25. Monstruos.

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Hemos tardado quince minutos en recoger el sótano de la tienda de cómics, el suelo ahora está limpio, los sofás los hemos pegado a las paredes y la mesa redonda del primer piso, donde se llevaban a cabo partidas de juegos de cartas, la hemos bajado hasta aquí y puesto en el centro de la habitación.

Beck, Tyson, Dallas y Atom están sentados cada uno en una silla, sobre la mesa montañas y montañas de papeles llenos de nombres y documentos.

Intentamos organizarlos pero llevamos más de tres horas y falta más de la mitad.

—En este taco —digo, señalando el montón de papeles ya ordenados frente a mi—, tengo los nombres del personal de la comisaría 96, de la 103 y de la 104.

—Yo tengo aquí la 99, la 100, y la 115 —añade Ty.

Miro a Beck.

Empieza a rebuscar entre sus papeles.

—Solo tengo entera la 102, voy por la mitad de la 98.

—Esto es una mierda —suelta Dallas—. ¿Cómo vamos a encontrar a los corruptos? Hay más de trescientas personas en estas listas.

—Sin contar a los que se hayan jubilado o ya no trabajen en esas comisarías —agrega Ty.

Atom habla.

—Tengo a los de la 97 y a los de la 105.

Beck alza la mano.

—No pretenderás que hagamos guardia y sigamos a cada uno de ellos, ¿verdad?

Niego con la cabeza leyendo lentamente los nombres de cada papel. Son solo nombres. No puedo hacerles cara.

—No somos suficientes para una operación de ese tipo.

—¿Entonces? —inquiere Atom.

Miro la hora en la pantalla de mi teléfono.

Maldita sea, me queda poco para tener que irme a trabajar.

Estiro los brazos sobre la mesa para recoger los cientos de papeles que aún no hemos podido organizar y hago pequeños montones con ellos para luego meterlos en una caja de cartón.

—De esa parte me encargaré yo —informo—. Si consigo entrar en el despacho de Marco quizá encuentre documentos que incriminen a esas personas.

—¿Cómo dices? —pregunta Tyson.

—Es listo y muy controlador. No abres un negocio así y te quedas tan tranquilo. Debe tener una lista negra con todas y cada una de las personas que hay dentro de su red.

Tyson alza las manos.

—Pero a ver... ¿de verdad piensas entrar a su casa? ¿A su despacho?

Asiento tranquilamente con la cabeza. Veo el miedo en sus ojos. ¿Miedo? Yo ya no sé qué es eso. Prescindí totalmente de él al tomar mi decisión.

Y no volverá a tener control en mi vida.

—¿Y cómo piensas hacerlo? —quiere saber Dallas.

La puerta del sótano se abre y los tacones de plataforma de Fox repiquetean contra los tablones de madera de las escaleras.

Lleva una camiseta siete tallas más grande, negra con dibujos blancos, le llega por las rodillas y un cinturón le rodea la cintura.

—Para entrar, piensa usarme a mí —dice agarrándose a la viga del techo para bajar los últimos escalones de un salto—. ¿Verdad, cielo?

Ruedo los ojos cuando se acerca por la espalda y me rodea desde atrás con sus brazos.

—¿Verdad?

—El término usar suena muy feo —respondo—. Más bien es un favor que a la larga va a darte beneficios a ti.

Trueno y Relámpago.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora