2. Primer aviso.

182 22 26
                                    

Son las cuatro de la tarde y la pizzería está tan vacía que si me metiese en el almacén a echarme la siesta, nadie se daría cuenta. Mi encargado, Jeff, me llamó por la noche y me pidió que cubriese a Kenta en su turno de la tarde.

En realidad ya me tocaba repartir por la noche, pero le dije que no me importaba empalmar un turno con otro siempre y cuando esas horas extra quedasen apuntadas.

Sobre el mostrador tengo una libreta abierta, con una mano me aguanto la cabeza y entre los dedos de la otra un bolígrafo garabatea sobre una hoja cuadriculada. No estoy dibujando nada en concreto, mi idea es tener algo que hacer mientras pasan las horas sin un alma que le de un poco de vida a este local.

Mi teléfono se ha quedado sin batería después de haberme pasado las última hora jugando al Candy Crush.

Mientras el bolígrafo se desliza a lo largo del folio manchando de tinta oscura la página, giro la muñeca con la que sujetaba mi cabeza y observo la hora.

Dios, los minutos no pasan, pero él debe estar al caer.

No tardará en llegar. Estoy seguro.

Ha pasado una semana desde que West Sinone se lanzó por una ventana desnudo y me aterrizó encima. Sinceramente creí aquel extraño encuentro sería nuestro primer y último. Como cuando vas en el metro y empiezas a conversar con alguien, el viaje se hace más ameno pero en cuanto te bajas en tu parada y sigues con tu vida, esa persona desaparece y no vuelves a verla más.

Pues eso pensé yo.

West ya llevaba una semana apareciendo todas las tardes entre las cuatro y las siete de la tarde en la pizzería.

Algunos días, incluso parecía que la campanilla de la puerta sonaba diferente cuando era él quien la abría. Menuda chorrada, ¿no?

Se acercaba al mostrador y se ponía a charlar conmigo como si fuésemos amigos de toda la vida.

Los tres primeros días estaba en shock total, no alcanzaba a comprender qué era lo que estaba sucediendo. Por qué de pronto ese chico desconocido al que le había visto más partes del cuerpo que palabras habíamos intercambiado, aparecía todos los días en mi trabajo para venir a verme.

A mí.

No al cajero, ni al cocinero, ni al que tomaba los pedidos por teléfono.

A mí. A Mikael Jensen. Al chico de la moto. El flacucho y pálido que no sabía entablar largas conversaciones. Aunque con West las palabras no eran siempre necesarias, él ya hablaba suficiente por los dos, ese hombre no callaba nunca.

Mis ojos ni siquiera prestan atención a la libreta abierta frente a mis narices, me limito a mover la mano sobre el papel. Cuando quiero darme cuenta, estoy terminando de dibujar la letra "k" de mi nombre.

La campanilla de la puerta suena.

Sin levantar la cabeza que sigue apoyada sobre la mano, alzo la mirada, las pestañas me rozan la parte superior del párpado.

Frente a mí, aparece una cara conocida caminando tranquilamente hacia el mostrador. Los revueltos rizos de West le sobresalen de la gorra negra que lleva en la cabeza. Entra como cada día, con una sonrisa de oreja a oreja y caminando con esa gracia suya tan propia que hace que se te haga imposible apartar la mirada.

Va vestido con una camiseta roja básica parecida a la que llevo puesta, solo que él tiene la suerte de no llevar el logo de la empresa en todo el pecho, y las piernas van cubiertas por un chándal corto de color gris.

En cuanto me ve alza la mano para llamar mi atención.

Tampoco es que haya más personas aquí a las que pueda saludar, el local está completamente vacío a excepción del que hace las pizzas, pero Daxton se fue hace media hora a la parte trasera que da al callejón a fumar y todavía no ha vuelto. Y dudo que lo haga a no ser que le llame para decirle que encienda los hornos.

Trueno y Relámpago.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora