A merced del espejo II

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El silencio que le siguió a la declaración de Sirah se prolongó por lo que a Orión le parecieron horas. Su mente estaba en blanco.

Mi nombre es Athena.

El significado de esas palabras dejaron su corazón martillando a un ritmo desenfrenado contra su pecho.

Hija se Aldora Selwyn.

El apellido Selwyn vino a su mente y rebuscó en su memoria la razón de que le pareciera tan familiar.

Sangre puras. Habían creado una dinastía hace años y su desaparición espontánea había alarmado al mundo mágico.

Primero murieron los hijos de Claus. Nadie sabe cómo ocurrió.

Luego siguió la madre y el hermano del mismo.

Muchos dicen que Claus estaba loco, que se había suicidado por la tristeza. Pero era obvio que estaban equivocados.

Y al parecer, uno de sus hijos sigue con vida. Se dijo a sí mismo mientras observaba a Bastiaan que seguía detenido por los aurores.

Claus estaba allí, en el gran comedor, devolviéndoles la mirada con su terroríficamente rostro mutilado y quemado. Y Sirah, vaya, era un contraste definitivo al que según era su abuelo.

Pero tenían que el mismo perfil, debía admitir Orión. Una barbilla redondeada y pómulos altos.

Pero allí se acababan todas las similitudes, porque donde Sirah brillaba llena de cosas buenas, el hombre parecía un pozo oscuro que no tenía fondo.

Orion fue capaz de razonar unos minutos después, por lo que decidió que todo eso era una locura. Si él era su abuelo, ¿Por qué la usaba como rehén?

¿Por qué Sirah se veía tan miserable y aterrada? La observó y ella apartó la mirada con derrota. Le entraron ganas de vomitar al recordar todas las pesadillas que su abuelo la había hecho pasar. La vio observar sus manos e inclinar la cabeza como si esperara su final.

Gruñó bajo y luchó contra las restricciones invisibles que le ordenaban a su cuerpo que se quedara de rodillas.

—Imposible —dijo Draco desde algún lugar a su espalda–. Sirah estaba en un pueblo Gales cuando la encontramos. Sus padres eran Muggles. No hay nada de tu sucia sangre en ella.

El hombre río y una tos leve lo embargo. Rodeó a Sirah y le sonrió con una emoción que casi hizo que Orión vomitara.

—Ella es una Selwyn, no importa lo mucho que quieras convencerte de lo contrario –sentenció–. Cualquiera que conociera a mi hija Aldora, podría notar el parecido.

—Yo conocía a Aldora. Ella murió unos años después de su graduación. No pudo haber tenido una hija —dijo Draco con reticencia, aunque había un leve vestigio de duda que Orión pudo detectar—. Sirah tiene fragmentos de recuerdos de su madre.

—Athena —corrigió Claus— sólo recordaba lo que yo le permitía recordar.

—Pero no tiene sentido —Habló Hermione, su tono duro como el acero–. Los Selwyn son conocidos por sus rasgos, cabello negro, ojos azules, piel pálida...

—Eso era antes de que mezclaran nuestra sangre con los impuros —la interrumpió Claus.

Draco maldijo por lo bajo y Orión siguió luchando con todas sus fuerzas para levantarse, para correr hacia ella.

—No importa que Sirah tenga tu sangre, ella es una Malfoy, es mi hija y es parte de esta familia —sentenció Hermione con un hilo de voz, manteniendola firmeza—. Usted no tienes derecho a reclamar nada.

Sirah Malfoy ||  Tercera Generación || Donde viven las historias. Descúbrelo ahora