que decía el muro frente a ella. Pero era tan difícil mantener los ojos abiertos, además el sonido de las llamas ardiendo intensamente a su alrededor la distraía ¿Por qué no había notado antes el calor que hacía?

— No te mataré, eso sería tan fácil — decía el muro frente a ella, el cuerpo de la pequeña se sacudió gracias al temblor que provocó una fuerte explosión cercana. Se preguntaba como el muro lograba mantenerse firme a pesar del caos — Debería matarte, lenta y dolorosamente, pero en cambio te dejar a tu suerte. Tal vez mueras en unos minutos, tal vez mueras en unas horas ¡Toda la escoria como tú terminará muriendo!

Sirah Malfoy ||  Tercera Generación || Donde viven las historias. Descúbrelo ahora