Ya es la segunda vez en lo que llevamos de noche que vuelvo a verme empapado en agua fría.
Si no es porque un abusón imbécil me tira a la piscina, es porque mi único amigo ha decidido curarme los mareos post haberme bebido una botella de alcohol yo solo, metiéndome en la bañera y dándome un baño en agua congelada.
Estoy en calzoncillos sentado en la blanca y fría superficie de acero, West se niega a soltar el telefonillo de la ducha y no cesa en su tarea de empaparme de agua helada sin descanso.
—Jabón —dice mi amigo.
Estiro el brazo y cojo el gel de ducha, tiene un olor muy simple a almendras. Es el más barato que venden en el supermercado. Me lleno la mano y empiezo a enjabonarme el pelo y lo que puedo del cuerpo.
Creo que la zona genital tendré que dejarla para mañana por la mañana. Maldito West.
—Se acabó —vuelve a hablar—. Agua.
Suspiro y dejo de enjabonarme para volver a colocar las manos sobre mis rodillas mientras él enciende de nuevo el grifo y el agua me cae por la cabeza, baja por mi cuello y me moja el torso, la cintura y finalmente las piernas.
Me escuece la barbilla. Tengo toda la piel levantada y enrojecida.
—Esto te pasa por ponerte a beber de esa manera —me regaña como lo haría un padre con su hijo—. Era la primera vez que lo hacías, ¿verdad?
Asiento con la cabeza y sigo en silencio mientras el vello sigue de punta, pero no me quejo. No tengo fuerzas para quejarme, solo quiero vomitar, dormir y que mañana sea otro día.
Cuando West decide que su remedio casero ha tenido el efecto deseado, corta la llave del agua, saca una toalla del armario del baño y me la ofrece para que pueda secarme. Salgo de la ducha despacio colocando los pies sobre la alfombra mullida.
Cubro mi cuerpo entero con la toalla, mientras mi amigo rebusca algo entre los cajones de debajo de la pica.
—¿No tenéis una máquina de afeitar? —pregunta, hurgando en el segundo cajón.
—En las puertas dobles bajo la pica, al fondo hay un estuche negro —dice.
West sigue mis indicaciones y saca el estuche que le he dicho, lo deja sobre el mueble, me acerca el pijama para que comience a vestirme y desaparece por la puerta. Me seco el cuerpo como puedo y dejo que los calzoncillos caigan como un peso muerto sobre el suelo.
Los aparto con un pie y empiezo a subir el pantalón corto por las piernas. West aparece con la silla de mi escritorio cuando estoy metiendo los brazos por las mangas de la camiseta.
—¿Qué haces? —me gustaría saber.
West deja la silla frente al espejo y me hace un gesto para que me siente.
—Voy a intentar arreglar el destrozo que te han hecho —informa.
Obedezco en silencio. No tengo ni idea de cómo serán sus aptitudes en el tema peluquería, pero supongo que cualquier cosa será mejor que esto. Me siento en la silla y miro mi reflejo.
Estoy más pálido de lo normal, mis ojos de un azul apagado se ven tristes y cansados. Los rizos que habían empezado a ser difíciles de domar, esos que me hacían cosquillas en la nuca y las orejas, han desaparecido. En su lugar hay cortes irregulares, trasquilones, zonas con más pelo que otras, y algún que otro rizo que se ha salvado de ser cortado.
Me han dejado horrible.
Antes de conectar la máquina, West enchufa el secador, me pone la toalla sobre los hombros para no llenarme de pelo y me seca el cabello con cuidado. Una vez ha decidido que está totalmente seco, cambia de aparato y conecta la maquinilla a la corriente.
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Trueno y Relámpago.
Teen FictionDe un segundo a otro, Mika se ve sin dinero, sin casa, con su familia rota en pedazos y una enorme deuda que no puede pagar. Su vida da un giro inesperado la noche en la que un chico desnudo le cae del cielo. West Sinone, un gamberro gracioso y cha...