10. El favorito y el nuevo.

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He seguido durante media hora las indicaciones de West. En un punto del camino, he sobrepasado el cartel que decía: Está abandonando North Side. ¡Vuelva pronto!

Si de mi dependiese, no volvería a poner un pie en este sitio infernal.

Hemos entrado en el pueblo vecino, North-Est Side. No es que se rompieran los sesos poniéndole nombres a los pueblos, de eso no cabe la menor duda. Es el pueblo que hay entre North y Est Side. 

Esta zona también se considera peligrosa en algunas partes, pero la palma sin duda se la lleva donde se encuentra ahora mi nuevo hogar. La zona norte.

Atravesamos el pueblo por la carretera principal.

Son las once de la noche y aun hay luces encendidas en las ventanas de los edificios. El leve destello de un televisor encendido, la lámpara de la mesilla de noche de alguien leyendo un libro, el asalto a al cocina por el hambre nocturno. 

La mano de West ha seguido sobre la mía todo el camino, no la ha apartado ni cuando tenía que cambiar de marcha, al contrario, apretaba con más fuerza para no soltarse mientras me encargaba de moverla. 

Sus dedos me acariciaban los míos con cada giro, cada bache, cada cambio de marcha. 

¿Por qué no he dejado de sentir electricidad recorriéndome el cuerpo a lo largo del camino? 

Finalmente me ha hecho detener el coche frente a un edificio oscuro e imponente.

Estamos en una zona bastante alta, de gente con dinero. No rica como lo éramos en South Side, pero sí lo suficiente como para vivir en casas adosadas o edificios con acabados de primera calidad. 

No hay grafitis en las paredes, ni oscuros callejones, cristales rotos o pandilleros en cada esquina esperando encontrar a un pardillo como yo para dejarle sin nada más que la ropa encima. 

El edifico es de ladrillo oscuro, con el marco de las ventanas de un blanco tan reluciente que parece emitir luz propia. Las ventanas del tercer piso están cerradas, pero se puede ver a través de la tela granate las luces del piso encendidas. El tejado es triangular, acabado en punta y las tejas que lo componen son como una mezcla de escala de grises. 

Parece un edificio totalmente personalizado. Diseñado expresamente de esta manera por una persona. 

West me suelta la mano. No me había dado cuenta de lo cálida que tenía la piel en esa zona hasta que no la ha apartado de ahí y el frescor de la noche ha dado de pleno en el dorso de la extremidad. 

Del asiento trasero recupero esa mochila a la que he apodado como bomba de relojería y me la cuelgo al hombro, deseoso por soltarla y marcharme de regreso a North Side. 

Dios... ¿realmente he pensado eso? 

Cuando mis pies tocan los fríos ladrillos del suelo, me tiemblan las rodillas. West, saliendo por el lado contrario del coche, debe notarlo porque se apresura a rodear el vehículo y me coloca una mano sobre el hombro.

—He hecho esto cientos de veces —me recuerda—. Entramos, cuentan los paquetes, certifican que sea auténtico, nos dan el dinero y nos largamos. 

Mis pies se niegan a avanzar.

—West, no puedo... —empiezo a decir.

Pero no sé como terminar la frase. 

No puedo... ¿qué? 

¿Mover las piernas? ¿Caminar? ¿Hablar? ¿Llevar cocaína encima? ¿Meterme dentro de esa casa con gente peligrosa? ¿Seguirte a ciegas? 

Su mano baja de mi hombro hasta mi muñeca, siento sus ágiles dedos acariciarme la piel antes de entrelazar su mano con la mía.

—Iremos juntos, ¿de acuerdo? —intenta insuflarme su seguridad y valor.

Trueno y Relámpago.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora