Me paso la camiseta del trabajo por la cabeza mientras West golpetea sin cesar el teclado de mi ordenador. Está jugando a no se qué juego en línea.
Me hace gracia verlo así. Tan tranquilo, tan despreocupado, sin máscaras ni fachadas.
El adolescente que debería haber sido si se le hubiera dado la oportunidad.
No lo hemos tenido fácil ninguno de los dos. Somos dos fotografías perfectas en marcos rotos.
—¿En serio no puedes llamar diciendo que estás malo malísimo? —Pregunta por quinta vez en lo que llevamos de mañana.
Lo ha hecho mientras íbamos a buscar donuts por la mañana para que los chicos desayunaran.
Lo ha hecho cuando nos hemos despedido del resto para irnos a mi casa.
Lo ha hecho mientras me duchaba, abriendo la cortina de golpe casi matándome de un infarto.
Lo ha hecho mientras preparaba la comida.
Y lo ha vuelto a hacer ahora.
—Agradece que me hayan cambiado el turno —respondo.
—Es que me voy a aburrir como una ostra —se queja. El tecleo cesa y se gira a mirarme. En la pantalla negra con letras verdes fluorescentes veo las letras Game Over—. Y no quiero volver a la tienda de cómics. Sin ti presente Fox y yo vamos a tirarnos los trastos a la cabeza.
—¿Por qué os cuesta tanto llevaros bien?
West parece meditar la respuesta. O debatir internamente si es momento de explicarlo. Supongo que cree que hemos llegado a la fase en la que no quiere que haya secretos entre nosotros, porque se encoge de hombros y abre la boca.
—Es lo que tiene haber crecido juntos —explica—. Imagina tener un padre que solo tiene ojos para ti y que de un día para otro aparezca con un niño de la calle y empiece a hacerle más caso que a su propia hija.
Así que es eso. West y Fox crecieron juntos en la mansión de Pitón. Son como hermanastros. Hermanastros que no se pueden ni ver.
Y yo pensando que habían tenido una relación en el pasado y por eso se llevaban mal.
Qué idiota.
—Pero eso no es culpa tuya.
—Era una niña, ¿qué esperabas?
—¿Por eso odia a su padre?
West niega con la cabeza. En el ordenador aparece una notificación. Alguien está invitándole a unirse a una partida.
—Pasó de un día para otro —dice, incluso para él parece difícil de entender—. Nunca quiso decirme qué fue lo que la hizo cambiar tanto.
Yo sí lo sé.
Las fiestas secretas. Los cristales expositores.
Eso es lo que hizo que Fox dejase de ver a su padre como un padre y empezar a compararlo con un monstruo.
Lo que no comprendo es, porque si a Fox le enseñó lo que hacía, por qué a West no.
—También cambió conmigo, pasamos de pelearnos cada cinco segundos a hacerlo a horas —añade. Su mirada se ha perdido en algún lugar lejos de esta habitación—. Después fueron días, y sin más, dejó de replicarme. Empezamos de nuevo cuando la hice jefa de la banda de West Side.
La notificación en el ordenador vuelve a aparecer. Miro la hora en el teléfono.
—Me marcho ya —anuncio—. Puedes quedarte si quieres, mi padre no llegará hasta las seis.
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Trueno y Relámpago.
Novela JuvenilDe un segundo a otro, Mika se ve sin dinero, sin casa, con su familia rota en pedazos y una enorme deuda que no puede pagar. Su vida da un giro inesperado la noche en la que un chico desnudo le cae del cielo. West Sinone, un gamberro gracioso y cha...