West nos conduce por el largo corredor de paredes blancas con marcos beige y el suelo enmoquetado del color de la sangre oxidada. No es la primera vez que veo un trozo de la casa de Marco, y parece que está obsesionado con estos colores.
Quizá por toda la sangre que mancha sus manos de este mismo color.
¿Será su forma de recordar sus pecados? ¿La suciedad que le cubre bajo la piel? Esa que no se va por mucho que frotes, la que se queda grabada como un tatuaje.
Caminamos en silencio, West agarrando mi muñeca y mirando a todas partes como si intentase encontrar enemigos imaginarios.
Giramos la primera esquina del final del pasillo. Las paredes cubiertas de cuadros muestran obras que con solo mirarlas se que valen una fortuna. Mamá tenía muchas obras así y aunque siempre me ha gustado dibujar, jamás entendí esos cuadros.
Algunos de mis dibujos estaban mejor elaborados que esos lienzos blancos expuestos en museos que tenían formas geométricas, o pinceladas caóticas casi agresivas que mezclaban cientos de colores y lo único que te decían es que el pintor seguramente estaba teniendo una crisis existencial.
Cuando me sentía superado, me daba por dibujar negro. Pintar negro. Todo negro. Cogía una hoja y la pintaba entera de ese oscuro color hasta no dejar un solo trozo en blanco.
No es que quiera menospreciar el talento de esas personas, seguramente sus obras están tan bien valoradas por algo, el problema es que no consigo comprender el por qué. Creo que la gente paga más por el nombre que por lo que hay dibujado, y es una pena.
Dejo que West me guíe en silencio hasta plantarnos frente a una puerta que rompe totalmente con toda la estética y los colores combinados a la perfección que hay en esta parte de la casa.
La puerta es totalmente negra echa de madera de ébano, su intensa oscuridad es tanta que parece que te vaya a arrastrar al interior de un agujero negro. Los marcos, del mismo color, chocan con fuerza con los colores claros del pasillo.
Un pequeño tablón cuelga de la puerta. Es una máscara de zorro de estilo japonés, con ojos rasgados y delineados en rojo y líneas en colores llamativos a lo largo de la blanca superficie con forma de animal.
De la boca abierta del zorro cuelga un aviso en letras escritas con pintura roja: Entra sin permiso, y estás muerto.
—Hemos llegado —digo sin necesidad de que West lo aclare—. Sin duda, es aquí.
—¿Tanto se nota? —bromea West sonriendo de medio lado.
Sin alargar más el momento, West rodea el pomo de la puerta pero esta no se abre ni un centímetro. Está cerrada con llave.
—Será zorra —masculla West para sí mismo—. Es más cuidadosa de lo que pensaba.
—Pues a mi no me sorprende —comento.
Apoyo el hombro en la pared y casi me pego el susto de mi vida cuando mis ojos caen en el cuadro que hay colgado a escasos centímetros de mi rostro.
Este, sin duda, no es la gran obra maestra de un Picasso. No, es un retrato. El retrato de la forma humana de una serpiente.
Está sentado en un gran trono oscuro y lujoso de borde plateado, con la espalda totalmente recta y una pierna cruzada sobre la otra. Mira al frente con expresión seria y la cabeza alta, como si se tratara de un monarca.
Su largo cabello de un rubio casi blanco, le cae sobre el hombro recogido en una coleta baja y las puntas claras no le llegan a la cintura por centímetros. Unos pocos mechones de flequillo le caen sobre esos ojos grises sobrenaturales.
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Trueno y Relámpago.
Teen FictionDe un segundo a otro, Mika se ve sin dinero, sin casa, con su familia rota en pedazos y una enorme deuda que no puede pagar. Su vida da un giro inesperado la noche en la que un chico desnudo le cae del cielo. West Sinone, un gamberro gracioso y cha...