CAPÍTULO 11. Sobreviviéndote

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El amor no es un arte, es una pelea cuerpo a cuerpo por sobrevivir.

Jorge Díaz

1944

POV Gèrard

Anne me miraba mientras tomaba su té acurrucada en el sofá con una manta que la tapaba casi por completo. No había vuelto a mencionar a Greta desde que abandonamos la habitación y sabía que no lo haría. Me estaba dando tiempo a que ordenase un poco mis ideas para poder contarle sobre ¿nosotros? No, realmente nunca hubo un nosotros, aunque es cierto que estuvimos saliendo un tiempo cuando acabé la universidad.

Resoplé sobre mi taza de café y me acomodé junto a ella. Quería contárselo teniéndola cerca. Necesitaba que entendiese que Greta jamás había logrado traspasar las gruesas capas que cubrían mi corazón.

1937

Conocí a Greta en una de las reuniones a las que mi familia me obligaba a ir donde las altas esferas de las SS se reunían para ir gestando lo que acabaría ocurriendo un par de años después. No me gustaba ir, además de que yo no estaba nada cómodo con todas las cosas que decían ni con sus proclamas sobre la pureza de la sangre de los verdaderos patriotas arios y demás sandeces sobre la supremacía y el devolver a Alemania a la gloria que tuvo años atrás. Me revolvía las tripas. No solía juntarme con ningún hijo o hija de los compañeros de mi padre, pero no podía no aparecer en las comidas o las cenas de gala. Siempre había al menos una. Intentaba pasar lo más desapercibido posible y, normalmente, apenas participaba en las conversaciones pero, una noche, mi madre se puso especialmente insistente en que conociera a las hijas de un general. Eran una familia de la vieja aristocracia muy influyente en toda Alemania.

Tras el advenimiento de la República de Weimar y la aprobación, el 23 de junio de 1920, de la Preußische Gesetz über die Aufhebung der Standesvorrechte des Adels und die Auflösung des Hausvermögens (Ley prusiana para la abolición de los privilegios de la aristocracia y la disolución de sus Haciendas), los antiguos títulos nobiliarios de las familias de la aristocracia alemana fueron prohibidos, aunque se permitió a todas ellas convertir el antiguo título en apellido familiar que, asimismo, se transmitiría de padres a hijos.

El generan von Hayek era un hombre con una mirada severa, de rictus serio y que parecía estar siempre de mal humor. Se encargaba de la fuerza aérea alemana y llevaba a todos sus hombres con mano de hierro. Su mujer era un ser insulso que sólo sabía hablar sobre los cotilleos de la alta sociedad alemana, pero que apenas decía tres frases con coherencia sin perderse en sus propios argumentos. Era una mujer hermosa que vivía para ver a sus dos hijas llegar a tener una buena posición en la vida casándose con algún influyente militar o alguien con título nobiliario. Greta era la mayor, esbelta, rubia de tez pálida y ojos azules cristalinos. Era el ojo derecho de su padre y llevaba un año trabajando en el banco más importante de Berlín como secretaria. Era dos años mayor que yo. Y Olga, una adolescente de unos 14 o 15 años, que parecía una miniatura de su hermana, pero con los ojos de un azul oscuro y una mirada vivaz que no podía estarse quieta.

Mi madre insistió mucho en presentarme a Greta y, mientras bajábamos al comedor a cenar, no paraba de decirme todas las virtudes que tenía, de recalcarme que era noble y que sus padres eran una de las familias más respetadas de la sociedad.

La verdad es que apenas hablamos esa noche, su hermana no paraba de interrumpir cada vez que intentábamos hablar más de dos frases seguidas y todo se quedó ahí. No volví a ver a Greta hasta años después.

1941 - 1942

La volví a ver en un café. Estaba igual que la recordaba y me acerqué por educación a saludar. Estaba con una compañera de trabajo que se marchó casi cuando yo llegué y ella me pidió que me quedase un rato en su mesa y nos tomásemos un café.

Fräulein AnneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora