Nunca tuve miedo de perder a alguien, hasta que llegaste tú.
Danna Vega
1944
POV Anne
La casa de Amaia y Alfred estaba situada también lejos del centro de la ciudad. Era un barrio residencial burgués, pero sin ostentaciones. Tampoco es que el país estuviera para derrochar recursos y ellos venían de familias humildes y no sentían la necesidad de estar demostrado si su patrimonio era alto o no. Es cierto que había dos hombres en la entrada de la casa, uno era el chófer que nos acompañó a Amaia y a mí durante nuestras visitas al centro, y otro que no había visto antes. Gèrard me comentó al bajar del automóvil que el chófer era Roi y el otro se llamaba Flavio. Eran una especie de guardaespaldas privados, pagados por el propio Alfred. Discretos y efectivos, justo lo que los García necesitaban.
Subimos los escalones de la entrada y Gèrard llamó a la puerta. Una Amaia radiante vestida de negro abrió desde el otro lado. Su vestido era precioso, sencillo, pero elegante. Se le pegaba al cuerpo como un guante y dejaba ver que tenía una silueta envidiable. Llevaba el pelo semirrecogido y una gargantilla con una J era lo único que adornaba su cuerpo. Alfred apareció tras ella enseñando sus palitas separadas con una gran sonrisa.
- Vamos cielo no les tengas en la puerta - dio un beso en la mejilla de su mujer - Y vosotros, pasad. Tomaremos algo en la sala de estar antes de la cena y allí hablaremos más calentitos, bienvenidos - es verdad que abril no era un mes frío, pero estaríamos mucho mejor al calor de una chimenea que hablando allí en la entrada, a la intemperie.
Pasamos y realizamos los saludos de rigor. Alfred algo más comedido. Amaia lanzándose a abrazarme y espachurrarme contra ella y darme dos sonoros besos en la mejilla. Pronto, hizo lo mismo con Gèrard que se encogió de hombros riéndose tras dejar que también le abrazase.
Nada más cerrar la puerta me di cuenta de que nadie había venido de servicio a recoger los abrigos. No sabía si es que ya se había marchado a su casa o si, por el contrario, es que no tenían. Desde luego, si era la segunda opción era bastante inusual, pero sabiendo un poco como eran, tampoco me extrañaba que quisieran vivir su vida sin extraños de por medio. No todo el mundo disponía de un servicio tan leal como Gèrard. Aunque sus circunstancias fueran especiales. Tras quitarnos los abrigos Amaia me miró y tardó medio segundo en hacer que me ruborizase.
- Pero bueno Anne, si estás espectacular. Esa mujer ha hecho maravillas con el vestido, a mí jamás me quedó así de bien.
Todos me miraban y yo no sabía dónde meterme. Alfred sonreía ante las ocurrencias y espontaneidad de su mujer y afirmó con la cabeza cuando ella le pregunto si no estaba de acuerdo. Gèrard seguía teniendo fuego en sus ojos cuando volvió a repasar mi figura de arriba abajo.
- Sé que esta reunión es ociosa, pero necesito enseñarte unos documentos que tengo que enviar mañana. ¿Me acompañas un momento al despacho?
- Por supuesto Alfred, pero no sé yo si es buena idea dejarlas solas mucho tiempo. Si por separado son peligrosas, juntas pueden ser temibles. Temo por nosotros - Gèrard nos miraba con una sonrisa torcida y Alfred sofocó una carcajada.
- Anda, iros ya. Nosotras estaremos en la sala de estar tomando algo y pensando cómo arreglar los desaguisados que montáis. Por cierto, enséñale la maravilla que trajo Anne en el sobre de Friedrich.
Se marcharon hacia el despacho mientras Amaia me ofreció, en la sala de estar, una copa de vino blanco. El olor ligeramente afrutado y a madera se coló por mi nariz y me hizo cerrar los ojos y suspirar. Nos sentamos en un sillón.
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Fräulein Anne
RomanceEn 1938, Anne se ve obligada a huir de su país por la tensa situación política, dejando atrás a su familia y a la persona que ocupa su corazón. La guerra cambia a las personas pero, ¿podrá el amor sobrevivir a la mayor guerra jamás conocida?