A merced del espejo

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—¿Y entonces, que le dijiste?

Las hebras marrones, suaves y rizadas se aferraban a los dedos de Orión mientras acariciaba la cabeza de Sirah. No había nada más precioso para él que ese tiempo que podía pasar con ella entre clases, bajo la sombra de un árbol, donde el contacto era lo último que faltaba.

—Orión... —lo apuró ella, arrugando la nariz de esa forma tan adorable que le hinchaba el pecho de amor.

Volvió a pasar sus dedos por los rizos con adoración. El olor de Sirah llenaba su espacio como una marca que quedaría grabada a fuego en su mente.

—No puedo creer que me dejes hablando sola —lo reprimió Sirah, subiendo los párpados y batiendo las pestañas en un suave baile, dejando en libertad el asombroso marrón de sus ojos, mientras encontraba su mirada.

—Tienes los ojos más hermosos de este mundo.

Sirah abrió más sus grandes ojos, mirándolo fijamente mientras una pequeña sonrisa surcaba sus labios. Oh, joder, se declararía protector de esa sonrisa. Cuando Sirah se desmayó en la cabaña de Mary, justo después de oír la historia de Irina, comenzó a actuar de una forma tan poco usual que las alarmas mentales de Orión se dispararon como bengalas.

La había acompañado a la habitación principal y la había recostado sobre la cama con cuidado mientras la veía temblar y y salir de un aparente estado se shock que lo asustó como la mierda. Creyó que no la vería sonreír otra vez cuando el marrón de sus ojos se empañó por las lágrimas.

Le habló tan suave como pudo, la meció contra su pecho mientras la sentía aferrarse al cuero de su chaqueta, como lo haría si fuera un salvavidas y estuvieran en el mar durante una jodida tormenta. Recordó la mirada de espanto que le dedicó Maxon desde el umbral de la puerta y como se sintió identificado con el terror que recorría sus entrañas.

El punto es, que no creyó que la vería sonreír de nuevo de esa forma. Pero allí estaba ella, con la cabeza en su regazo, tres días después de la reunión, mirándolo con sus ojos marrones tan parecidos a unas castañas enormes y con esa sonrisa que solo le dedicaba a él.

Era tan jodidamente afortunado. Pero estaba aterrado.

—Do you remember when we used to sing? —cantó lo primero que se le ocurrió, sólo porque sabía que eso la haría reír—. Laying in the green grass. You, my brown eyed girl!

La suave risa que esperaba no apareció, pero no podía preocuparse cuando veía tanto amor en su mirada. Recorrió el suave pómulo con sus dedos, pasando por el lunar cerca de su ojo izquierdo y descendiendo hasta los labios llenos y rosados.

—¿Me dirás que le dijiste a papá?

—Sabes lo que le dije —murmuró él, con la vista fija en su rostro—. Puedes leerme la mente, Sirah.

—Sabes que no lo hago libremente, Orión —murmuró ella, con el mismo tono—. Además, siempre evito hurgar en cosas privadas. Prefiero que tú me las cuentes.

—Como aquella vez en que me llevaste al baño de los prefectos para...

—¡No sigas por ahí! —lo detuvo ella, con el rostro rojo al recordar lo que había pasado en ese baño—. Te hechizaré la lengua.

—Cuanta hostilidad —se quejó Orión, entre risas—. Pero si tanto quieres saberlo, le dije que no.

Sus ojos se abrieron como platos.

—¿Qué dijiste?

—Ahora me harás repetirlo —se burló Orión, rodando los ojos—. Le dije que no, N-O. No gracias, muy amable pero no...

Sirah Malfoy ||  Tercera Generación || Donde viven las historias. Descúbrelo ahora