CAPÍTULO 12. El vestido.

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No es la apariencia, es la esencia. No es el dinero, es la educación. No es la ropa, es la clase.

Coco Chanel

POV Anne

1944

A los cuatro días de mi enigmático anuncio por fin recibimos contestación. Tenía que ir yo a una zona de Berlín donde aún quedaban tiendas abiertas. Especificaba que, si aparecía con alguien, él no aparecería. Cuando se lo comenté a Gèrard su cara fue de decepción y, luego, la cambió por otra que manifestaba inquietud por tener que ir allí sin su protección. Estuvimos discutiendo un rato sobre el asunto.

- Anne no sé cómo hacerte entender que no te puedes pasear sola por Berlín. No puedo dejarte ir - sonaba exasperado. Llevábamos toda la mañana hablando de lo mismo. Hanna nos miraba de reojo, pero sabía que estaba de acuerdo con él.

- Mira Gèrard, si queremos que nos ayude con la documentación falsa de toda la gente a la que aún tenéis pensado sacar, debo ir. Tengo que intentarlo.

- No voy a volver a perderte. No ahora. No estoy dispuesto a arriesgar tu seguridad - seguía obcecado en su idea y necesitaba hacerle entender que o me dejaba salir o mucha gente moriría atrapada en esos campos infernales. Intenté usar mi último cartucho. Me acerqué despacio y me coloqué detrás acariciando su nuca lentamente.

- Gè, sé que es peligroso, pero solo será esta vez. Le convenceré de que la próxima vez me acompañes - metí mis dedos entre su cuero cabelludo y bajé el tono - Solo necesito que me acerquen a la zona con la excusa de una compra y esperen fuera a que acabe y listo. De vuelta a casa.

- Tiene que haber otra forma... La tienda donde tienes que ir, ¿de qué es? - bueno al menos se lo seguía pensando.

- Es una tienda de arreglos de ropa. No tiene por qué pasar nada - tenía la boca a escasos centímetros de su oreja y le noté estremecer.

- Hanna no puede acompañarte, no quiero exponer a nadie más. Déjame pensarlo y esta noche hablamos. Debo irme a la oficina, tengo que revisar varios albaranes de armamento. Siguen bombardeando fábricas y zonas de transporte de mercancías. Si nos inutilizan las vías de los trenes no podremos sacar más gente. En camiones es mucho más complicado y el número de presos se reduciría hasta casi desaparecer, hemos de darnos prisa - justo cuando iba a besar su oreja se giró en la silla y alzó su boca para atrapar la mía mientras me rodeaba con sus brazos. Chille del susto. Hasta Hanna soltó un amago de risa.

- ¡Gèrard! - dije alargando la "a" - Serás imbécil, ¡me has asustado! - y le di un manotazo en el pecho.

- Yo no asusto ni a una mosca, mentirosilla - me pellizcó el trasero y se levantó dispuesto a marcharse al trabajo.

La verdad es que me gustaban estos momentos donde nos picábamos como cuando éramos adolescentes e ignorantes de todo lo que se iba a venir después.

Esa misma tarde recibimos por sorpresa la visita de Amaia. Insistió en que tomase café con ella. Tenía una idea que proponerme y, de paso, fue la solución a nuestro galimatías con el tema de Friedrich.

- Anne, sé que no nos conocemos mucho y que no puedes salir de aquí, pero me encantaría poder convencer a Gèrard para que ambos vinieseis a cenar el sábado a casa - no entendía nada, ¿ella sabía lo nuestro? Creo que mi cara debió de ser transparente porque añadió - Verás, no quiero ser entrometida, pero conozco a Gèrard desde hace un par de años y jamás lo había visto como desde varias semanas hacia acá. Antes vivía en su mundo, como angustiado, siempre tan serio y callado. Alfred nunca ha tenido secretos conmigo y me confesó un día que Gèrard le había contado, por encima, parte de su vida y entre esas cosas había una mujer. Cuando Gèrard te trajo de Dachau y me pidió que trajera el violonchelo, y, luego, cuando vi cómo te miraba mientras tocaste aquella tarde... Lo tuve claro del todo. Estaba perdidamente enamorado de ti y a la vez sufría.

Fräulein AnneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora