42. Caos.

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Cuando vuelvo a la fiesta, Marco está ansioso. Lo sé porque sus ojos bailan por la sala a toda velocidad como si hubiera perdido algo o alguien y estuviese deseoso de encontrarlo lo antes posible.

Busca a Trueno.

Fox lo entretiene muy bien, pero a pesar de lo fabulosa que sea la historia que quiera que le esté contando, no es suficiente para acaparar toda su atención. No la tendrá hasta que su sabueso vuelva a su lado fiel a su amo.

—¿Chicos? —susurro al micrófono.

Un crujido seguido de un golpe hace que a poco estén de reventarme los tímpanos.

Es... ya casi estamos —murmura Atom.

Por su tono de voz y la falta de aire entre palabras, deduzco que han entrado al baño a trompicones y están quitándose la ropa a toda prisa.

Pitón necesita ver a Trueno y necesita verlo ya. Pero no puedo ser yo. Debe hacerlo uno de ellos.

—Tenéis dos minutos —comunico—. Pitón se está impacientando y como me vea no voy a poder moverme de su lado.

Escucho un golpe seguido de Tyson.

Vamos lo más rápido que podemos, joder.

¡Voy yo! —exclama Atom—. ¡Ya estoy listo!

Volteo para observar la puerta del baño que se abre estrepitosamente y veo salir al segundo Trueno de ella. Me mantengo tras una columna escondido de la vista de los invitados mientras Atom, vestido de Trueno se acerca a esos asientos que parecen tronos malditos y se coloca tras ellos, entre Pitón y su hija.

Ese hijo de puta ha puesto su vida en cambiarse solo para mantener localizada a Fox —comenta Dallas entre risas.

Como si ha puesto su alma en ello. Mientras el plan salga bien me dan igual los motivos que empujen a cada uno de ellos. Noto como Marco se relaja al localizar de nuevo a su mascota.

Se inclina hacia atrás y le hace un par de preguntas, pero Atom lo despacha rápido porque Marco se limita a asentir y volver a disfrutar de la charla con su hija. Bebe tranquilamente de su champán y ríe de algo que Fox le ha dicho, ajeno a mis ojos puestos en ellos.

Ajeno a mis lentos movimientos en la oscuridad camino hacia la puerta roja por la que ha desaparecido Troya con los de seguridad.

—Que nadie se ponga la máscara hasta que os avise —les recuerdo acercando mi cabeza al micrófono—. Como vea más de un Trueno el plan se va a la mierda.

Lo sabemos —contesta Beck—. Mantendremos las máscaras escondidas.

Sigo moviéndome pegado a las paredes, oculto entre la falta de luz que hay entre tanto fluorescente de colores. Paso frente a un par de cristales y mi vista se detiene unos segundos en una chica con un vestido rojo y un lazo enorme en lo alto de la cabeza. Es casi como decir que ella es un regalo. Algo que podrías comprar, envolver y ponerle un lazo en todo lo alto.

Es difícil ver a través de la fina tela, el tejido en la zona de los ojos es casi inexistente, pero al ser la máscara tan negra oculta a la perfección mi mirada mientras que yo puedo ver al resto, con menos luz pero puedo ver.

Casi como si estuviera al otro lado de una sala de interrogatorios.

Pero incluso con la fina tela dificultando mi visión, distingo sin problemas la opacidad en su mirada, perdida, casi rendida. Sus ojos verdes caen sobre mi máscara una milésima de segundo antes de volver su atención al frente y seguir sobre la silla como una obra expuesta.

Trueno y Relámpago.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora