Las verdaderas historias de amor no tienen final.
Richard Bach
POV María
Cuando sus labios encontraron los míos creí que no me sostendrían las piernas. Su declaración tan repentina y tan apasionada, me había descolocado pese a llevar meses queriendo escucharle decir que me quería. Era cierto que me había hecho daño y debía saberlo. No se hiere a la gente que quieres. Pero le conocía desde siempre y sabía lo mucho que le daba vueltas a las cosas y lo inseguro que era. Entendía que no quisiera que nuestra relación de amistad se acabase si los sentimientos no eran mutuos porque a mí me pasaba igual, pero sus decisiones tuvieron el efecto contrario y casi acaban con una amistad de 20 años.
Ahora, le tenía literalmente pegado a mí con sus manos fundidas en mis caderas apretándome contra él. Mis manos estaban perdidas en su pelo, tirando suavemente de él, respirándole, respirándome; acariciándome, mordiéndome y queriendo hacer que perdiera la poca cordura que me quedaba.
Lo que empezó siendo un beso tímido y cauto, casi rozándonos con miedo, pasó, con los minutos, a algo necesitado, pasional y, lo que antes nos asustaba, ahora nos daba igual. Solo teníamos la necesidad de sentirnos, de besarnos, de acariciarnos y de olernos. Lo demás, sobraba. Nos molestaba la ropa sobre la piel y la maldita costumbre de respirar para sobrevivir. Me atreví a quitarle un par de botones más de la camisa mirándole a los ojos mientras él soltaba el prendedor que sujetaba mi melena en aquel moño ya casi deshecho. Jugó con las ondas de mis bucles mientras caían por mi espalda.
- No sé cómo has podido llegar a pensar que no te deseaba - su tono ronco me desconcertó y fue directo a una zona prohibida de mi entrepierna.
- Nunca lo pareció - conseguí decir.
- María, soy experto en guardar mis emociones, ¿lo has olvidado? - arqueó una ceja y pude intuir en inicio de una sonrisa, pero pronto dejé de pensar cuando comenzó a deslizar su lengua por el lóbulo de mi oreja. Jadeé sin poder evitarlo.
- No claro. Serias mejor jugador de cartas que abogado - dejé de hablar para centrarme en su cuello que estaba a escasos milímetros de mi boca. Vi subir y bajar su manzana de Adán y me pareció tan sexy que me excité un poco más. Cuando fui a desabrocharle otro botón, dejó mi oreja para mirarme con ojos encapotados y mover su dedo negándomelo.
- María, o nos paramos ahora o no sé si más adelante podré hacerlo - quizá íbamos muy deprisa, pero le conocía de toda la vida. Deseaba todo de él. ¡Al infierno con todo! O era él o no me entregaría jamás a nadie.
- No quiero parar Javi. No ahora. No cuando nos ha costado casi 20 años llegar a este punto. Ven.
Le agarré de la camisa medio desabrochada y tiré de él hacia mí. No había pulgada de mí que no estuviese pegada a la suya. Ni un resquicio de aire podía pasar. Noté su excitación a la altura de mi vientre y mis muslos se apretaron intentando calmar la sensación que había empezado a gestarse en esa zona. Nos besamos lento y profundo, haciendo bailar nuestras lenguas, compartiendo aire y saliva. Estaba en una nube. No quería que acabase, pero debíamos coger aire.
- Date la vuelta - dijo casi en un susurro.
Me giré dándole la espalda. Sus dedos cogieron la cremallera de mi vestido y comenzaron a deslizarla poco a poco dejando a la vista parte de mi ropa interior. Soltó la cremallera y llevó las manos primero al pelo, para ponérmelo hacia un lado, y luego hacia mis hombros para bajar las mangas mientras comenzaba a besar mi columna. Notaba como respiraba sobre mi piel mientras bajaba besando cada vértebra. Me ardía cada palmo que besaba y sus labios, a veces, dejaban aparecer su lengua que jugaba con cada lunar que encontraba. Parecía querer memorizar mi dermis. Tenía el vello de los brazos, ahora desnudos, de punta.
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Fräulein Anne
RomanceEn 1938, Anne se ve obligada a huir de su país por la tensa situación política, dejando atrás a su familia y a la persona que ocupa su corazón. La guerra cambia a las personas pero, ¿podrá el amor sobrevivir a la mayor guerra jamás conocida?