18. Lo que merecemos.

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El sudor me baja por el cuello en gruesas gotas, se que en algún momento he dejado de respirar, el problema es que no sé reiniciarlo. Cómo volver a poner en marcha mi sistema respiratorio.

—Tienes tres segundos para bajar esa pistola —la voz de West aparece de nuevo por el giro de la calle, seguido de su silueta oscura, la luz de una farola le ilumina desde arriba—. O te convierto en un colador.

Extiende el brazo derecho mostrando el arma que no sabía que llevaba. Una pistola. West también tenía una pistola.

Tengo el corazón en la garganta, parece que en cualquier momento lo voy a vomitar. Hay dos pistolas apuntando en mi dirección. No me puedo creer que me haya deshecho de los abusones de mi instituto para acabar siendo la diana de dos armas de fuego.

La suerte sigue como siempre. Dándome la espalda.

—Sinone —le reconoce el tipo que me sigue apuntando. En el siguiente parpadeo dejo de sentir el roce del arma en la cabeza—. Joder, no sabía que eras tú.

Suspiro soltando todo el aire que he estado conteniendo.

—Chandler —saluda West, volviendo a meterse la pistola en la parte trasera de la espalda, oculta bajo la sudadera.

—¿Por qué no avisas de estas cosas? —se queja. Consigo volver en sí y me doy la vuelta para enfrentar al tipo que casi me hace un agujero en la cabeza—. No sabía que venía contigo, no llegas a aparecer y me lo cargo.

Vaya. Muchas gracias, desconocido.

—Le dije a Fox que no vendría solo —contesta West—. ¿Dónde está? O empieza a hacer mejor su trabajo o se va fuera.

Wow. West modo serio. Ver para creer.

Observo al tipo que me ha estado apuntando por la espalda. Debe ser unos pocos años mayor que nosotros, de unos veinte o veintiún años. Lleva el cabello liso y largo agarrado en un moño en la nuca. Tiene la piel unos tonos más oscura que West, como si se pasase el día al sol. Una camiseta blanca de tirantes le cubre el pecho, lleva los brazos llenos de tatuajes y un pañuelo en la muñeca de color rojo.

Cuando sonríe bajo la luz de las farolas, veo unos colmillos puntiagudos y un diente partido.

—Relájate un poco, fiera —se añade una voz más suave, como el terciopelo.

De la esquina por la que West ha aparecido y desaparecido en menos de cinco segundos, aparece otra persona. Es una chica. Menuda y delgada. Lleva la mitad del cabello blanco y la otra mitad negro, recogido en dos moños en lo alto de la cabeza.

En un simple vistazo no soy capaz de contar todos los piercings que adornan su rostro. Tiene en el labio, en la nariz, en las cejas.

Sus ojos, grandes y oscuros están pintados de negro, lo que hace que todavía se vean más como pozos sin fondo.

—Y aquí está mi zorra favorita —suelta West.

Mis ojos se abren escandalizados. ¿Acaba... acaba de llamarla zorra?

—Dios, que mala elección de palabras —añade mi amigo—. Mis más sinceras disculpas.

La chica, rueda los ojos como si West fuese una persona que le aburre.

—Zorra favorita, ¿eh? —repite ella. Se toca uno de los aros del labio—. Pues que curioso, me ha parecido escuchar que ibas a sacarme del medio.

—No te lo tomes como algo personal Foxy —y se acerca a ella, rodea sus hombros con un brazo y la pega a su cuerpo—. Lo que pasa es que tienes a tus chicos demasiado consentidos. Un poquito de mano dura no vendría mal.

Trueno y Relámpago.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora