Quedan dos semanas para el primer pago y hemos conseguido reunir algo más de la mitad del dinero exigido. Falta demasiado para el poco tiempo que tenemos.
Estoy sentado en el escritorio de mi habitación. Esa que cada día parece más una habitación que un trastero. He ido abriendo poco a poco las cajas y sacando las pertenencias de su interior. Lo que significa que las estanterías ya no se ven vacías.
Libros, posters y trofeos decoran los muebles y las paredes. Los uniformes del Royal High han quedado olvidados entre la suciedad acumulada bajo mi colchón, destinados a quedarse ahí hasta el fin de los tiempos.
En la mesilla de noche, junto al despertador, hay una pequeña fotografía. De mi familia cuando aún estaba entera. Antes de que mi madre decidiese jugar a ser Dios, antes de que su codicia la arrastrase y la consumiese deseosa por tener más, mucho más de lo que ya teníamos.
Nos. Nos consumiese.
No puedo evitar sentir odio hacia ella. Me gustaría que no fuese así, pero puso por delante su egoísmo antes que a su familia y esa es una traición que no se olvida fácilmente. Una herida abierta que tarda en cicatrizar.
Papá va a visitarla todas las semanas a prisión, pero yo no.
Mi cobardía me impide sentarme frente a ella y verla a través del cristal.
Me lo impide porque hay tantas cosas que me gustaría decirle que las palabras me queman la garganta solo de pensar en ese encuentro. Pero me acabaría callando, me callaría porque eso es lo que hace Mika.
Agachar la cabeza y obedecer al que tiene más poder. A mi alrededor, todos tienen siempre más poder que yo.
Incluso mi madre, al otro lado de las rejas.
La miraría a los ojos y no sería capaz de ser sincero con ella, de decirle lo dolido que estoy, de hablarle de los problemas causados por su avaricia, de contarle que no duermo bien, que no paro de trabajar, que papá está al borde de la desesperación y que siento tanto miedo a lo largo del día que me acabará destruyendo.
Y como no tendría agallas para soltarlo todo, prefiero hacerme a un lado y evitar ese enfrentamiento.
Llevo cuatro noches haciendo doble turno. Entro a las dos de la tarde y me voy a la una de la noche para el cierre. Las ojeras se me ven a kilómetros, hasta el punto de que mi encargado me ha llamado hoy para decirme que ni se me ocurriese presentarme en la pizzería.
Suspiro. Un día sin trabajar, es un día sin dinero.
Las cosas entre West y yo están algo... extrañas. Sigue viniendo a visitarme al trabajo, pero no tan a menudo, entrenamos varios días a la semana y las conversaciones se reducen a él hablando y yo asintiendo con la cabeza o aportando algún monosílabo para que no se piense que le ignoro.
Pero pensar en él como un amigo no es lo correcto. No puede ser una amistad sincera si todo lo que me rodea es una asquerosa mentira.
Aún así, ver como la primera persona en llamarme amigo está cada vez más lejos de mi alcance, me abre una brecha en el pecho. Y duele.
Me gustaría ser un adolescente normal, con problemas normales.
No tener dinero para el último videojuego del mercado. No tener dinero para un teléfono móvil. No tener dinero para irme de fiesta.
Pero no. A mi me falta el dinero para pagarle a una banda criminal.
Felices diecisiete años, Mika.
Llevo la última media hora observando el ordenador portátil que descansa desde que empecé a desempaquetar mis cosas, encima del escritorio.
A mi madre, este portátil le costó casi 6000 euros. Por lo que si lo llevase a una tienda de empeños podría pedir por él entre 4000 y 5000 perfectamente. Está inmaculado, porque me gusta mucho cuidar mis cosas.
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Trueno y Relámpago.
Ficção AdolescenteDe un segundo a otro, Mika se ve sin dinero, sin casa, con su familia rota en pedazos y una enorme deuda que no puede pagar. Su vida da un giro inesperado la noche en la que un chico desnudo le cae del cielo. West Sinone, un gamberro gracioso y cha...