La mano de plata

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El viento soplaba fuerte, helado y demandante haciendo volar el cabello de todos los estudiantes que reposaban en los jardines. Las clases habían terminado hace más de una hora y la mayoría de los jóvenes habían salido al exterior del castillo tentados por el cielo nublado de un gris hermoso y los árboles ensombrecidos parecían entonar un canto que los había arrastrados a todos bajo sus sombras.

Pero Sirah ya había pintado muchos paisajes lúgubres en su vida. Por eso, cuando Blaine y Thomas se sentaron a su lado para encerar el mango de sus escobas mientras hablaban en un tono de voz demasiado alto, decidió que era hora de dibujar lo que realmente no la dejaba dormir por las noches.

Pero Blaine, como siempre, no la dejaba concentrarse.

—Todo está en el equilibrio ¿quieres hacer un buen descenso acelerado sin morir en el intento? Pues solamente hay 4 jugadores que lo lograron y sobrevivieron para contarlo—Blaine tomó aire mientras Sirah rodaba los ojos—. Lo increíble es que tres de ellos son algún miembro de los Potter y mi orgullo es lo único que me impide pedirles un autógrafo.

Sirah casi le da una ovación a ese retazo de orgullo, aunque llevaba más de una hora escuchándolo hablar de quidditch mientras Thomas le dedicaba mimos a su escoba y ella pasaba el carboncillo rápida y diestra sobre el pergamino.

—Tal vez deberías pedirles el autógrafo, y de una vez aprovechas para integrarte a su círculo de amigos —murmuró Thomas, mirando con devoción su escoba—. Puede que ellos toleren más todo lo que sale de tu bocota.

Blaine sonrió de lado, tal como hacía cuando estaba dispuesto a iniciar una grata y civilizada conversación.

Sirah decidió, hay que darle el mérito por eso, que esa tarde no quería escuchar a Blaine destruir cualquier intento de paz y relajación que habían comenzado a forjar. Por lo que preguntó.

—¿Cual es el otro?

Blaine por un momento apartó su mirada asesina de Thomas para observarla a ella con la interrogante en sus ojos oscuros.

—¿Qué otro? —preguntó con una sonrisita de se justamente lo que me estás preguntando, pero igual te haré repetir la pregunta.

Sirah le devolvió la sonrisa, sigue intentando pequeño intento de serpiente vanidosa.

El otro jugador —repitió—, dijiste que eran cuatro los que habían hecho el descenso al infierno sin morir en el intento.

Blaine le dedicó una sonrisa demasiado pretenciosa.

—Deberías saberlo —dijo con un tono cantarín—, ya que es la misma persona con la que te revuelcas en ese salón de arte tuyo.

Thomas le hizo una seña obscena con la mano a Blaine mientras una sonrisa altanera surcaba los labios de Sirah.

—Solo estás celoso de que Orión Black este con ella y no contigo —se burló el castaño y pasó su atención a Sirah—. Además, sigue enojado porque no le dijiste desde el inicio que estabas con su ídolo.

Sirah rodó los ojos y volvió a enfrentar la mirada marrón de Blaine, había cierta verdad en lo que había dicho Thomas y ella lo sabía, lo sentía en ese pequeño ambiente que los rodeaba, tal vez había roto un hilo de confianza después de haber ocultado la verdad, pero esperaba poder repararlo.

A pesar de eso sólo entrecerró los ojos hacia el moreno.

—¿Debo preocuparme de tus intenciones con Orión?

—Deberías estar aterrada, si, no sabes lo poderoso que puede ser el encanto Zabini.

—¿Este es el momento en el que me dices que si le hago daño me romperás las piernas? —volvió a preguntar ella con una sonrisa ladeada.

Sirah Malfoy ||  Tercera Generación || Donde viven las historias. Descúbrelo ahora