9. Adivina qué hay en la mochila.

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La habitación parece la sala más grande de un museo, esa que utilizan para exponer el esqueleto de T-Rex en mitad de la estancia, enorme y grande en todo su esplendor. A excepción de los huesos prehistóricos decorando el lugar. 

¿Os imagináis un esqueleto prehistórico en la planta más alta de una fábrica abandonada? Menuda pasada.

Distintos tipos de colores de luces led aparecen frente a mi campo de visión. El techo es imponentemente alto, con largas columnas que parecen alzarse como torres dando la sensación de ser capaces de tocar el mismo cielo. 

Las paredes, de ladrillo, están decoradas con dibujos grafiteros. No hay nada de pintura en ellas, solo spray. Spray, dedicación y muchos horas invertidas en todos los dibujos que decoran las paredes.

En la parte derecha de la habitación hay un sofá en forma de "L" empotrado en la esquina, frente a él un par de mesas enmoquetadas en color verde, por supuesto hechas para jugar al póker, o a cualquier juego de cartas. 

Se oye música procedente de diferentes tipos de altavoces distribuidos por toda la sala. Da igual en qué parte te encuentres, lo escucharás a la perfección. 

En el centro se ve la televisión de pantalla planta con más pulgadas que haya visto jamás en la vida. Incluso más grande que el Home Cinema que teníamos en la sala de películas en la mansión. 

Hay un sofá de cuero negro muy largo frente a ella, un par de butacas a cada costado y, sentados sobre ellos un puñado de adolescentes juegan a un videojuego, ríen y se gritan entre ellos cuando las cosas no parecen salir como esperaban en la partida. 

Un poco más a la izquierda, una partida bastante reñida está teniendo lugar en una mesa de billar. Después hay un futbolín también rodeado de chicos. 

Y en la esquina de la izquierda, una bola de discoteca cuelga del techo y da vueltas rodeada de cientos de focos de luces de colores que iluminan una pista de baile donde cuerpos de adolescentes se balancean moviendo sus caderas al ritmo de la música. Veo un sin fin de cuerpos frotándose contra otros cuerpos. 

Cerca de la mini discoteca también hay una barra de bar provista con un centenar de bebidas de las que estoy seguro, no tengo edad suficiente para beber ni una sola. 

—Wow —es lo único que alcanzo a decir, barriendo el lugar con la mirada varias veces.

Qué pasada de sitio. 

¿Cómo puede haber algo así en una fábrica abandonada?

—Alucinante, ¿eh? —concuerda West conmigo.

—¿Aquí es donde vives?

Lo primero que me viene a la cabeza es que no me gustaría tener a tantas personas en mi casa. 

—Diablos, no —responde disgustado—. ¿Quieres que me vuelva loco con todos estos neandertales deambulando todo el día por aquí? 

Sin darme tiempo a contestar algo, tira de la tela de mi sudadera para llamar mi atención. 

—Sígueme —ordena alzando la voz por encima de la música. 

Obedezco y le sigo en silencio a lo largo de la estancia. No le presta atención a la zona de las cartas, pasa de largo por delante de los adolescentes absortos en mitad de una partida de Black Ops y ni se detiene a mirar a todas esas chicas que bailan en la pista mostrando sus esbeltas y largas piernas, las curvas de su cintura y los pronunciados pechos que se ven ante tanto escote. 

Es la primera vez que veo tanta carne desnuda. En mi antiguo instituto tenían un código de conducta bastante estricto entorno a la indumentaria. Hubo chicas que fueron sancionadas por llevar las faldas más arriba de lo permitido. 

Trueno y Relámpago.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora