CAPÍTULO 3. Fantasmas del pasado

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Cuando el tiempo pase y tú me olvides, silencioso vivirás en mí, porque en la penumbra de mis pensamientos, todos los recuerdos me hablarán de ti.

G.A.Bécquer

POV Anne

1943

El año llegaba a su ocaso. Apenas 15 días y se habría acabado. Era mi segunda vez en aquel claustrofóbico cubículo con paredes de piedra y el único agujero en el techo, por donde se colaba apenas la luz, pero a raudales el frío del invierno alemán. Esta vez, Shüller había tenido la deferencia de dejarme un par de mantas para no morir de hipotermia, aunque no sabía que era mejor, si sobrevivir o dejarme ir y que la oscuridad me absorbiese para siempre.

Me habían dejado un pedazo de queso mohoso, un mendrugo de pan duro y una jarra de latón llena de agua. Las dos quemaduras del antebrazo me ardían pese al frío que sentía en el cuerpo, así que opté por apoyarlas sobre la fría superficie de la jarra y calmar un poco el dolor. Cuando llevaba unas horas allí, el cansancio y todo lo vivido esa noche pudo conmigo y caí rendida.

No quería dormirme porque sabía que después de haber oído ese apellido, tan poco común en el ejército alemán del Führer, vendría a mí en sueños sin poder remediarlo. Estaba convencida de que, aunque fuera él, nunca llegaríamos a cruzarnos. Éramos miles en aquel campo pese a las decenas de bajas diarias. Y poco quedaba de aquella Anne que se fue de Alemania con 18 años. Mis rizos negros que caían en cascada por mi espalda ahora eran de apenas un centímetro con calvas diseminadas, mis curvas ya daban paso a los huesos se veían cada vez con mayor claridad sobre mi piel y mi alegría de vivir ahora había sido sustituida por una apatía que me embargaba por completo casi la totalidad del día a día, alternada con la rabia y la impotencia de no poder parar todo ese genocidio que ya llevaba cuatro años de aniquilación y masacre. Sí, mejor no verle o intentaría estrangularle con mis propias manos. No dejaría que mi corazón me mostraste débil. Mis sentimientos no podían nublarme el juicio. Además, tenía miedo de lo que verían mis ojos al cruzarse con los suyos. Menos mal que no lo averiguaría nunca. O eso creía.

1934

- Vamos Anne, ¿quieres decirme lo que te pasa? - llevaba un buen rato insistiendo en que le contase lo que me rondaba por la cabeza.

- No seas pesado Gèrard, no me pasa nada. Esas chicas son estúpidas y estiradas y no voy a dejar que me afecten sus tonterías.

- Pero sí te afectan. Estás seria y muy callada y no es propio de ti - vino rápido hacia mí y me abrazó.

Estaba empezando a cambiar. Apenas tenía 16 años, pero le veía distinto. La voz le había cambiado, resaltaba una nuez prominente en su cuello y, aunque no era muy alto, estaba más ancho de hombros. La pelusilla que años atrás tenía en la cara, ahora era más visible. Hacía un tiempo que había tenido que comenzar a afeitarse. Su pelo tan rubio de niño, seguía rubio, pero más oscuro. Los labios se veían más gruesos y carnosos. Iba a nadar dos veces por semana y el cuerpo ya menos redondo que en su niñez, comenzaba a tornarse atlético, torneado, mejor proporcionado. Y yo, había empezado a sentirme rara con gestos que antes veía de lo más natural. Por eso, cuando me abrazó y se pegó a mí, noté un cosquilleo en el estómago. El corazón comenzaba a latirme demasiado rápido y no supe reaccionar. Me quedé quieta. Él se dio cuenta de que no le devolví el abrazo y deshizo el agarre mirándome fijamente. Sus ojos verdes, incluso tras los cristales de sus lentes, me miraban confusos, pero intensos. Sentí que podía leerme como un libro abierto, que se iba a dar cuenta de que me ponía nerviosa como nunca antes. De nada sirvió desviar la mirada pues me sujetó la barbilla haciendo que no tuviera más remedio que mirarle. Decidí contarle un poco de lo que me había pasado por miedo a que mis incipientes y nuevos sentimientos hacia él fueran demasiado evidentes.

Fräulein AnneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora