Ascenso

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Preston había quedado con Fred, el niño del portátil. Durante varios días, se encontraban para pasar el rato juntos; a Preston le encantaba la compañía del chiquillo, que para su edad, tenía un conocimiento impresionante.

Ese día quedaron en la área canadiense. Cada vez en una zona, buscando siempre algo diferente que hacer o explorar. La elección del día fue la recreación del jardín botánico de Montreal.

No le tomó mucho tiempo llegar, y nada más entrar, quedó maravillado. Desde el exterior, el área canadiense le parecía la más hermosa de todas. Repleta de zonas verdes, tenía más árboles que cualquier otra parte de la isla, incluso que Chile. Albergaba, incluso, una parte de bosque totalmente real, por donde transitaba el único rio de la isla y que formaba un lago en lo profundo de la foresta antes de continuar su caudal. Preston sabía todo esto gracias a Bay. El capitán, «Bueno, ex-excapitán», había explorado el bosque por su afinidad con la tierra.

Aún sin contar eso, el lugar era impresionante por sí solo. Los sitios turísticos de Canadá estaban bellamente recreados, sus edificios bien cuidados y el entorno estaba al lado del volcán, añadiendo un toque especial.

Preston entró en el parque botánico su primer pensamiento fue: «¡Esto es enorme!» Y no estaba equivocado. Un cartel explicaba la magnitud del lugar: "Un campo de fútbol tiene una longitud de media hectárea. El parque original tiene un tamaño de setenta y tres hectáreas, ¡lo que equivale a ciento cuarenta y seis campos de fútbol! Esta representación, sin embargo, está reducida a solo cinco hectáreas para aprovechar al máximo el espacio de la isla." El dato lo dejó boquiabierto.

Ya dentro, lo primero que vio fueron enormes terrarios llenos de flores de todos los colores imaginables: amapolas rojas, gerberas naranjas, girasoles amarillos, rosas virdifloras verdes, hortensias celestes, lirios de agua azules, azafranes morados, y muchísimas más. El despliegue de colores era capaz de alegrar el día a cualquiera, y Preston no fue la excepción.

Pero entre todas aquellas maravillas, había una que sobresalía por encima de las demás. Era una gigantesca figura de mujer, hecha completamente de plantas y flores. El rostro estaba compuesto de plantas verdes, mientras que su cabello, hecho de flores de distintos colores, caía en rastas hasta tocar el suelo. De los lados de la figura emergían dos brazos, también de plantas, y de una de las palmas brotaban dos cervatillos, mientras que de la otra surgía un águila y una fuente de agua, cuyo líquido caía creando un pequeño estanque.

Fue allí donde Preston encontró a Fred, quien también había sido atraído por la magnífica escultura.

Siguieron la visita juntos, admirando más esculturas florales: un soldado vikingo, un coche, una manada de gorilas, una mariposa gigante, un granjero, y muchas otras.

Después de recorrer la mayoría de las esculturas, se sentaron en un puesto de comida. Preston, que no había desayunado, pidió unos trempettes, que según la carta, eran una especie de tortitas fritas en aceite.

Mientras comían, charlaron sobre diversas cosas, pero Preston tenía un tema específico en mente, algo importante que quería discutir con Fred: la creación de una nueva supertécnica.

-Oye, Fred, ¿a qué selección apoyas? -preguntó, guiando la conversación hacia su objetivo.

-¿Y esa pregunta?

-Bueno, es que nunca te he visto en la grada, así que dudo que seas simpatizante de Japón. Pero tampoco te he visto animar a nuestros rivales, ni a Uruguay ni a Chile. Y la verdad es que la curiosidad me puede. -Fred se rió.

-No te lo voy a decir, quiero que lo adivines por ti mismo. Solo te diré que podría no ser de ningún equipo. -Preston estaba seguro de que apoyaba a algún equipo; sería raro que estuviera allí de no ser así.

Inazuma Eleven Go: ¡Mundial, allá vamos!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora