CAPÍTULO 18. El principio del fin

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Debemos estar dispuestos a renunciar a la vida que hemos planeado para poder vivir la que nos está esperando.

Joseph Cambell

1944

POV Anne

Cuando Gèrard llegó de Düsseldorf un par de días después de su marcha, parecía haber envejecido unos años. Sabía que la relación con su padre fue siempre mala o inexistente, pero le entendía. Era como una especie de síndrome de Estocolmo donde unos lazos invisibles hacían incompleto el poder desentenderse de la situación.

Dejó la pequeña maleta en el suelo y, al escuchar el ruido, Hanna y yo salimos de la cocina.

- Ya está. Se acabó - corrí hacia él y le abracé lo más fuerte que pude.

- Ojalá sea verdad. Mereces pasar página - le acariciaba la cabeza sin soltar el abrazo - Dónde está ahora, no puede hacerte daño.

- Lo sé. Espero que mi subconsciente también lo sepa.

Me dio un beso tierno en los labios y deshicimos el abrazo dejando que caminase hacia Hanna. Ella estaba parada en la puerta de la cocina e hizo un asentimiento con la cabeza mientras le sonreía.

- Yo también me alegro de verte Hanna. Ven - se acercó y también acabaron en un abrazo que hizo que mis ojos amenazasen con llenarse de agua salada - Voy a echarme un rato. Llevo varios días con la cabeza a punto de estallarme y necesito estar despejado. Os veo en luego.

Nosotras volvimos a las tareas y le dejamos descansar hasta que varias horas después bajó a comer algo. Parecía que las ojeras alrededor de sus ojos se habían atenuado un poco y tenía mejor aspecto. Le acerqué un café con leche y un analgésico.

- Toma - le tendí la pastilla - Cuando hayas terminado tengo que hablar contigo. No tengas prisa. Puede ser importante, pero puede esperar un rato más. Le dejé un beso en la cabeza y le apreté cariñosamente el hombro y me dispuse a salir a la parte posterior de la casa a recoger unas manzanas de uno de los frutales.

Me gustaba junio. Era un mes agradable y en el jardín podía llegar a imaginarme que estaba en otra parte del mundo, sin temer por mi vida o por la de gente que me importaba. Llevaba un pañuelo atado a la cabeza para cubrirla del sol. Faltaban un par de días para que cambiásemos de estación y los días eran cada vez más largos. Cargaba una cesta y la sujetaba con una mano apoyada en la cadera mientras cogía las manzanas del árbol. Al final, la cesta rebosaba y decidí que eran suficientes. Cuando la cogí del asa pesaba demasiado y tuve que agarrarla con las dos manos. Comencé a ver raro, cada vez más claro y, de pronto, solo oscuridad.

POV Gèrard

Anne llevaba mucho rato fuera y decidí salir para ver si necesitaba ayuda con la fruta. Al salir y verla a ella en el suelo con toda la fruta desparramada, grité.

- ¡Hanna, Hanna!

Salí corriendo a auxiliarla. Me agaché y le acaricié la cara mientras pronunciaba su nombre.

- Anne, Anne. ¿Qué te pasa, Anne? ¿Me oyes?

Estaba muy pálida y respiraba muy bajito. Su pecho subía y bajaba tranquilo y le tomé el pulso con un sudor frío recorriéndome la espalda. Hanna había venido alertada por mis gritos y le pedí que volviese dentro a por un vaso de agua.

Anne no despertaba y estaba empezando a entrar en pánico. Por favor, que no sea nada grave, no puedes llevártela. Me niego. Seguía acariciando su rostro cuando sus párpados empezaron a moverse. Los iris de sus ojos se toparon con los míos. También llevo su mano a mí cara.

Fräulein AnneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora