Don't stop me now

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Hogwarts es un lugar mágico, lo que hace que cada rincón del castillo sea especial, Orión ama Hogwarts, es su segundo hogar, y definitivamente tenía sus partes favoritas. Una es la sala común de Gryffindor, el lugar donde más tiempo había pasado –Claro, junto con el despacho de la directora– especialmente cálido y colorido. Su segundo lugar favorito era el aula de pociones, sin tomar en cuenta la humedad y el olor a especies y órganos de animales. El gran comedor también le gustaba, pero el patio trasero del castillo era su santuario. Con tantos árboles y flores diferentes y con una vista espléndida al castillo y el lago.

Por último, pero no menos importante, estaban las cocinas. Con una arquitectura anormal, las paredes llenas de sartenes y ollas, miles de estantes con panecillos, pasteles de caldero, trata de melaza y los famosos bollitos rellenos de queso y chocolate.

Si entras a ese lugar a media mañana o media tarde, se logran escuchar los grititos de los elfos mientras levitan platos y vasos, preparan distintas comidas y cuentan adivinanzas muy raras, todo eso al mismo tiempo. Orión admitía que admiraba a esas criaturas, cocinaban increíble y siempre trataban de atenderlos bien cuando ingresaban a la habitación. Por esa razón, Orión designó a las cocinas como la quinta maravilla de Hogwarts.

En la noche, después de la cena específicamente, ese lugar era otra historia. Había platos y sartenes sucios por todos lados, restos de comida y bebida, y un olor penetrante a pollo. Definitivamente no era tan maravilloso de esa manera.

—¡Merlín! Esto está vuelto una...

—Será mejor que no termine esa oración, señor Malfoy — habló la directora entre dientes.

Maxon rodó los ojos mientras murmuraba su humilde opinión. Una sonrisa se instaló en los labios de Orión, mientras negaba con la cabeza. Definitivamente no tenía ganas de limpiar la cocina, pero Maxon siempre podía hacerlo reír con sus idioteces.

—Bien, los dejo solos para que comiencen con su labor — dijo McGonagall, con una sonrisa que se agrandó más, al darse cuenta de las expresiones de tragedia que tenían sus estudiantes. —, será mejor que terminen antes del alba, los elfos adoran madrugar para iniciar con los preparativos del desayuno.

La mujer caminó a paso tranquilo hacia la salida, y volviéndose por última vez para dedicarle una sonrisa burlesca a sus estudiantes, salió camino a su habitación.

—¡Es increíble! — dijo James, pareciendo muy indignado — Creo que nunca había visto tan feliz a la directora.

—Eso es porque no conoces a las mujeres, Jaime — comentó Orión, con burla — Lava los trastes y no te molestarán por una semana.

James asintió de acuerdo, pensando en que, por esa razón su padre lavaba su plato cuando Ginny se enojaba.

—¡Ahh, No quiero lavar los platos! — murmuró Michael, soltando un gemido de frustración.

—¡Calla hombre! Esto va a ser divertido — dijo Orión, con su voz animada. Los chicos enarcaron una ceja, dudando seriamente sobre la salud mental del pelinegro. El chico chasqueo la lengua y rodó los ojos antes de hablar — ¡Vamos! Tenemos las cocinas para nosotros, solo nosotros. Maxon, saca tu radio y pon algo bueno. Fred, tú tiras los restos de comida. Abraxas y Michael, enjuagan los platos. James, te toca secar. Maxon y yo nos encargamos de las mesas.

—¿Por qué tenemos que hacer lo que tú dices? — gruñó James, sin embargo, se adelantó hacia el área de secado.

—¡Porque soy Orión Balck! — contestó el chico de ojos azules, con una sonrisa arrogante en sus labios.

Después de unos minutos de silencio, la música comenzó a inundar la gran habitación –gracias a un hechizo amplificador, cortesía de Maxon– deleitando a todos con la melodía de un piano, y la voz de Fredy Mercury los hizo sonreír con ganas.

Sirah Malfoy ||  Tercera Generación || Donde viven las historias. Descúbrelo ahora