Estoy tan impactado al haber caído a la piscina, tan impresionado con la rapidez que tiene el agua para colarse por cada hueco abierto entre la ropa que me cubre el cuerpo, que tardo en darme cuenta de un dato muy importante. Demasiado importante.
Y es que no sé nadar.
Es una piscina bastante profunda para una casa. Entonces recuerdo que el hermano pequeño de Brandon compite con el equipo de natación, por supuesto que si él pide una piscina de más de tres metros de profundidad se la van a hacer sin rechistar siempre y cuando traiga trofeos a casa.
Parece que no hago más que hundirme sin llegar a tocar fondo. Las burbujas escapan de mi nariz y boca, una detrás de otra hasta llegar a la superficie. Quién pudiera llegar allí.
Preso del pánico, comienzo a patalear bajo el agua y a intentar propulsarme hacia arriba para llenar mis pulmones de aire, me queman, se me cierra la garganta. Todo a mi alrededor es de color azul, las voces en lo alto han dejado de escucharse.
Se que la velocidad a la que te ahogas depende de varios factores, la temperatura del agua y la capacidad pulmonar entre otras. Bien, el agua está helada y mi capacidad pulmonar no es del todo mala, pero entre la humillación del momento y el miedo a no ser capaz de llegar a la superficie, la situación juega en mi contra y el pánico me impide ejercer mucha fuerza para nadar hacia arriba.
Intento recordar nuestras clases en los primeros años de primaria. Solía pasar el tiempo sentado en el borde, solo, mojándome los pies por miedo a que mis compañeros quisieran hacerme de nuevo la broma de a ver cuánto aguanta Mika bajo el agua.
A veces me impedían salir a respirar empujando mi cabeza con sus pies. Así que empecé a poner excusas para no tener que entrar en el agua. Y ahí terminaron mis clases de natación.
Soy consciente de que hay que mover las piernas con alternancia, una para adelante y la otra para atrás, abrir los brazos como un abanico hasta llegar a los costados. Pero solo puedo patear y patear con las piernas, como si de un momento a otro fuese a aparecer algo sólido bajo mis pies para poder impulsarme.
Sin embargo, cada vez veo más claro lo que hay en lo alto, el azul se vuelve más colorido, hay cabezas asomadas en el borde de la piscina, distingo sus perfiles desdibujados, borrosos a causa del agua, la oscuridad del cielo nocturno en lo alto, las luces de neón.
Sigo pateando, han pasado más de cincuenta segundos desde que caí al agua y la presión en los pulmones se siente igual que si fuesen a explotar en cualquier momento, mandando a volar sangre y órganos internos en el interior de la piscina.
Algo que no me gustaría experimentar, la verdad.
Una persona medianamente sana debería ser capaz de aguantar bajo el agua entre treinta y noventa segundos antes de perder la conciencia y terminar ahogado.
Me quedan cuarenta segundos antes del desastre.
Sé que el miedo afecta de manera distinta dependiendo de la persona. En mí se ha presentado en diferentes fases, la primera casi siempre era mostrarme inofensivo y mantenerme en silencio para que se cansaran lo antes posible. Cuanto más se resiste una persona, más les gusta.
Mucha gente diría al verme que el miedo a mi me paraliza, pero en realidad me despierta. Cuando tengo miedo es cuando mejor pienso, puedo ver en mi cabeza rutas de escape, hacer una lista de mis mejores opciones y ordenarlas de mayor a menor eficacia.
Sacudo y sacudo las piernas y los brazos con fuerza, como si estuviera intentando agarrarme a una escalera invisible.
Es la ropa, pesa demasiado, como puedo, sintiendo las extremidades el doble de pesadas a pesar de mi delgadez, consigo sacarme la camiseta por los brazos y sacarla por el cuello.
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Trueno y Relámpago.
Teen FictionDe un segundo a otro, Mika se ve sin dinero, sin casa, con su familia rota en pedazos y una enorme deuda que no puede pagar. Su vida da un giro inesperado la noche en la que un chico desnudo le cae del cielo. West Sinone, un gamberro gracioso y cha...