Mikael Jensen.

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Siempre se me ha dado bien ser invisible. 

En el pasado, mi familia vivía en la zona más rica del pueblo. Teníamos una mansión enorme con una casa de invitados junto a la piscina, un coche para casi cada día de la semana y más empleados de los que había llegado a ver en los locales de comida rápida. 

Nunca llegué a comprender la necesidad de tener seis coches si mi madre solo tenía un trasero. 

En mi opinión, el dinero siempre ha sido algo material, no aportaba nada más que caprichos para que las personas se sintiesen satisfechas y cuanto más tenían más querían. 

Convertía a las personas en envidiosas y egoístas.

Pero por muy conocida que fuese mi familia, por muchos millones que tuviese, jamás tuve un amigo. 

¿Para qué quería el dinero de mis padres si no tenía con quien compartirlo? No había nadie con quien salir al cine, o ir a tomar algo, cenar por ahí antes de ir a jugar a los bolos. 

Siempre fui el chico al que nadie veía. 

O al que solo veían para intimidar. 

El que camina por los pasillos con la cabeza gacha y que al chocar con él ni siquiera muestras una disculpa porque ni le prestas atención. 

Para mí, el dinero no servía para nada. 

O eso creí hasta que mi vida dio un giro de ciento ochenta grados y ese dinero al que tan poco apreciaba, se convirtió en lo que más necesitaba. 




¿Queréis un consejo?

Nunca os enamoréis cuando os sintáis desesperados, porque mientras dura la tormenta, es fácil confundir al enemigo, y esa mano que en su momento os salvó puede terminar siendo la misma que os apriete el cuello hasta asfixiaros. 

Ese fue West Sinone. 

El chico que me sacó de la desesperación pero que a la vez encadenó mi alma al infierno, sin saber si algún día, sería capaz de liberarla. 

Trueno y Relámpago.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora