—¿Me puede explicar alguien qué esa estúpida idea que he escuchado por ahí de que Mika va a abrirle el cuello a West para sacarle el implante localizador?
Los chicos de la mansión que están sentados en el sofá viendo el televisor se giran al unísono para mirar a la chica que acaba de entrar por la puerta del salón con el pelo recogido en dos moños y el abrigo a medio quitar.
Se zafa de él con un último tirón y lo lanza a la silla más cercana.
—Hola Fox —saludo sin ganas.
La última vez que estuvo aquí vino a dar malas noticias. Y no es que esté en mi lista de personas favoritas últimamente. Me mintió, ocultó esa verdad que tantas veces pedí, por la que tanto me vio frustrarme.
Puedo comprender que intentara ahorrarme más dolor, que quisiera mantener a salvo también a West de sí mismo. Incluso puedo entender que su silencio se debiera a que sentía vergüenza al saber todo aquello y no haber tenido agallas para frenarlo.
Lo que no supero es que haya podido mirarme a la cara y verse tan sincera cuando mentía una y otra y otra vez.
Aunque la culpa es mía por creerla, por ser tan ingenuo y por permitirme cogerle cariño y bajar la guardia.
—De hola nada, ¿es que te has vuelto majareta?
Frunzo el ceño desde la mesa.
—¿Majareta? ¿Quién usa hoy en día esa palabra? —pregunto—. Tanta tensión ha tenido que hacerte envejecer cuarenta años de golpe.
Pocas son las ocasiones en las que Fox deja pasar una puya como esa sin sacar las garras, pero esta, para mi sorpresa, es una de esas veces.
—¿Y si cortas sin querer una vena? ¿Y sí no abres en el sitio correcto? ¿Y sí se desangra? ¿Has pensado en todas esas cosas?
—Puedo hacerlo —aseguro.
—No, no puedes, eres un puto niñato de diecisiete años con un pulso pajero que lo único que va a conseguir es matar a su novio por ir de valiente —suelta. Me quedo callado, todos lo hacemos. Beck en la cocina deja de secar los vasos, lo único que se oye de fondo es el programa que está sonando en la televisión. Fox suspira y apoya una mano en el respaldo de la silla que hay frente a mí—. Yo lo haré.
Mis cejas se alzan.
—Tú —repito.
—Sí Mika, yo —responde decidida—. Llevo años encargándome de coser heridas y curar a todos estos idiotas cada vez que aparecían medio muertos en la tienda. Contigo West tiene cero oportunidades, conmigo al menos tiene media.
Elevo los brazos hacia el techo.
—¡Me quedo mucho más tranquilo, gracias!
—Creo que deberías escucharla Mika —Beck—. Tiene algo de razón.
Me paso la lengua por los labios lentamente y vuelvo a centrar la atención en Fox.
Es extraño sentir furia hacia ella, mirarla y no ser capaz de hacerle una broma o de meterme con ella para hacerla rabiar. Era el rol que seguíamos, a lo que me había acostumbrado.
—Sabes que ya no me fío de ti —confieso.
Fox pone los ojos en blanco y suspira.
—Si no fuera de fiar los hombres de mi padre ya os habrían encontrado —dice—, tampoco sabríais lo que el doctor le hizo a West. Ni siquiera habríais podido salir de la mansión aquella noche.
Tiene razón. Se que tiene razón, que sus mentiras tenían un motivo, pero me ha dolido tanto su traición que quiero culparla de todo para tener una causa justificada para seguir enfadado con ella.
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Trueno y Relámpago.
JugendliteraturDe un segundo a otro, Mika se ve sin dinero, sin casa, con su familia rota en pedazos y una enorme deuda que no puede pagar. Su vida da un giro inesperado la noche en la que un chico desnudo le cae del cielo. West Sinone, un gamberro gracioso y cha...