27. Prisionera 277549.

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Cuando por fin llego a casa y dejo caer mi cuerpo sobre el colchón como un peso muerto, son las cuatro y media de la madrugada.

Es curioso, este tipo de rutina me recuerda a mi antigua vida, cuando llegaba a altas horas de la madrugada a escondidas, colándome por la ventana después de haberme pasado la noche dibujando.

Siento un peso en el pecho, uno que me chafa los pulmones y no sé cómo liberar la presión. Es doloroso y no lo soporto.

Cuando Trueno se marchó, esperé más de veinte minutos antes de darme por vencido y marcharme. Esperé ver su cabellera rizada apareciendo recortada entre los caminos del parque de atracciones, deseé ver su silueta salir de detrás de alguna caseta de juegos.

Como cuando fui al cementerio y él esperó escondido pero atento por si necesitaba ayuda.

Pero no ha venido. Ya no. No quiere mi ayuda o no quiere ayudarme.

¿Y sí...? ¿Y sí se inventó lo de esos supuestos sentimientos por mí para tener una excusa para alejarme? ¿Y sí era todo una mentira para no decirme que ya no quiere saber nada más de mí?

Quizá piense que si pasa el tiempo suficiente, me olvidaré de todo, dejaré de esperar por él o de intentar luchar.

Estiro el brazo sobre la cama todavía tumbado boca abajo con la cabeza apoyada en la almohada y los rizos espatarrados y desordenados, del primer cajón de la mesita recupero una hoja doblada que arranqué de la libreta de pedidos de la pizzería.

Es de la primera semana que nos hicimos amigos.

La desdoblo con cierta torpeza, pues con una mano no hay mucho qué hacer, sobre las cuadrículas de la hoja, escrito en tinta negra está el dibujo de mi nombre. Recuerdo que West bromeó con vegetales sobre las letras. Y justo junto al mío, escrito con una caligrafía impresionante, está el suyo.

Eres mi debilidad.

Eso dijo él.

West... tú también eres la mía. Te necesito a mi lado, si no estás voy a la deriva y no quiero perderme.

Me duermo con ese pensamiento y con la hoja del dibujo apretada en mi puño cerrado.




Los rayos del sol se cuelan por la ventana, cuya persiana está abierta hasta arriba del todo. Juraría que la había dejado a la mitad la noche anterior para no despertarme con tanta luz.

Pero quién sabe, estaba tan cansado que quizá creí dejarla así.

Aunque no es la potente luz lo que me despierta, sino el calor abrasador que siento en el cuerpo y el peso que me aprieta el pecho y la cintura.

Estoy boca arriba, con el brazo sobre los ojos y cuando intento moverme, me doy cuenta de que no puedo.

Finos cabellos castaños me cosquillean en el cuello, aparto el brazo de mis ojos, la luz me da de golpe obligándome a taparlos de nuevo, pero he visto lo necesario para saber que no estoy durmiendo solo.

Despacio intento acostumbrarme al fogonazo de luz que entra por la ventana. Debe ser medio día porque el sol está en lo alto y es cuando más deslumbra su luz.

La cabeza de West descansa sobre mi pecho, duerme tranquilo y plácido, con la boca ligeramente abierta dejando escapar cortas e insonoras bocanadas de aire. Su pecho sube y baja y roza mi costado con cada respiración.

Su puño cerrado se mantiene sobre mi pecho y una de sus piernas me corta la circulación a la altura del vientre.

Estoy tan alucinado que tardo demasiado en reaccionar y darme cuenta de que algo raro está pasando. Volví solo anoche, West no se presentó en el parque de atracciones, sin embargo está en mi cama.

Trueno y Relámpago.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora