Víspera del Encuentro

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Los chicos llegaron al albergue un poco más tarde de lo acordado, algo que no pasó desapercibido para el seleccionador. Al entrar,  él estaba esperándolos sentado en una silla de madera vieja de la cual se había encariñado mucho.

Al verlos pasar, les lanzó una mirada severa, dejando claro que quería que se quedaran quietos. Aunque los jugadores sabían que era una buena persona, pero llegaba a ser demasiado estricto. El capitán del equipo dio un paso al frente para recibir la reprimenda, consciente de que su compañero no tenía mucha cercanía con la persona que tenían enfrente y no lo consideraba su entrenador.

—Llegáis tarde. Ya os lo dije, no me gusta que os saltéis las normas. Antes, esto lo castigábamos con la pérdida de partidos, pero hoy lo dejaré en un simple aviso. No entiendo cómo es que no acatáis las reglas, si tú eres muy obediente y bueno —dijo, señalando al chico que se había adelantado. Luego desvió la mirada hacia el que estaba atrás—. Y tú eres el hijo de quien ya sabes.

El rezagado dio dos pasos al frente con una actitud desafiante, mirando al entrenador por encima del hombro. El otro chico se preocupó, pero no quiso entrometerse demasiado. Sabía que su compañero había tenido un debate interno por si marcharse de la selección o quedarse.

—Tú no me dices qué hacer y no menciones a mi padre. Gracias a él estás donde estás. No deberías ser nuestro entrenador y lo sabes. Tendría que ser él quien estuviera aquí.

—¡Joaquín García! ¡Estoy harto de tus tonterías y comentarios! ¡Vete a tu habitación! —El defensa pasó dignamente junto al entrenador y se dirigió a su cama. Antes de que se fuera, el entrenador le dedico una ultima frase—: Mañana hablaremos.

Matías se quedó ahí, de pie sin mover un músculo. Esperando las directivas que tendría el entrenador Rojas preparadas para él, esperaba alguna reprimenda o algo por el estilo. El seleccionador se volvió a sentar en la silla con dificultad y con la ayuda de un pequeño gemido, tenía una edad bastante elevada y el paso de los años le hacían mella. Apoyó su cabeza sobre su puño que a su vez estaba apoyado en el brazo de la silla y soltó un bufido.

—¿Piensas igual que él? ¿Crees que no debería ser entrenador?

—Ya sabes a qué se refiere cuando dice eso. —El entrenador lo miró, esperando una explicación—. El seleccionador era su padre. Es normal que esté dolido de que hayas tomado su puesto tan rápido. Pero, siendo el segundo entrenador, era lógico que asumieras el rol. Hiciste lo que tenías que hacer. Si no hubiera sido por ti, ahora mismo el equipo sería un caos y ni siquiera habríamos llegado a donde estamos.

—Gracias, Matías.

—¿Qué castigo voy a tener, señor? — de la forma más infantil que pudo, era una cosa que hacía inconscientemente pero parecía que funcionaba, siempre que ponía esa voz los demás se enternecían de él y le imponían castigos menos severos o sus reprimendas eran menos duras.

—Tu castigo será ir a ver a tu amigo y apoyarle. —Matías le dedicó una mirada extrañada—. Ahora estará rabioso y necesitará desahogarse. Pronto tendremos el partido contra la selección japonesa, y Joaquín es una de las piezas clave. Intentemos que esté despejado. —El entrenador le dedicó un guiño y una sonrisa afable.

Matías fue a la habitación de su compañero. Se lo encontró estirado boca arriba en su cama, con una pierna doblada y la otra por encima, los brazos detrás de la cabeza. Aunque sonreía, Matías sabía que debajo de esa falsa risa había rabia.

Hacía diez años que se conocían y desde el primer momento se habían vuelto amigos. Empezaron a jugar al futbol juntos en la delantera con apenas cinco años y Matías fue escogido para un equipo alevín mientras que a su amigo lo rechazaron. No pudo evitar sonreír con nostalgia.

Inazuma Eleven Go: ¡Mundial, allá vamos!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora