22. El cristal expositor.

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Me agacho cuando un puño enorme viene en mi dirección y lo esquivo por milímetros. Mis movimientos están empezando a ralentizarse, el cansancio se nota, pero no puedo detenerme ahora.

El sudor me cae en gruesas gotas por el cuello, por la frente, me cubre las cejas y se me mete en los ojos, tengo los músculos acalambrados. Quiero parar. No quiero parar.

No es suficiente. No es suficiente.

—Mika, ya vale —me dice Fox.

—Todavía no.

Vuelvo a agacharme y barro las piernas de mi oponente de una patada baja.

—Esto es ridículo —se queja Fox—. Llevamos aquí horas. Ya me aburre verte sin camiseta.

Me paso el brazo desnudo por la frente para secar el sudor que empieza a impedirme ver con claridad.

—Pues no mires —le suelto.

Fox chasquea la lengua disgustada.

—Empiezo a arrepentirme de lo que te he hecho —me dice—. Antes eras adorable.

Alzo el puño y golpeo la mandíbula de Tyson. Me resbalan los nudillos contra su piel mojada, él también está cubierto de sudor, lo que provoca que mi puñetazo no sea tan directo como esperaba que fuese.

—Antes era un cobarde —recalco—. Y tú no me has hecho nada.

—Cierto, esto es cosa de West y de su falta de inteligencia.

Tyson viene a por mí, doy un giro esquivando su ataque quedo tras su espalda y rodeo su cuello con el brazo musculoso que no sabía que llegaría a tener jamás y aprieto.

—¿Qué mierda dices de West? —le pregunto a Fox.

—Mika —me avisa.

Ejerzo más fuerza alrededor del cuello de Ty.

—¿Qué mierda estás diciendo de West? —repito.

—Estás actuando como el niñato que eres —responde— Suéltalo, vamos.

—¿Me explicas por qué debería hacerte caso?

Fox se cruza de brazos y rueda los ojos. Comienzo a exasperarla. Últimamente es muy habitual en ella, se exaspera fácilmente en mi presencia.

Al principio no era así, quizá no está muy contenta con el cambio, pero que le jodan. Esto es lo que necesitaba, lo que necesito para sobrevivir. La única forma de salir vivo de mi plan.

—¿Por qué soy tu jefa?

Suelto a Tyson cuando golpea mi brazo diciéndome que se está rindiendo. Por fin. Por fin he ganado a este gigante de una vez.

Cuando se gira a mirarme, está rojo como un tomate. Se que le encantaría arrancarme la cabeza de un puñetazo, pero se contiene. Se contiene porque aquí todos le lamen el culo a Foxy como si fuese una diosa suprema.

Están todos tan enamorados de ella que cumplen sus órdenes sin poner reparo alguno. Y a mí me respetan porque soy el único que no le baila el agua, y eso también provoca que no les caiga del todo bien, aunque me aceptan en su banda.

—Error, yo no tengo jefes —le recuerdo—. El plan es mío, yo quise entrar por voluntad propia y ya te dejé bien claro que no soy uno de esos perros que tanto te lamen el culo.

—Eres insoportable, te lo juro.

Me acerco a Foxy sobre la lona del ring donde Tyson y yo estábamos peleando. Está tranquilamente apoyada en una de las cuerdas elásticas que cierran el cuadrado. No se sobresalta cuando me acerco, ni se tensa, ni se pone nerviosa.

Trueno y Relámpago.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora