CAPÍTULO 22. Ley de Talión

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Para luchar contra el mal, tienes que entender la oscuridad.

NALINI SINGH

POV Anne

No me gustaba nada por donde iba girando la conversación cuando comencé a servir la cena. Quizá luego tendría que cargar con la muerte de personas en mi conciencia, pero no podía arriesgarme. El presentimiento era cada vez más fuerte en mi interior y se iba poco a poco expandiendo como la bruma sobre la tierra. Algo me decía que tenía que actuar rápido. Cogí las dos tazas de café y eché una cucharada del arsénico que Marlene me había dado y lo moví hasta que se hubo disuelto. Luego eché azúcar y salí por la puerta sin llegar a cerrarla.

Avancé hacia la carretera y giré para llegar a los soldados unos metros más allá.

- Guten abend - ambos inclinaron la cabeza. No era la primera vez que les traía café.

- Guten abend. Como no sé cuánto se alargará la velada del teniente coronel, he pensado que les apetecería un café para sobrellevar mejor la noche.

- Gracias Fräulein - ambos cogieron las tazas y bebieron. No estaba muy caliente y dieron varios sorbos.

- Disculpen, pero tengo que entrar. Luego me paso a por las tazas.

No había llegado a la cancela de entrada cuando oí un ruido y casi al momento otro. Me giré y ambos hombres estaban tirados en el suelo, con los ojos abiertos, muertos. Corrí hacia la casa y fui a por el segundo plato. Debía salir rápido a la parte de atrás para avisar a Hanna y Ernest de que trajeran los cuerpos al jardín antes de que pudiera pasar un coche y viese a los soldados en el suelo, incluso podrían necesitar mi ayuda para arrastrarlos hasta allí. Pasé al salón y serví la comida, pero cuando me fui a retirar tropecé con un pequeño pliegue de la alfombra y caí de rodillas. La bandeja salió despedida manchando el suelo. Gèrard vino enseguida a ver si estaba bien. Fue un impulso y no podía enfadarme por eso, pero la mirada que vi en los cristalinos ojos de Greta me hizo sentir un escalofrío. Me levanté rápidamente y salí excusándome con que iba a por un cepillo y agua para limpiarlo.

En cuanto entré en la cocina, salí a la parte de atrás de la casa. Hanna y Ernest ya estaban allí.

- Gracias por venir - dije casi sin resuello - No me gusta nada como pintan las cosas. Hay dos hombres muertos casi al llegar a la carretera. Tenemos que traerles aquí, rápido.

- Nosotros iremos no vaya a ser que te llamen.

- Lo haremos más rápido entre los tres. Acabo de servir el segundo yo creo que al menos 15 minutos tendremos de margen.

Ellos asintieron y fuimos rodeando la casa para no tener que entrar. Nunca me perdonaré el haber tardado más de la cuenta. Al final, no tardamos mucho, pero yo tenía que llenar un cubo y volver a aparecer con él en el comedor si no quería levantar más sospechas. Los cadáveres estaban apoyados en uno de los árboles y Hanna y Ernest estaban recuperando el aliento, mientras yo llenaba el cubo.

Entonces, desde el interior, oí gritar a Gèrard. Se me heló la sangre y el cubo cayó al suelo mientras yo corría para comprobar qué había hecho gritar a Gèrard de esa forma tan desgarradora. Justo antes de entrar a la sala volvió a gritar y yo agarré la pistola que guardaba en el bolsillo interior de mi mandil y disparé.

La mano de Greta empezó a sangrar y el cucharón que sostenía salió despedido. Gèrard se había desmayado. Tenía media cara ensangrentada y parte de la mejilla colgaba de su cara. No, no, no. Además, tenía la camisa abierta y la parte del pectoral derecho cercano al esternón supuraba. Olía a quemado. Esa hija de puta le había abrasado el pecho calentando el cucharón.

Fräulein AnneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora