CAPÍTULO 4. Gèrard

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Gracias a las cicatrices, sabemos que nuestro pasado fue real.

Jane Austen

POV Gèrard

1918

Mi padre, Gèrard, había sido herido en la gran guerra al interponerse entre un superior y las balas del bando enemigo. Le quedó una cojera permanente que le apartó para siempre del campo de batalla. Pese a que tuvo que regresar a casa y fue condecorado por el ejército alemán, todo cambió. Alemania salió muy tocada de esa contienda. Devastada y arruinada, con mucho territorio perdido tras el tratado de Versalles, pero con muchos combatientes indultados, Alemania no volvería a ser la misma ni él nunca volvió a ser el mismo tampoco.

Llevaba casado dos años con mi madre, Mimi, una mujer bastante superficial a la que solo le importaba volver a recuperar un poco del estatus social que tenía antes de 1914. Su relación no era ni buena ni mala, ella quería posición y él un descendiente y esto llegó en noviembre de ese año.

Era un niño rubio de ojos verdes que apenas se hacía notar. Tranquilo y cariñoso, nunca tuve el amor de mis padres ni sentí pertenecer a nadie. Lo único bueno que hicieron mis padres por mí fue contratar a María nada más mudarse a Berlín tras la guerra. María vivía por y para mí, desviviéndose en atenciones. Era la única que realmente me quería en esa casa. Yo, sin embargo, amaba a mis padres con esa inocencia típica de la infancia y quería agradarles y que se sintieran orgullosos. Duró poco. Pronto comprendí que no servía de nada salvo para que me dejasen un poco vivir mi vida. Llevaba una vida muy estricta y austera. Lo que me hizo volverme tímido e inseguro. Por eso, cuando años después en un parque, la conocí al ir a despedirme entre lágrimas de mi tortuga, supe que ella sería, junto a María, el otro gran pilar de mi existencia.

1925

El ir por las tardes con María al parque se convirtió en una vía de escape a mis escasos siete años de vida. Temía que a mi padre no le temblara la mano para usar la violencia contra los mí si no se hacían las cosas como él consideraba correctas.

Era buen estudiante. Me gustaba el colegio y tenía mucha curiosidad sobre las cosas que pasaban a mi alrededor. Sin embargo, no sentía ninguna atracción por la carrera militar. No me gustaban las armas, ni los desfiles ni las condecoraciones. Ese mundo no era para mí. Tampoco me gustaba tratar mal a nadie. Prefería la diplomacia antes que el enfrentamiento y mi padre me echaba en cara que era un pusilánime, un blando y que se avergonzaba de que fuera débil.

Yo lloraba en silencio en mi cuarto. No entendía por qué mi padre era así, siempre tan autoritario, nunca dándome palabras de aliento o de afecto. Tenía pesadillas constantes. María me preparaba valerianas antes de dormir sin que mis padres se enterasen. Las pesadillas disminuyeron considerablemente cuando Anne entró en mi vida. Nunca me había reído tanto como con ella. Tanto como para que nos diera dolores la barriga. Nunca había tenido amigos y, sin embargo, nunca tuve problemas para contarle mis cosas. Ella siempre se mostraba comprensiva y alegre, y no le importaba que apenas levantase medio palmo del suelo. Se convirtió en mi confidente, mi compañera de juegos y mi amiga del alma.

1930

A los doce años ya tenía idea de mucho de lo que ocurría en mi entorno. Mi padre comenzó a hacer carrera política y apoyaba abiertamente al partido nacionalsocialista obrero alemán, liderado por Adolf Hitler, que prometía volver a llevar a Alemania a donde le correspondía para sacarlos de la miseria en la que se veían inmersos ya que eran una raza superior a las demás. Empecé a ver cómo en su casa entraban y salían miembros de ese partido y como mi padre se ausentaba durante días para ir a apoyar al partido en los diversos actos que hacían por todo el país.

Fräulein AnneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora