¡Tan ciegos!

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La chica pasaba el carboncillo sobre el pergamino tan rápido y preciso como los años de práctica le habían enseñado, tan suave como una caricia trataba de recrear las imágenes que veía en su mente, esas imágenes que eran causantes de las ojeras bajo sus ojos por no dejarla dormir.

Pero no entiende, no logra comprender porque recuerda cosas tan insignificantes ¿Por qué no recuerda nada más?

— Relaja el ceño o te saldrán arrugas — dijo Regulus, quien desde hace 5 minutos había dejado de leer el libro que ahora reposaba en sus piernas y se había dedicado a escudriñar el rostro de su amiga. -Espero que lo que estas dibujando con tanto esmero, sea un retrato de mÍ.

La castaña no pudo evitar la sonrisa que se estampó en su rostro. Regulus, el chico que odiaba las fotografías lo último que querría era tener un retrato de su rostro. A pesar de que Sirah siempre ha pensado que tiene el perfil perfecto y que era un verdadero placer dibujarlo. Había escondido con recelo todos los dibujos que había hecho de su mejor amigo. Regulus concentrado en clases, Regulus comiendo, Regulus dormido en el césped, Regulus sonriendo. Se había propuesto descubrir cada faceta de ese chico y plasmarlo en papel, porque cuando dibujaba algo, se quedaba grabado para siempre en su mente, cada trazo cada y curva.

Recostó la cabeza en el tronco del árbol que se encontraba a su espalda mientras miraba nuevamente el pergamino que reposaba en sus piernas. Suspiró ruidosamente a la vez que arrancaba algo de pasto a su lado para luego tirárselo a su amigo.

Claro que, no le llego ni a las rodillas. El chico soltó una risita mientras le jalaba los pies a la castaña que soltó un grito de sorpresa al verse rodando por el suelo del jardín posterior del castillo, con un súper liviano Regulus Black sobre ella haciéndole cosquillas.

— ¡Basta!...AH Regulus no, por favor ¡Detente! — suplicaba la chica entre risas y gritos. — Perdón ¡PERDÓN!

— ¿Por qué te disculpas? — cuestionó el pelinegro, deteniéndose lo justo para que la chica respondiera.

— ¿Por qué me torturas?

— ¿Por qué me respondes con una pregunta? — le reprendió mientras comenzaba con su tortura de cosquillas otra vez.

— Basta Regulus... Mi estómago duele ¡Eh, eh! No. Por favor, en el cuello no — las lágrimas que caían por el rostro de la chica acompañaban sus súplicas y carcajadas. — No quise. Que esto. Pasara — se logró entender entre jadeos y risas. El chico se detuvo y la observó alzando una ceja, permitiendo que su amiga tomara aire profundamente y volviera a decir sin rastro de risas— Perdóname, es mi culpa que Dominique te haya... que ella haya hecho eso. Yo no debí decir eso anoche, pero nunca creí, no me imaginé que ella... que pudiera hacerlo. Yo, no sé que piensas ahora y no sé que sientes, pero es mi culpa y estoy muy... No puedo soportar que te enojes conmi...

El fuerte abrazo que le dio el pelinegro no le permitió seguir hablando, los abrazos de Regulus siempre estaban llenos de paz. — No es tu culpa, nada de esto es tu culpa. Nunca, escúchame bien Malfoy, nunca podría llegar a creer que tú podrías hacer algo para dañarme emocionalmente. Al menos no por voluntad propia, te conozco tan bien que he sabido que te disculparías incluso antes de que lo hicieras. — terminó de decir con una sonrisa tan grande que llenó de paz el corazón de la castaña. — Además, no recuerdo alguna vez en que te haya oído hablar tanto... !Eh! ¿Y ese pellizco por qué?

— Solo, cállate Regulus Black y lee en voz alta. — le ordenó Sirah mientras se volvía a sentar contra el árbol de antes y le tiraba a su amigo el libro que había terminado en el piso. Estiró nuevamente el pergamino y trató de darle forma a sus recuerdos escuchando de fondo la suave voz de Regulus.

Sirah Malfoy ||  Tercera Generación || Donde viven las historias. Descúbrelo ahora