No sería capaz de deciros como salimos exactamente de la mansión.
En realidad, cuando quise darme cuenta estábamos en una furgoneta, con Kenai en el asiento del piloto y yo espatarrado en los traseros con algunos de los chicos mientras él me preguntaba a gritos hacía donde y yo le indicaba el camino, también a gritos.
—¡La siguiente a la izquierda! —grito.
Tengo que ir incorporándome cada poco tiempo para mirar por el cristal y así saber ubicarme, y cada vez que lo hago, veo las estrellas.
En algún momento entre la salida de la mansión y el camino en el coche, alguien ha terminado quitándome la máscara, cosa que no me ha hecho gracia pues estaba contento de que mi identidad estuviera protegida, pero a la vez lo agradezco porque a pesar de la herida y el dolor que siento, puedo respirar con normalidad de nuevo.
Con los neumáticos chirriando, Kenai tuerce a la izquierda casi derrapando y se mete por la calle que le he indicado. Sin mirarme, se que debo estar pálido, casi de un tono enfermizo. Está muy oscuro para ver con claridad pero por la mirada desorbitada de Troya, deduzco que la cosa no tiene muy buena pinta.
Me muerdo el labio con fuerza. El hombro me arde allí dónde la bala se ha quedado incrustada.
Las farolas de North Side iluminan el asiento trasero cada pocos segundos, pero no lo suficiente para poder ver el estado en el que estoy. Si soy sincero, tampoco estoy seguro de querer saberlo.
Noto la camiseta oscura empapada, no puedo ver la sangre porque se camufla con el color de la tela, pero la prenda pesa y se adhiere a mi cuerpo como una segunda piel. Está caliente y la cantidad parece preocupante.
—¿A dónde vamos exactamente? —quiere saber Kenai.
—A escondernos —respondo—. Una vez lleguemos, mis chicos sabrán qué hacer.
Veo como Kenai voltea unos segundos para mirarme como si estuviera loco.
—Te estás desangrando —me recuerda—. Necesitas un hospital.
Resoplo con sorna.
—Acabamos de conocernos y te he medio secuestrado —digo—. ¿Tan pronto se desarrolla el síndrome de Estocolmo?
Kenai murmura algo parecido a menudo imbécil. Pero sigue conduciendo en silencio hasta que decide que su preocupación por mí es real. Suelta una larga y sonora bocanada de aire.
—Que alguno de vosotros haga algo por lo menos —suelta—. Taparle la herida o algo así para que eso deje de chorrear sangre, me estáis manchando la tapicería del coche.
Ruedo los ojos.
—Cuánto lo siento —ironizo.
Troya no tarda en reaccionar. Se desabrocha la chaqueta que le di en la habitación dónde lo encontré, con una mano se agarra a la barra del pánico que hay sobre la ventanilla y queda medio de rodillas en los asientos traseros.
En las plazas del final —pues estamos en una furgoneta—, están sentados los demás, y sus rostros expresan un miedo que no he sentido yo en todos mis años de vida.
—Necesito... —empieza Troya—. Necesito moverte.
Aprieto los dientes cuando otro chorro de sangre me sale de la herida, pero termino asintiendo. Con cuidado y como el espacio aquí detrás le permite, me agarra de los hombros y despacio comienza a deslizarme hacia arriba por la puerta hasta medio incorporarme.
Me muerdo con fuerza el labio hasta que siento el sabor ferroso de la sangre en la lengua y noto el fino hilo caliente bajarme por la barbilla. No me quejo, no grito, no hago sonido alguno, simplemente muerdo con fuerza a la espera de que el dolor cese.
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Trueno y Relámpago.
TeenfikceDe un segundo a otro, Mika se ve sin dinero, sin casa, con su familia rota en pedazos y una enorme deuda que no puede pagar. Su vida da un giro inesperado la noche en la que un chico desnudo le cae del cielo. West Sinone, un gamberro gracioso y cha...